Paco Cerdà: “Franco instrumentalizó el cadáver de Primo de Rivera para cimentar la dictadura y ocultar la represión”
Brazo en alto, antorchas encendidas, gritos de arriba España. Son falangistas que caminan a paso marcado portando a hombros el féretro de José Antonio Primo de Rivera, fusilado tres años antes por los republicanos. Es 20 de noviembre de 1939 y comienza el cortejo fúnebre que trasladará el cuerpo sin vida del gran mártir del franquismo desde Alicante hasta Madrid, donde el dictador espera. Sin parar, día y noche, con relevos cada 10 kilómetros, el viaje acabará con el entierro del fundador de Falange en El Escorial, donde reposará hasta que sus restos sean movidos en 1959 al Valle de Cuelgamuros, de donde fue exhumado el año pasado.
Esta demostración de fuerza de los vencedores ocurre en la España de posguerra, pero en esos mismos días ocurren más cosas: Miguel Hernández es trasladado a prisión, la célebre escritora de Celia, Elena Fortún, llega exiliada a Buenos Aires y Pepe, encuadrado en el 127 Batallón de Trabajadores, es fusilado. Son algunos de los relatos que Paco Cerdà (Genovés, 1985) narra en Presentes (Alfaguara), un retrato de aquellos diez días y once noches a dos bandas, paralelo, en el que el escritor y periodista narra el fantasmagórico desfile y lo que este quiso eclipsar: las historias de represión y resistencia de los vencidos que, tras la exaltación falangista, estaban también ahí, presentes.
¿Con qué intención se organizó este peregrinaje fúnebre?
Exaltar, apropiarse y ocultar. Exaltar la figura de alguien que en vida solo tuvo el 0,4% de votos y al que convirtieron en un genio creador artífice de los imperios. Apropiarse Franco de todo lo que representaba Falange y que no se olvidara la cultura de la muerte que imperó en la España de la Guerra Civil y que iba a marcar la posguerra de una forma tan cruda. Es decir, instrumentalizar la figura de José Antonio para cimentar la dictadura con un gran símbolo y demostrar quién mandaba en la Nueva España. Por último, ocultar aquello que estaba pasando debajo de la alfombra, toda esa represión y resistencia de las víctimas.
Este cortejo es quizá la demostración más palpable de la mitificación de Primo de Rivera por parte del régimen. ¿En qué consistió esa sacralización?
En borrar su dimensión humana, eliminar las partes de su discurso que molestaban y subsumirlo como icono vacío de significado dentro de un movimiento de masas, un movimiento, por cierto, muy estático. A pesar de que José Antonio predicaba el nacionalsindicalismo y algunos elementos relacionados con la justicia social que a quienes estamos muy lejos de sus posicionamientos nos pueden descolocar, Franco desechó esa parte para apoyarse en el nacionalcatolicismo, la Iglesia y el militarismo. Es decir, lo vació por un lado y lo llenó de otro contenido por otro. Es increíble que alguien de 33 años pueda ser todos los epítetos que durante ese cortejo se le atribuían.
¿Y por qué él?
De entrada, porque fue un fusilado de guerra. Eso no hay que olvidarlo si vamos a mirar la Historia de una forma compleja. Usando la terminología franquista, fue un mártir, una víctima de la Guerra Civil. Y había tres elementos que el primer franquismo recalcaba: la cruz, la patria y la muerte. La religión, su idea de España y que muchos habían muerto por defender estas ideas. En este contexto, José Antonio era útil.
A mi, en general, me interesan los jodidos de la Historia, los derrotados, los que pagan un precio por el sacrificio en aras de un ideal colectivo
Habla del cortejo fúnebre como una demostración de fuerza de los nacionales, pero ¿enviaba un mensaje también a los disidentes?
Sí. No mandamos. Punto. Asustamos. Punto. Cuidado. Lo resumiría así.
Dice usted mismo que cuando vio el vídeo del peregrinaje rodado por el Departamento Nacional de Cinematografía se preguntó qué escondería aquel acto de exaltación. ¿Qué había detrás?
Detrás estaba mi bisabuelo en la cárcel por haber sido concejal de la República que sería fusilado después, en el 43, en Paterna. Y, como él, muchos otros. Detrás había 260.000 presos, 100.000 mutilados de guerra, 90.000 trabajadores de batallones forzados. Había censura, miedo, exilio, campos de concentración, maestros depurados, mujeres cuyo cuerpo estaba siendo utilizado de forma inmisericorde... Mientras, en un país que los diarios llamaban 'de zurcidos a domicilio', se estaba intentando crear una realidad inventada, delirante, fastuosa y de imperios que no tenía sustento en la realidad. Había mucho que esconder y esta era una forma bastante hábil de construir el mito, de inculcar miedo y eclipsar la represión.
Presentes pone el foco precisamente en esa microhistoria de los vencidos.
A mí, en general, me interesan los jodidos de la Historia, los derrotados, los que pagan un precio por el sacrificio en aras de un ideal colectivo.
¿Qué le interesa de ellos?
Fernando de Rojas, autor de La Celestina, que fue censurada por el régimen, decía “no es vencido sino el que cree serlo”. Estas son historias que normalmente caen fuera de los grandes relatos, pero para mí ahí está la vida. Cuando leo las cartas que el campesino Marcelino le escribía a Benigna desde un campo de trabajo diciéndole “aguanta” y pidiendo a sus hijos que estudiaran francés, me parece estar asistiendo de verdad a la Historia. Y no tanto cuando leo en el periódico Arriba: “Pasa José Antonio, pasa el Imperio”. Esa es una España de cartón piedra. La otra es la España de la esperanza, que fue el asidero al que muchas de estas personas se agarraron para sobrevivir y, si perdieron su vida, sobrevivieron sus ideales.
Si bien el cortejo cimentó buena parte del andamiaje simbólico de la dictadura, este otro universo de la derrota durante la posguerra asienta el andamiaje simbólico de la dignidad
¿Qué buscaba al construir esta doble dimensión de aquellos días del 39?
Buscaba mostrar lo que nadie pudo percibir durante ese desfile. La gente pudo ver el engrandecimiento de una figura y su apropiación por parte de un dictador, pero yo quería contar las otras vidas. Si bien el cortejo cimentó buena parte del andamiaje simbólico de la dictadura, este otro universo de la derrota durante la posguerra asienta el andamiaje simbólico de la dignidad. Muchos, demasiados, insoportablemente demasiados, murieron, pero sus ideales no. Hacerlos presentes es un acto casi de reconciliación íntima con la historia de mi bisabuelo y de justicia poética.
A lo largo del libro el miedo es una emoción que está muy presente.
Sí, el miedo fue una herramienta usada para disuadir a la disidencia. Las dictaduras lo saben: no es tan importante lo que hacen, sino lo que parece que pueden llegar a ser capaces de hacer. Esa telaraña viscosa que asusta, disuade y paraliza es un peligro, no solo en el 39, en cualquier época, también la actual. Ahora bien, no quiero ser deshonesto. Es fácil hacer una épica de la valentía y de los héroes sin ver cómo acaban muchos de ellos. La valentía tiene un precio y un sacrificio individual que ¿compensa? Tengo claro que sí colectivamente, pero ¿quieres ser tú esa punta de lanza? Es algo que reflexiono habitualmente.
Aunque la mayoría son historias de perdedores de la guerra, también reserva algunas a vencedores que también han sufrido los horrores de la guerra. ¿Por qué decidió no pasarlas por alto?
Son supuestos vencedores, más bien. Fíjate qué putada ser un vencedor como Andrés, mutilado de guerra, que pedía permiso para no hacer colas para que le dieran su comida porque no podía masticar por las heridas en la mandíbula. O qué vencedora es Pilar de Valderrama, pareja de Antonio Machado, que pese a su origen burgués y tendencia política, ha perdido a un hijo, su casa y al poeta. O ese requeté al que le dijeron que morir por Dios es causa de salvación eterna, y murió enfermo y completamente solo.
¿Por qué los incluí? Porque odio el maniqueísmo. Me parece empobrecedor intelectualmente, brocha gorda y un insulto a la inteligencia. También me parecía tergiversar la España del 39. Había mucho dolor y mucha desgracia en muchos sitios distintos. No estoy diciendo que haya que equiparar. Mi mirada es humanista e intento no ser nunca equidistante porque hacerlo sería también otro insulto a la ética y a la memoria, pero no tenemos que tener miedo a mirar de frente a nuestros monstruos. Sean los que sean.
¿Cree que el libro contribuiría a alguien que niega la memoria histórica, como hace Vox, a hacerlo menos?
No me gusta hacer traslaciones al presente y menos entrar en unos mundos que no son los míos. Hubo una primera memoria histórica que se asentó en el 39, que fue sectaria, fanática y falsa porque excluyó a todo el otro hemisferio. Federico García Lorca decía que hay que recordar hacia mañana. Para mí, la memoria es enemiga de la nostalgia, que se solaza en el pasado. La memoria busca transformar el presente y el futuro. Me gustaría más memoriosos que nostálgicos.
En algunos momentos del libro utiliza una forma particular al escribir algunos lemas que se repetían en aquel momento, como arribaespaña o nopasarán. ¿Por qué?
Es un intento de demostrar que hay frases, lemas, cánticos sobre los que no se reflexiona y se dicen sin saber exactamente qué se está diciendo.
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