“El Internet que nos dejan no está tan lejos de la telebasura”
El papel de las herramientas digitales y las multitudes conectadas en el desarrollo de mejores y más inclusivas democracias. Es un campo estudiado sin cesar desde finales del siglo XX y el catedrático de Opinión Pública Víctor Sampedro (Viveiro, Galicia, 1966) lo conoce bien. Ha analizado a fondo como se han usado esas herramientas en España y sus efectos desde el Pásalo en 2004, el 15M en 2011, hasta la manipulación electoral actual vía redes sociales. Desde la expectativa inicial, a la explosión, para terminar en el desengaño. Ahora, asegura, toca reforma.
La última obra de Sampedro es Dietética Digital (Icaria), donde ofrece pautas para tratar la adicción a la red basura. Va siendo hora de que nos pongamos a régimen de esa “tecnología privativa y obsoleta que solo busca nuestra atención”, dice. Para adelgazar nosotros, pero sobre todo, para adelgazar a esas multinacionales digitales que forman un “monopolio imperialista que resta autonomía a los ciudadanos, mina la soberanía popular a la hora de elegir a los candidatos en procesos electorales y sitúa en una posición de desventaja enorme a los poderes públicos”. Pues a ello:
Defiende que el sector público debe crear ya un marco legislativo propio para Internet. En el actual contexto de recorte de libertades, ¿es momento de volver a confiar en el Estado para regular un espacio que escapa a sus fronteras?
El verdadero problema es que las infraestructuras de la nueva tecnología digital están en manos de monopolios de facto privados. Nos hemos dado cuenta de que, además, estás empresas han estado realizando una promoción fraudulenta de sí mismas, que no se corresponde con su real actividad. Se definen como compañías tecnológicas pero en realidad son empresas publicitarias: por eso tenemos un sistema de comunicación coptado por la publicidad y, por tanto, por los fines mercantiles y de consumo.
El Estado conoce a sus ciudadanos menos y peor que los conocen estas empresas privadas. El estado ha perdido capacidad de iniciativa, ha perdido capacidad de reacción. Es momento de lo público y de instituciones como la UE en cuanto a crear un marco jurídico que garantice derechos individuales y colectivos, en cuanto a infraestructuras, en cuanto a apoyo de empresas estatales de carácter nacional, que deberían ser calificadas como estratégicamente sensibles. Todos los circuitos de comunicación no pueden estar sometidos a un embudo discrecional de una potencia extranjera.
Facebook ha empezado a ocupar portadas, pero ¿de verdad existe la inquietud social que obligue a los políticos a actuar?
El problema es que actualmente el debate social sobre estas tecnologías está completamente coptado por un discurso publicitario falso, fraudulento. Los usuarios de Interntet no son conscientes de lo que ocurre con sus datos y sus márgenes de autonomía. No son capaces de asimilar lo que ocurre a nivel agregado una vez que son monitorizados, registrados y potencialmente censurados a discreción. Pierden capacidad de gestionar su identidad pública y de intervenir en la esfera pública con unos parámetros de igualdad de oportunidades y de chequeo de veracidad mínima sobre lo que se debate. Mas bién al contrario: se ven sumidos en espirales de mentiras y de ecos cada vez más extremados y polarizados.
La economía que se basa en su atención está lucrando a aquellos que mejor escenifican el poder, aquellos que mejor llevan a cabo el rol de un troll prepotente, como el caso de Trump: flautistas de Hamelín que se dedican a tocar las canciones que sus cámaras de eco quieren escuchar. Lo que resulta auténtico es aquello que está siendo más escenificado y que es potenciado por los algoritmos. La lógica es publicitaria, no es en ningún momento informativa.
Ahora lo que tenemos son periodistas y personajes públicos sumidos en una lógica de autopromoción que en lugar de conferirles marcas digitales que les brinden más libertad y autonomía, lo supeditan a un engranaje del click. Y el click lo único que busca es más información sobre consumidores y un mayor mercado potencial sobre el cual ensayar mensajes más efectivos.
¿Qué ideología subyace tras esas plataformas que nos hace aceptar todo eso como lo más normal del mundo en Internet?
Es un individualismo posesivo. Se trata de acumular refuerzos positivos en forma de adhesiones, de viralizaciones del mensaje que uno emite, y todo ello es al margen de los efectos reales más allá de la pantalla.
Son todo inversiones en futuro. Ese individualismo posesivo tiene mucho que ver con un tipo de ciudadano y un pueblo sin atributos, como dice Wendy Brown. Nadie valora absolutamente nada ni a nadie antes de que demuestre su valor. La manera de demostrar tu valor está al margen de la capacitación laboral o de la formación educativa. La fuerza de trabajo no vale nada, solo el margen de beneficio que puede crear. Por tanto, la gente tiene que valorizarse, y se valorariza poniendo en la enconomía de la atención sus marcas personales. La gente vale lo que se aprecia su coche en Uber, su piso en Airbnb y hasta su bici en las plataformas de reparto de comida. Son sujetos y sociedades sin atributos, que ganándose la atención de los demás cobran relevancia social.
¿Es una consecuencia directa del 'Internet de las apps' y el peso que tienen los Google, Facebook, Twitter, etc. en la navegación actual?
Sí, claro. Esto es muy interesante porque el siglo XXI arranca con la promesa de la teledemocracia que se sustancia fundamentalmente en los realities, es decir encuestas en tiempo real pagadas por los usuarios, el usuario pagaba por emitir su opinión. El modelo de negocio es muy parecido al del software privado, porque son programas de llave en mano, que quiere decir que el cliente real es la discográfica, que es la que elige al ganador.
Es más o menos como las elecciones actuales. Sale elegido aquel que ha conseguido más votos en un sistema que está bastante dopado y trucado. Es curioso porque la teledemocracia era en realidad estudios de mercado y luego esto pasa a la comunicación digital: de la ciberdemocracia lo que nos está quedando es una cadena de montaje a escala global en la cual los algoritmos traducen en flujos monetarios lo que son flujos de comunicación. Al final el Internet que se nos está quedando no está tan lejos de la telebasura.
¿Tiene arreglo? ¿Se puede escapar de esa cadena de montaje?
Sí, una de las primeras cosas que yo recomendo en el libro es que no te contradigas. Un padre que niega a sus hijos el uso del móvil y sin embargo no se desembaraza de él con la excusa del trabajo, lo único que consigue es que sus hijos crean que es un esclavo. Ellos por lo menos están en contacto con sus amigos, pero para él es una obligación. No des nunca un consejo que no practiques, sería lo primero.
Lo segundo, pon límites. Como en cualquier dieta. Si no, todos tus espacios se van a ver invadidos. La industria de los datos quiere poblaciones empantalladas 24/7. Hay que utilizar los dispositivos digitales solo cuando sepas lo que quieres hacer con ellos, porque es una tecnología pensada y ensayada para que estemos todo el rato conectados. De ahí la necesidad constante de mirar cada poco las notificaciones, consultar las redes mientras trabajas, etc.
Y lo tercero está muy claro, pon un hacker en tu vida. Antes las familias querían tener siempre algún miembro abogado, médico o mecánico. Ahora hay que tener un geek que entienda cómo funcionan y lo que hay detrás de estas tecnologías. Alguien que entienda las lógicas del código abierto.
¿Un hacker? Pero si los periódicos últimamente nos dicen que solo sirven para manipular elecciones.
Efectivamente. El discurso contra los hackers es pura y simplemente una manera de enturbiar una realidad que es mucho más dura y solo atribuible al capitalismo digital.
El capitalismo digital genera mentiras porque las mentiras son fácilmente viralizables por unos algortimos que rinden réditos extraordinarios en cuanto a minado de datos. Esas mentiras las puede producir cualquiera, y las va a seguir produciendo mientras la maquinaria a la que alimenta siga funcionando como el medio óptimo donde expandirse.
Los ciudadanos tenemos que tener gente experta en el código que manejamos sin entender. Tenemos que tener acceso a los ingenieros informáticos que conocen esos móviles que utilizamos y pagamos, con una memoria menor que la que nos dicen porque las apps y buena parte del software instalado no está para servirnos a nosotros sino a la compañía que lo produce y a quien esté minando datos, que también pueden ser agencias de inteligencia y el gobierno.
Los ciudadanos tenemos que ir a ese nuevo mecánico y tenemos que hacer uso de su saber. Nos permitiría hacer aquello que nosotros queremos con los dispositivos y no aquello que programó quien los instaló en la cadena de montaje. Todo esto hay que hacerlo desde una apuesta clara y decidida por la industria en la educación y la pedagogía en el código abierto.