Volver al armario por vacaciones para visitar a la familia: “Es contradictorio, pero no tengo valor”
Todos los veranos, cuando termina las clases en la universidad, María vuelve a su pueblo, en Huesca, para trabajar una temporada y poder seguir costeándose los estudios. Este retorno, aunque temporal, supone también meterse de nuevo en un armario que en la ciudad en la que vive, Granada, tiene olvidado. Es bisexual, visible y con novia. Prefiere no decir su nombre real para que no se la identifique. “Es muy contradictorio, porque cuando estoy fuera de casa soy muy abierta y se puede hablar conmigo de muchas cosas, pero cuando llego aquí, aunque pienso muchas veces en decirlo, no tengo valor”, explica.
Laura, que también prefiere no decir su nombre real, vive en Las Palmas de Gran Canaria. Tiene 25 años y es independiente, pero todos los veranos viaja con su familia cercana a visitar a primos y tíos en la isla de El Hierro. “Mi madre sabe que soy lesbiana y me dice que dentro de casa no hay problema, pero si me ve por la calle con una chica de la mano no me saluda”, explica. Así, cuando toca viajar juntas le exige que cambie su forma de comportarse y de vestir: “Tengo que cohibirme bastante: no hagas esto, no hables así, quítate las pulseras LGTBI, me piden que me ponga trajes, falditas, zapatos abiertos, que me maquille... Para no llamar la atención, se supone”, dice.
“Para mí es un paso atrás”, continúa Laura. Por eso, este año se ha plantado. “He decidido que no me quiero ocultar. Si me quieren me tienen que aceptar como soy y, si no me quieren, no voy”, indica. La respuesta: “Pues te quedas ahí”. María tampoco volverá a su pueblo de Huesca. “Tengo muchas ganas de que acabe el verano y ya he comentado en casa que el año que viene no voy a volver”, explica.
“La presión de no ser yo”
“Antes sentía que me daba más igual, porque hacía mi vida fuera y aquí solo estaba unos meses, pero con la edad estoy empezando a notar más la presión de no ser yo”, continúa. “Este año que tengo pareja la echo de menos y me gustaría poder contarlo en casa, que lo supieran. En octubre me voy a vivir con ella y eso mi familia no lo sabe, creen que es una amiga”, lamenta María. ¿Por qué no decirlo entonces? “Por miedo al rechazo. De aquí solo lo saben tres de mis amigos; del resto, si lo contara quizá alguno no lo aceptaría. En casa a mi madre no le gustaría, pero sé que no diría nada. Mi padre sí, es más complicado”, desarrolla.
Salir del armario en unos ámbitos de la vida sí y en otros no es algo habitual. De hecho, suele ser lo normal. “Más o menos puedes ver cómo está el ambiente donde estás o el tipo de discurso que puede haber. Si sabes que vas a ser agredido, insultado o a sufrir algún tipo de discriminación, das un pasito atrás y esperas que las cosas estén más fáciles para dar un paso al frente”, indica el vicepresidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB), Mané Fernández. En este sentido, se trata de “utilizar la no visibilidad como defensa” en los espacios donde sea necesario. En los viajes a casa de su familia, Laura ha tenido que escuchar comentarios homófobos del tipo “'los maricas estos', 'las bolleras'... con ese tono de desprecio”, explica. “Cuando veo que el ambiente es muy tenso prefiero callarme”, lamenta.
María explica que hace unos seis años le contó a su madre que estaba saliendo con una chica. Hizo oídos sordos: “No verbalizó nada y tiempo después hizo como si no le hubiese dicho nada, porque siempre me pregunta por chicos”. En casa de Javier, que también prefiere que no se le identifique, ocurre algo parecido. En Madrid es visible; en el pueblo de Alicante donde vive su familia solo saben que es gay sus padres y su hermano. “Me vi forzado a contárselo porque invadieron mi intimidad, pero cuando voy a visitarles me armarizo”, indica.
“Genera inseguridades”
Lo hace porque el clima no favorece, precisamente, que haya una buena comunicación. “No me preguntan y, si sale algo, por ejemplo en la tele, cambian rápidamente de canal, se calla, si alguien saca el tema en alguna conversación intentan hablar de otra cosa”, enumera. “Es muy incómodo, pero me parece que no tienen en cuenta lo que yo pueda sentir”, lamenta Javier. “Al final, es echar palas de tierra de tiempo que van ocultando el problema, pero sigue ahí porque en ningún momento nos hemos sentado a hablar o a pedir disculpas. Eso genera inseguridades”, continúa.
Unas inseguridades que impiden también abrirse a otros familiares, como tíos, primos o abuelos. “Si su reacción hubiera sido otra, me habría animado a contárselo al resto de mi familia”, sentencia. “Siempre que les veo preguntan lo típico: ¿qué tal de novias? ¿las chicas por Madrid qué tal? Respondo que no tengo tiempo o contesto con evasivas porque me sentiría mal conmigo mismo si mintiera, pero tampoco digo la verdad. Lo escondo”, indica Javier. La pregunta, con la formulación en el sentido que sea, es un básico al que han tenido que enfrentarse todos los jóvenes, y no tan jóvenes, que no han salido del armario. “¿No tienes ningún chico por allá?”, le preguntan a María. “¿Para cuándo un novio? ¿Cuándo nos presentas a alguien?”, le decían a Laura. “No, ya está. ¿Qué les dices?”, explica la primera.
“En el pueblo la gente es muy cerrada”
“Hay mucha gente que no entiende lo complicado que es (hacerse visible) para según qué personas y en según qué entornos. Depende de dónde nazcas y dónde vivas, es así. En el pueblo la gente es muy cerrada”, desarrolla María. “El hecho de que vivas en una gran ciudad te facilita vivir tu orientación con mayor libertad que en el mundo rural, que sigue siendo un mundo duro y pesado, sobre todo para este tipo de cosas”, coincide Fernández, portavoz de la FELGTB.
Estas personas viven una doble vida. “Totalmente”, dice María, que ha trasladado esa presión por mantener la línea de su visibilidad bien trazada entre su lugar de origen y su lugar de residencia hasta las redes sociales. “A mi familia y a mis amigos del pueblo los tengo bloqueados en las stories de Instagram. No quiero subir cosas que vea la gente de mi pueblo, así que a todo el mundo que no sabe que soy bisexual, la bloqueo”, explica.
“En Madrid no oculto que soy gay. Lo saben mis amigos, en el trabajo... Pero si vienen mis padres de visita se traslada ese entorno y vuelvo al armario. He separado un montón mi vida familiar y con mis amigos”, explica Javier. “Me genera incomodidad estar en casa de mis padres. Por eso ya no voy tanto. Pero me genera muchísima más que ellos vengan a la mía”.