La presión sobre el toque de queda confirma el fracaso del “autoconfinamiento” como medida para frenar los contagios
Al inicio de la desescalada, con la población todavía sensible por el encierro domiciliario, algunos dirigentes autonómicos optaron por confiar en el “autoconfinamiento” para frenar la transmisión de la COVID-19. Seis meses después del primer estado de alarma, España se encamina a un segundo tránsito por este mecanismo habiendo fracasado en sus políticas preventivas, en el rastreo y en su confianza hacia la responsabilidad individual.
Los contagios se han duplicado respecto al peor día de la primera ola, lo que ha llevado al Gobierno a entrar en el control de la pandemia y a que muchas comunidades le hayan pedido formalmente un estado de alarma para limitar la movilidad en sus regiones. En parte se debe a que las medidas tomadas hasta ahora, sobre todo las basadas en las conductas particulares, no han sido suficientes para doblegar la curva de positivos tras un verano demasiado “permisivo”. Esta evidencia debería haberse tenido en cuenta mucho antes, según los epidemiólogos, y se tendría que haber traducido en restricciones más severas como el confinamiento o el toque de queda por el que ya han optado varias autonomías.
Aún así, hay otras que han mantenido hasta el último momento la confianza en que el comportamiento de sus vecinos ayude a mejorar los datos, como Cantabria, País Vasco, Asturias y La Rioja. Esta última ha decretado un cierre perimetral en toda la región, pero ha preferido mantener la actividad comercial y social dentro de sus fronteras y llamar al “autoconfinamiento”. En Asturias, el mismo día que el Principado volvía a la fase 2, su presidente dijo que había que pasar “el mayor tiempo posible en la intimidad del hogar”. Lo mismo que Cantabria, que aun habiendo registrado el peor número de casos desde el inicio de la pandemia ha recomendado a los ciudadanos un “confinamiento voluntario” a partir de las 22:00 mientras que los bares permanecen abiertos una hora más. Al final, todas ellas han acabado solicitando al Gobierno que apruebe el estado de alarma y les ayude a imponer restricciones.
Para Milagros García Barbero, exdirectiva de Salud de la OMS, estas contradicciones son parte del fracaso del autoconfinamiento. “Es triste plantearlo así pero, cuando la responsabilidad individual no basta, las medidas hay que tratarlas como un asunto de marketing y en eso están fallando casi todas las comunidades autónomas”, opina la experta. Piensa que debe transmitirse la información de manera más “sociológica” que “epidemiológica”, pues provoca que “la gente se pierda entre las cifras y no entienda el riesgo real que conlleva una incidencia alta o unos porcentajes de ocupación hospitalaria por encima de la media”.
Además, “tampoco se está castigando de forma mediática, social o política a quienes se han saltado las normas y han provocado brotes” por lo que en ese momento “la convicción del de al lado, que sí las cumple y es responsable, hace aguas”, asegura la especialista en Medicina Preventiva. En ese escenario, “recomendar el autoconfinamiento es como predicar en el desierto”, zanja. Su compañero José Martínez Olmos, exsecretario general de Sanidad y profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública, es igual de tajante: “Nunca ha sido una medida suficiente porque depende de la voluntariedad y no todo el mundo, aunque quiera, podría hacerlo”, explica a elDiario.es.
“Mirando los casos semana a semana, ningún lugar de los que recomendaron el autoconfinamiento logró bajar su incidencia”, confirma. Olmos se refiere también a las zonas que lo hicieron en el pasado, como Aragón o Catalunya, que finalmente tomaron medidas contundentes y que son hoy en día dos de las regiones más restrictivas del país. A pesar de esto, el experto en Salud Pública cree que los encierros voluntarios son efectivos por una mera cuestión de probabilidad, pero que en los niveles de incidencia acumulada en los que nos encontramos, 361 casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días y con medio país por encima de los 400, “no tienen sentido”.
Sanidad hace meses que fijó la cifra de 50 casos por cada 100.000 habitantes como indicador de que la pandemia estaría replegándose. Una barrera que queda lejos aún de todas y cada una de las comunidades autónomas. “Donde superan los 250, de hecho, habría que imponer un confinamiento domiciliario, en la medida de lo posible, como el de marzo”, aventura Olmos. “La consecuencia si se siguen dando recomendaciones o aplicando medidas descafeinadas es que aumentaremos la presión asistencial”, vaticina. Para él, otra de las razones del fracaso es que cada pequeño municipio cocine sus propias medidas a pesar de estar en una situación parecida a otros: “Si diesen unos parámetros claros y menos definidos por las guerras políticas, seguramente la gente tendría más confianza en la norma y la respetaría más”. Pero, otra vez, depende de “la voluntad de cumplirla”.
¿Mejor en municipios más pequeños?
Los sociólogos no hallan sorpresa en que el autoconfinamiento se respete menos que otras medidas restrictivas porque se asocia demasiado a un punto de la pandemia “doloroso” y “especialmente duro en el caso de los encierros”. Sin embargo, los epidemiólogos creen que, de usarse, esta recomendación calaría mejor en territorios pequeños.
Así opina Daniel López Acuña, exdirector de Acción Sanitaria en Situaciones de Crisis de la OMS. “El gran problema de esto, como reveló la última encuesta de seroprevalencia, es que el riesgo de transmisión comunitaria se da en sitios con mucha densidad y número de población”, explica. “En todos los ámbitos urbanos hay mucha gente por la calle y con mucha necesidad de moverse, por lo que no será tan efectiva en La Rioja o en las ciudades asturianas, como en los pueblos de Huelva o Granada que lo han recomendado”, diferencia.
Él, en cambio, se sitúa en un espectro medio respecto a los otros especialistas consultados. López Acuña no cree que haya que elegir entre el confinamiento perimetral o domiciliario y el autoconfinamiento, sino que se debería dar una mezcla de ambos: “Hay que implantar medidas de aforos, de horarios, de fases de la desescalada, toques de queda o de confinamientos perimetrales, pero además de eso tiene que haber una conducta clara individual de reducir los círculos de interacción, hacer grupos burbuja de familiares y amigos, o incluso de llegar al encierro voluntario”. Una técnica que él mismo está llevando a cabo y con la que está “convencido de que es la más preventiva que hay”.
"Hay que ponerse ya en modo economía de guerra: si están bombardeando, no sales a la calle a tomarte un vermut. Este es otro tipo de guerra, pero es un agente infeccioso igualmente peligroso y mucho menos ruidoso".
En ese sentido, López Acuña defiende que el autoconfinamiento tendría varias dimensiones: de fin de semana, nocturna, social, laboral o completa. Si se trasladase así a la población, “con las acciones de pedagogía social necesarias para explicarlo bien”, está convencido de que sería mucho más secundado que ahora mismo. “Con lo que no estoy de acuerdo es con echarle toda la responsabilidad a la conducta individual. La clave está en aunar las dos: medidas públicas para desincentivar salir a la calle cuando no sea necesario y las individuales”, concluye el epidemiólogo.
Menos optimista es García Barbero: “Quizá funcione en otros países, donde el desapego político sea menor y donde haya otra cultura menos individualista, pero desde luego en España la situación no avanzará si no se toman medidas punitivas”, se lamenta. Para ello, le resulta imprescindible “ser más rígido en las multas y que además las multas se cobren”.
Solo así cree que funcionará también el popular toque de queda. “Debería ir acompañado de vigilancia policial y de la seguridad de que ese cierre de bares y restaurantes no se convierta en fiestas privadas” porque si no “vas poniendo parches que no te solucionan nada: solo alargas la agonía”. Acuña comparte esa idea, pero no abandona su confianza en la conciencia personal, aunque solo sea empujada por el miedo: “Hay que ponerse ya en modo economía de guerra: si están bombardeando, no sales a la calle a tomarte un vermut. Este es otro tipo de guerra, pero es un agente infeccioso igualmente peligroso y mucho menos ruidoso”.
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