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Sobre este blog

No está claro si dan risa o miedo: perfiles semanales con mala leche de los que nos mandan (tan mal) y de algunos que pretenden llegar al Gobierno, en España y en el resto del mundo.

Tony Blair, el hijo de Margaret Thatcher que aún no tiene calle en Madrid

Tony Blair, en una reunión del Foro de Davos en enero.

Ramón Lobo

No debe ser fácil llamarse Tony Blair (Edimburgo, 1953), arrastrar tanta impostura, mirarse al espejo cada mañana y no sentir un atisbo de vergüenza. Perdió el duende político hace años, en los prolegómenos de la invasión de Irak en 2003, cuando se dejó fotografiar junto a el Gran Jefe George Bush y un José María Aznar que parecía Zelig –el personaje de la película de Woody Allen– colándose donde no le correspondía. De aquellos lodos imperiales le quedó el mote de Tony Liar, que traducido del inglés significa Antonio El Mentiroso. Es el único del trío de las Azores que lo lleva impreso en la frente, como un estigma a la vista de los que quieran ver, que no son tantos.

Bush y el hombrecillo insufrible (Manolo Saco dixit) salieron del oprobio más o menos de rositas, o eso parece. Cuando uno lanza una invasión basada en mentiras a sabiendas de que lo son y causa decenas de miles de muertos, entre los propios y los ajenos, no debería andar por ahí pavoneándose, dando lecciones de moral ni regañando a su partido. Hay personas que por mucho menos, por protestar contra una guerra, por ejemplo, acaba en la cárcel o con un multazo.

A Blair le queda la dicción perfecta, la que exhibió en la Abadía de Westminster durante el funeral de Lady Di, su gran triunfo vital. No que se matara la pobre, que el asunto aún está sin despejar entre el accidente fortuito provocado por una horda de paparazzi y una conspiración palaciega y de los servicios secretos.. Fue un éxito porque apenas tres meses después de ganar las elecciones de 1997 supo ver en aquella tragedia una oportunidad política, de autobombo, que es en realidad lo suyo. Fue el autor de la frase-lema “la princesa del pueblo”, que en realidad no era suya sino de su jefe de todo -comunicaciones, ideas, pufos y propaganda-, el malvado e inteligente Alastair Campbell. También fue, Blair o Campbell, el muñidor que logró que la reina Isabel II no perdiera la cabeza, y tal vez la corona, cegada por el odio a la plebeya.

Si algún lector desea refrescar memoria de aquellos días debe ver The Queen, con la grandísima Helen Mirren en el papel de Isabel II. Hay una escena clave, cuando el actor Michael Sheen, que interpreta al joven Blair, entra en el palacio de Buckingham, el del cambio de guardia y los turistas apelotonados, para verse por primera vez con la reina. Había ganado las elecciones de mayo de 1997 al triste de John Mayor, el sucesor de la Dama de Hierro.

El protocolo obligaba a una entrevista con Isabel-Mirren antes de que ésta le pudiera encargar formalmente la formación del Gobierno. Cuando Blair atraviesa el umbral de ese palacio queda deslumbrado por un poder de siglos. El gesto de Sheen anticipa todas las desgracias que vinieron después. En ese umbral se dejó el político británico todos los valores y los ideales. Le sucede a muchos, sobre todo si son de izquierdas, que los de derechas ya vienen así de fábrica. Se me ocurren unos cuantos nombres en España. Aquí no cruzamos umbrales, nos van más las puertas giratorias.

Lo peor que se puede decir de Blair es que es el hijo político predilecto de Margart Thatcher, y su mejor obra. No sé a qué espera Ana Botella para inaugurarle una calle. Con la mudanza perdimos a un buen actor, capaz de brillar en las traiciones de la corte shakesperiana de Ricardo III. A cambio ganamos un enterrador de la socialdemocracia en Europa. Blair, que nació en una familia, conservadora, debe ser el orgullo de la estirpe.

Blair fue el inventor, ¿o tal vez Campbell? de la Tercera Vía junto a su homólogo alemán, también presunto socialista moderado, Gerhard Schröder, otro que también tiene delito; después de aplicar todo tipo de ajustes y renegar de sus ideas de progreso, acabó de empleado de lujo de Gazprom, es decir, de Vladímir Putin. Pues esta pareja de sólidos principios socialdemócratas y éticos se inventaron la Tercera Vía al socialismo, es decir la apertura a los mercados, recorte de impuestos a las empresas, privatizaciones y competitividad (salarios).

Si googlean el asunto, verán que existen decenas de sesudos artículos, y no tan sesudos, que versan sobre su supuesto fracaso. Si lo miramos con cierta perspectiva, la Tercera Vía, tan celebrada entonces en algunos periódicos españoles (ver hemeroteca), fue un éxito rotundo: llevó la socialdemocracia al liberalismo, a defender las mismas recetas de los partidos conservadores. Y en esas estamos, en una gran coalición mental. Han pasado 16 años del lanzamiento de aquellas propuestas que decían ser modernizadoras, acontecimiento intelectual ocurrido el 8 de abril de 1999, y la situación no puede ser más desoladora: los socialdemócratas están fuera de casi todos los Gobiernos europeos y han perdido sus señas de identidad. Partidos como el Pasok griego deberían nombrar presidente de honor al genio de Blair. El PSOE tendrá esperar al resultado de las cuádruples elecciones de 2015.

Si pincha en esta dirección y observa el número de fundaciones en las que nuestro tipo inquietante anda metido, todas sin ánimo de lucro, supongo, se hará una idea de su actividad laboral. Su empleo es el mejor: vendedor de sí mismo. En el Reino Unido cayó en desgracia por las mentiras de Irak y por las mentiras en la comisión parlamentaria que analizaba las mentiras de Irak; también por sus lazos con la familia Murdoch, y no solo con el empresario, presuntamente, claro.

Pero fuera del Reino Unido abundan los incautos dispuestos a comprarle el coche de segunda mano. Le llueven además los premios, los reconocimientos, como el muy inexplicable de Save the Children que le concedió un galardón en Nueva York, con gala de pajarita y todo, a su “legado global”. Más que una ONG parecía una ocurrencia de los Monty Python. El asunto levantó grandes ampollas en la misma organización que lo tildó de inconcebible. Fue una idea de la sección estadounidense, a los que tal vez aún no le han llegado noticias de la estafa monumental que ha supuesto la llamada guerra contra el terror, es decir contra lo que sea y contra Al Qaeda, organización que ahora parece moderada, un juego de niños, comparada con el Estado Islámico que ocupa amplias zonas de Irak y Siria.

Blair es un profesional, el lobista por antonomasia, un genio; y como tal no tiene conciencia ni reparos en bombardear en 1999 la Serbia de Slobodan Milosevic debido a la limpieza étnica en Kosovo, que ahora es un Estado fallido del que huyen los albanokosovares por miles, y asesorar hoy al Gobierno serbio de Tomislav Nikolic, cuya cultura democrática se construyó a los pechos de Vojislav Seselj, uno de los criminales de guerra serbios que pasaron por el TPIY de La Haya. Blair asesora donde abundan los problemas y el dinero. En Palestina crecen los primeros, pero escasea lo segundo.

El exprimer ministro británico es, en teoría, portavoz del llamado Cuarteto (EEUU, UE, Rusia y ONU) encargado de aplicar los Acuerdos de Oslo y los compromisos de la cumbre de Annapolis, la misma que acordó la creación de un Estado palestino en 2008, dentro de la solución de los dos Estados. Este debe de ser, posiblemente, uno de los mejores trabajos: no das ni golpe. Pese a la ineficacia de todo ese teatro negociador, él presume de cargo en su página, antes recomendada. En la zona no existe proceso de paz ni reuniones ni esperanzas. Puede ser portavoz eterno de un Cuarteto disuelto de hecho que se olvidó incluso de despedir a su portavoz. Ni en eso son efectivos.

Su fundación de fundaciones de caridad mantiene programas en una treintena de países (entre ellos Nigeria, Pakistán, Afganistán e Indonesia) para combatir el extremismo religioso, lo que no deja de ser una broma de mal gusto si tenemos en cuenta que el Blair primer ministro, que es anterior en el tiempo al Blair campeón de la paz, es en gran parte responsable de que el extremismo campe a sus anchas en Siria, Irak, Libia (bueno, en Libia, no, que era muy amigo de Gadafi), Afganistán, Pakistán y Somalia, por no mencionar los hervideros de yihadistas en Londres o París.

Los tres de las Azores, menos Aznar-Zelig, son corresponsables del desaguisado que ahora padecemos; y también lo son del estallido económico por liberar los controles y soltar las correas de las hienas, y reducir los impuestos a los que más ganan (ellos ahora). El resultado fue que las hienas decidieron pasar de comerse un cordero al mes a zamparse un rebaño la semana.

En su favor debemos decir que tiene carisma a raudales, es simpático, como Felipe González y Nicolas Sarkozy. Este tipo de líderes embaucadores tienen la facultad de vender tres veces la Torre Eiffel al mismo postor. Son encantadores, ególatras, narcisistas, listos y cultos, capaces de envolver un país si le dejan. No cultos de leer mucho, sino cultos de parecer que leen mucho, que es lo que está de moda.

Tras enfermarnos de esta carismatitis pasamos al lado opuesto por aquello del péndulo, a los políticos sin sustancia, a los Rajoy y Hollande, aunque este al menos tiene sus picardías. Blair, el campeón de las guerras contra los talibanes y Sadam Hussein, hoy hace campaña en favor de Putin, del dictador de Egipto, el general Abdel al Sisi, y del kazajo Nursultán Nazarbayev. Solo le queda añadir a su colección al presidente hipster de Corea del Norte, Kim Jong-un. Hoy, después de haber sido la esperanza de tanta gente en 1997, Tony Blair debe de ser un pobre hombre inmensamente rico. Es el consuelo que nos queda: escribir perfiles.

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