Rescatar la memoria del lodo: “Confío en recuperar las fotos, pero las cenizas de mi abuelo las hemos perdido”
Perder una casa no es solo perder el espacio físico en el que vivimos, es también perder una parte de la memoria que se va con las pequeñas cosas. Con los recuerdos acumulados durante décadas que nos conectan con quienes ya no están, con la vida de antes y los momentos pasados, con lo que de alguna manera construye un pedazo de lo que somos. A las más de 200 muertes y las incalculables pérdidas materiales que han dejado las inundaciones de la DANA se suman las de aquellos objetos, algunos traspasados entre generaciones, que estaban en las viviendas arrasadas cuyos inquilinos se afanan en intentar recuperar del lodo.
La pulsera que siempre llevaba la abuela, aquellas entradas del cine del primer beso, el diario de la adolescencia, la postal que mandó el tío desde Cuba... Son muchos los recuerdos que aloja una casa y que acaban dibujando un mapa de puntos cardinales que no hace falta ver cada día, pero sí saber que ahí están. Y de entre ellos, las fotografías familiares ocupan un lugar destacado. Consciente de ello, la Universitat de València ha puesto en marcha una iniciativa para recuperar del barro y el agua el mayor número posible de álbumes y ha pedido a los afectados que no se deshagan de ellos incluso “aunque presenten un alto grado de deterioro”.
“Estas fotografías tienen un valor incalculable. Muchísimas personas han estado llamando estos días y nos dicen que, aunque han perdido mucho, están felices de poder salvaguardarlas. Estamos hablando de la memoria de cientos y cientos de familias de todas las poblaciones afectadas”, explica Marisa Vázquez de Agredos, directora de Patrimonio de la universidad, que ha propuesto la iniciativa junto al Laboratorio de Análisis y Diagnóstico de Obra de Arte. Los tiempos variarán en función de los desperfectos: a algunas fotos les servirá con “un lavado y un secado”, pero en otros casos “se requerirán procesos más complejos”, añade la conservadora.
El equipo destinado a la labor ya está recorriendo las zonas más golpeadas por la catástrofe. El primer municipio ha sido Catarroja, donde puerta a puerta han recogido el material de las personas hasta ahora interesadas. “Se conmueven un montón, igual que cuando nos llaman. También nos hablan de otros objetos o recuerdos que quieren recuperar. Esta mañana una mujer ha sacado unos billetes de la II República que coleccionaba su padre, por ejemplo. Este tipo de cosas tienen una altísima importancia emocional”, esgrime Vázquez de Agredos.
Los álbumes los íbamos a tirar, pensábamos que no había nada que hacer. Yo estaba recogiéndolos llorando, es algo súper importante y no te das cuenta hasta que no están.
Lo está viviendo Xusa Sanz en su propia piel. Ella vive en Catarroja, pero “por suerte” en un tercer piso que ha evitado mayores pérdidas que la furgoneta y el coche que tenía en el garaje, que quedó completamente inundado. Sin embargo, el bajo en el que vivían hasta ahora sus padres en Massanassa, en el que el agua llegó al techo, no ha corrido la misma suerte. “La casa está precintada y completamente inutilizada. Están vivos, pero lo han perdido todo”, lamenta esta enfermera y nutricionista especializada en salud femenina. En ese “todo” entran sus pertenencias y los recuerdos de toda una vida.
“No hemos podido rescatar prácticamente nada. De mucho valor sentimental eran las cenizas de mi abuelo, que estaban en el comedor y las hemos perdido, o unos pendientes de mi bisabuela que eran muy especiales para mi madre. Pero, nada, nada, es que esto es como una película de terror. El agua lo arrasó todo, había muebles de la entrada que acabaron en el corral. Lo que hemos hecho estos días es no parar de limpiar la casa e ir sacando cosas, pero están compactadas dentro del fango y no se reconocen”, ilustra Sanz, que ahora respira aliviada al pensar que los álbumes familiares se salvaron de los peores efectos debido a que estaban en un cajón “que quedó encima del barro y no compactado en él” y solo están empapados y repletos de lodo.
Sin embargo, pensaba que eran irrecuperables hasta que conoció la iniciativa de la Universitat de València, a la que se han unido entidades como la Politècnica, el Museo Valenciano de Etnología o el Grupo Español de Conservación. “Los íbamos a tirar, pensábamos que no había nada que hacer. Yo estaba recogiéndolos llorando, es algo súper importante y no te das cuenta hasta que no están. Parece superficial, pero no lo es, así que confío en recuperarlas, aunque sea unas pocas. Son las fotos de mis abuelos, de la boda de mis padres, de nuestra infancia... Ni la ropa, ni las joyas ni el dinero... el peor momento fue darlas por perdidas”, recuerda Sanz, que al subir a Instagram una imagen contándolo recibió “una avalancha” de mensajes diciéndole que no las tirara porque podían ayudarla en la universidad, con la que ya se ha puesto en contacto.
El diálogo con las cosas
El significado que para muchas personas representan las pequeñas cosas que atesoran, entre ellas las fotografías, se hace más evidente cuando por eventos extremos las casas que los guardan son devastadas. Es algo que ha estudiado en profundidad Jorge Moreno, miembro del Centro Internacional de Memoria y Derechos Humanos del Departamento de Antropología Social y Cultural de la UNED, que tiene una sección destinada al estudio de los objetos vinculados a desastres. Entre otros, la Guerra Civil y la represión franquista, de las que el grupo analiza cómo los descendientes de fusilados han guardado como amuletos cosas que sus familiares poseían o llevaban en el momento de su muerte como forma de mantener viva la memoria.
La intimidad dentro de la casa se encuentra alojada en esas cosas. Por eso perderla va más allá de la pérdida material, se elimina la trayectoria, la que nos vincula con el pasado y la que nos proyecta al futuro. Sin casa se pierde la idea de quien se es
El equipo también estudia esta relación con los objetos de los afectados por el volcán de La Palma que perdieron sus viviendas, a quienes entrevistaron los antropólogos hace dos años. “La casa es un gran envoltorio que acoge muebles, enseres, adornos, atuendos, símbolos, señas... La intimidad dentro de la casa, que perfila en buena medida la identidad, se encuentra alojada en esas cosas, se alimenta del diálogo con ellas”. Por eso perderla “se convierte en un drama que va mucho más allá de la pérdida material porque implica la pérdida de referentes que condensan fuerza anímica. Se elimina la trayectoria, la que nos vincula con el pasado y la que nos proyecta al futuro. Sin casa se pierde la idea de quien se es” resume Moreno, que ofrece a los afectados de la DANA su colaboración “en cualquier iniciativa en la que podamos ayudar”.
Sobre las fotografías en particular, Bruna Álvarez, antropóloga e investigadora del grupo AFIN de la Universidad Autónoma de Barcelona, coincide en que perderlas “es perder una memoria simbólica irrecuperable” que está vinculada “a algo casi sagrado y muy único” porque a través de ellas, muchas personas se conectan “con su universo simbólico familiar” ya sea colectivo o relativo a una persona. De hecho, en algunos casos toman especial relevancia para recordar a quienes ya no están. “Hay quienes no quieren o pueden ver fotografías y quienes sí. Para estos últimos suele ser muy importante, porque de alguna manera es mantener presente a esa persona”, sostiene Álvarez.
El impacto emocional
Además, en muchas ocasiones, las imágenes sostienen historias que se cuentan a través de ellas, de ahí que su valor trascienda lo material. Xusa Sanz, por ejemplo, cuenta que una vez al año se reúne con su familia para proyectar juntos las diapositivas familiares de algunas de las fotografías hechas con la cámara de fotos que su padre compró en el 82. “Es un momento importante, de risas, de recuerdos, de 'qué pintas llevabas' o 'mira cómo era el salón antes'. Para mí es una de las pocas maneras de conectar con el pasado, de saber de dónde vienes y quién eres porque a veces se te olvida”, reflexiona.
Lejos de minusvalorar el impacto emocional que dejar de tener estas imágenes puede implicar, Guillermo Fouce, profesor de psicología de la Universidad Complutense de Madrid, comenta que en ocasiones “este tipo de pérdidas simbólicas y subjetivas son más impactantes que las objetivas” porque “tienen consecuencias para la propia identidad” de la persona. Por eso el también presidente de Psicología sin Fronteras celebra iniciativas como las de la Universtitat de València y destaca que las pérdidas de este tipo deben también tener su lugar en el trabajo de acompañamiento a las víctimas.
Lo resume así: “También tienen que elaborarse. Es otro tipo de duelo diferente a la pérdida física de alguien pero también lo es. En relación a los objetos, las fotografías, los recuerdos y las pertenencias que no se van a recuperar es importante trabajar en la recuperación de las vivencias asociadas. Con un dibujo, una nueva foto, escribir el significado que tenía. En estas vidas rotas lo que toca es reconstruir para poder seguir adelante”.
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