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Ecofeminismo, cuerpo y libertad

Imagen de archivo del Bosque Atlántico brasileño, donde la deforestación ha crecido un 57 % en el último año.

Mina Malo

Participante de la comisión de Ecofeminismo de Ecologistas en Acción —

Más de un centenar de personas participaron en las I Jornadas Ecofeministas durante los días 10 y 11 de junio en la Finca El Batán, en la provincia de Madrid. El encuentro, organizado por Ecologistas en Acción y la Asociación Garaldea, sirvió para reunir a activistas, investigadoras, artistas y economistas, así como a los colectivos Colletero, Comadres on the Road, el Patio de Vecinas de San Martín de la Vega y la red de Drecrecimiento y Buen vivir, entre otros, quienes organizaron mesas y dinámicas teórico-prácticas con el objetivo de fortalecer los lazos entre praxis y pensamiento ecofeminista.

Poco a poco, el ecofeminismo va adquiriendo un papel central e introduciéndose en las agendas de los movimientos sociales. Pero, ¿qué es el ecofeminismo? ¿Realmente puede ofrecernos propuestas útiles para la construcción de un nuevo modelo de sociedad?

El ecofeminismo es al mismo tiempo un modo de pensamiento crítico y una práctica activista; si bien existen diversas corrientes, todas ellas comparten una crítica al modelo de desarrollo occidental y exploran las posibles sinergias entre el feminismo y el ecologismo para tratar de establecer las raíces comunes del sometimiento de las mujeres y la naturaleza.

Nace en los años 70 a partir de la reivindicación del derecho a recuperar el control por parte de las mujeres sobre su propio cuerpo y su propia sexualidad, como punto de partida para un camino no consumista, ecologista y feminista. Las primeras luchas de carácter ecofeminista denunciaron los efectos de la tecnociencia sobre la salud y se enfrentaron al militarismo, la nuclearización y la degradación medioambiental.

En un contexto donde cada vez es más evidente la imposibilidad de mantener el ritmo de crecimiento actual, muchas mujeres del Norte empezaron asimismo a comprender que su estilo de vida consumista es el causante de un estado de guerra contra la naturaleza, el resto de las mujeres, los pueblos extranjeros y las futuras generaciones.

Las mujeres han tenido un papel protagonista en numerosas reivindicaciones relacionadas con la salud, la supervivencia y el territorio, en la medida que se han encargado de las tareas relacionadas con el mantenimiento de la vida más allá de la esfera doméstica, como podemos ver reflejado en el abrazo de la mujeres Chipko a los árboles, un movimiento formado principalmente por campesinas empobrecidas de la India para salvar sus bosques contra la deforestación.

Estas movilizaciones estaban basadas en algunos ideales pacifistas promovidos por Gandhi como el uso de la resistencia no violenta y el sarvodaya, es decir, el compromiso social para el bien de todas y todos. En concreto, en la protesta de las mujeres Chipko vemos representado una de las propuestas fundamentales: ocupar la centralidad de la vida.

Históricamente el patriarcado se ha servido de la conceptualización del cuerpo de la mujer como territorio que se puede poseer y fecundar. De aquí se desprende una relación de poder tan clara y asumida por nuestra sociedad que nos sirve para explicar, por ejemplo, cómo todavía hoy tenemos que seguir hablando de la lacra de las violencias machistas, que no es sino la máxima expresión del control del cuerpo y las vidas de las mujeres por parte de los varones.

Para el ecofeminismo, la perspectiva patriarcal se ha construido sobre una visión que dicotomiza estructuralmente la realidad a través de la división sexual del trabajo para relegar a la mujer a un segundo plano. Sobre los dualismos de pensamiento hombre/mujer, ciencia/naturaleza, público/privado, se ha impuesto un sujeto universal, varón, blanco y heterosexual que encarna la normatividad.

Para autoras como Amaia Pérez Orozco, en el centro de este modelo de pensamiento se sitúa el mercado en vez la sostenibilidad de la vida; en consecuencia, el valor viene exclusivamente definido por lo monetario, aquello que es cuantificable según principios mercantiles, dejando fuera todo aquello que es imprescindible para el mantenimiento de la vida humana.

Una de las principales preguntas a la que el ecofeminismo trata de dar respuesta es cómo podemos construir un nuevo modelo de pensamiento basado en la sostenibilidad de la vida. Para ello, debemos tener en cuenta que somos seres ecodependientes e interdependientes. Es imposible plantearnos la vida al margen de la naturaleza y necesitamos el cuidado de otras personas para sobrevivir.

Sin embargo, el ser humano ha creado un abismo que nos separa de la naturaleza. Por otro lado, asumir la vulnerabilidad y la finitud del cuerpo puede ayudarnos a revalorizar las tareas de cuidado que suelen recaer en las mujeres. Tomar conciencia de nuestra conexión con la naturaleza puede servirnos en un sentido amplio para respetar la diversidad biológica y cultural, establecer nuevos parámetros de salud, rescatar la cultura de los cuidados y, en definitiva, tejer lazos de solidaridad hacia un ojbetivo común: la sostenibilidad de la vida.

No obstante, este objetivo es incompatible con las relaciones actuales de explotación Norte-Sur, el sometimiento de las mujeres y saqueo frenético del stock de recursos naturales. El abismo ideológico que separa a las personas de la naturaleza nos ha impulsado a crear una fantasía de la individualidad, pero es necesario incluir al yo autónomo dentro del mundo para darnos cuenta de que formamos parte de una comunidad viva e interdependiente. El ser humano no está solo, sino que habita en un espacio común que comparte con otras formas de vida. Por lo tanto, nuestra responsabilidad ética consiste en respetar lo natural que hay en nosotras y lo natural que hay fuera de nosotras.

De esta manera, poner límites en las acciones sobre nuestro entorno puede ayudarnos a desarrollar nuestra libertad respetando la naturaleza como condición de posibilidad de nuestra existencia y del resto de seres vivos.

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