La proliferación de proyectos de ganadería intensiva, dirigidos a producir la máxima cantidad de carne en el mínimo tiempo posible sin importar la calidad, está teniendo impactos ambientales, sanitarios y sociales gravísimos en nuestro país. Este miércoles, 21 de noviembre, grupos ecologistas, plataformas vecinales y sindicatos agrarios acudimos al Parlamento Europeo para denunciar la situación en el Estado Español y proponer formas de producción alimentaria saludables, sostenibles y respetuosas con la vida en el medio rural.
Apoyada por Florent Marcellesi, del grupo parlamentario EQUO/Primavera Europea, se celebrará ese día la conferencia “Ganadería Industrial: la cara oculta de la carne low-cost” y, seguidamente, la Coordinadora Estatal Stop Ganadería Industrial, que representa a movimientos vecinales de toda la península, entregará una petición a la Secretaría General de la Comisión Europea, solicitando a la CE que actúe ante los graves y reiterados incumplimientos en España de normativas ambientales europeas. Entre estos incumplimientos, cabe destacar que numerosos proyectos de macrogranjas se conceden en nuestro país en espacios naturales protegidos (zonas LIC, ZEPA y espacios de la Red Natura2000) y que España lleva incumpliendo desde 2010 los límites de emisión de amoniaco, siendo el 94% de las emisiones declaradas procedentes de la ganadería industrial. En el mismo sentido, hace escasos días que la CE anunciaba un procedimiento de infracción contra España por la insuficiente protección de las aguas frente a la contaminación por nitratos procedentes de fuentes agraria. Son muchos los municipios de nuestro país que se han quedado sin agua potable en los últimos años por contaminación con nitratos derivados de la mala gestión de los purines en industrias avícolas y de porcino.
La proliferación de macrogranjas está siendo alarmante en nuestro país, entre otras cosas, debido a que la legislación que regula este tipo de instalaciones es mucho más laxa en España que en otros países europeos. Por dimensionar el problema, sólo en Castilla la Mancha se solicitaron 100 instalaciones de ganadería industrial en 2016 y otros 100 nuevos proyectos en 2017. En Soria se estudia la instalación de una explotación de 20.000 vacas de leche que representaría la mayor de la Unión Europea. La situación ha dado lugar a una fuerte movilización ciudadana en oposición a estas infraestructuras además de la alarma entre los sindicatos agrarios que prevén la pérdida de miles de empleos en el sector.
Movilizaciones vecinales, tales como las de Villafáfila (Zamora), Yecla (Murcia), Pozuelo y Argamasón (Albacete) o Gamonal (Toledo), han conseguido la retirada de los proyectos a la par que están promoviendo un modelo agroalimentario más sostenible. Pero los mismos promotores vuelven a la carga presentando sus proyectos en nuevas ubicaciones donde esperan encontrar menos fuerza vecinal. En busca de alianzas que impidan el acoso a las poblaciones más pequeñas, en septiembre de 2017 nació Plataforma Estatal Stop Ganadería Industrial que aúna, a día de hoy, los esfuerzos de diversas ONGs ecologistas y plataformas vecinales de Andalucía, Aragón, Castilla- La Mancha, Castilla y León, Murcia y Comunidad Valenciana.
Las granjas intensivas consisten en grandes instalaciones altamente tecnificadas donde se hacinan animales con el fin de conseguir la máxima producción de carne en el mínimo tiempo posible, sin ninguna atención a la calidad de la carne producida ni sobre los impactos ambientales, sociales o sanitarios. La alta tecnificación hace que este tipo de instalaciones generen muy pocos puestos de empleo (del orden de un trabajador a jornada completa por cada 5000 cerdos) y tengan severos impactos ambientales tales como la contaminación de las aguas por nitratos, la contaminación de suelos por la alta concentración de purines, el sellado de tierras fértiles o el ingente gasto de agua. Además, las zonas rurales que sujetan este tipo de instalaciones tienden a un rápido despoblamiento ligado a los malos olores producidos por los purines y la proliferación de moscas que suponen la desaparición del turismo de naturaleza, cultural y la hostelería con las consiguientes pérdidas de empleo.
Las razas seleccionadas para la producción intensiva de carne son aquellas que crecen más rápidamente en detrimento de su capacidad para adaptarse a las condiciones climáticas y ambientales de los lugares donde se crían. Esto, unido a las condiciones de hacinamiento y encierro de los animales, suponen un grave riesgos de proliferaciones epidémicas. La forma de prevenirlo es la medicación sistemática de los animales dentro de las instalaciones a través de los llamados piensos medicamentosos, alimentos que llevan incorporados antibióticos de amplio espectro y antiparasitarios. Estas prácticas explican por qué actualmente en la UE el 80% de los antibióticos que se compran los consume el ganado. España está a la cabeza de Europa en el consumo de antibióticos veterinarios críticos para la salud humana con, por ejemplo, un consumo de casi tres veces más antibióticos para tratamiento animal que Alemania. Además de la gravedad de la aparición de resistencias a antibióticos por su uso masivo en ganadería, cabe preguntarse por la calidad de la carne derivada de los animales criados de esta manera. Seleccionados genéticamente para un crecimiento exprés, alimentados con piensos basados en maíz y soja transgénicos, medicados de forma sistemática, hacinados, encerrados y, sin duda, estresados, estos animales dan lugar a carne de muy baja calidad. En este sentido, recientes investigaciones, al comparar la carne producida en sistemas intensivos con aquella producida en sistemas extensivos ecológicos, muestran que la segunda presenta un perfil más saludable en cuanto a la composición de sus grasas, con una mayor riqueza de ácidos grasos insaturados, mayor contenido en Omega-3 y un mejor balance entre el colesterol bueno y el malo.
¿POR QUÉ PROLIFERAN LAS MACROGRANJAS SI TIENEN TAN GRAVES IMPACTOS?
La presión de un sistema de mercado que prioriza ciegamente los beneficios económicos sin responsabilizarse de los impactos ambientales, sociales y sanitarios de sus actividades, unida a una inquietante fuga de dinero público en forma de subvenciones hacia manos las grandes empresas (como el grupo Cefusa-El Pozo) explican el proceso de creciente industrialización de la ganadería en Europa en general y en nuestro país en particular. En concreto la Consejería de Agricultura, Medio Ambiente y Desarrollo Rural está dando subvenciones para la puesta en marcha de macrogranjas de hasta 127.000€ por puesto de trabajo generado (que habitualmente es uno por instalación) y hasta el 65% de la inversión. Tal financiación pública está permitiendo alentar una burbuja que genera grandes beneficios para un puñado de empresas, a costa del medio ambiente, la salud de las personas y la vida en el medio rural.
La llegada al mercado de grandes cantidades de carne de baja calidad y bajo precio, unido a canales de distribución de los alimentos que dejan la mayor parte del beneficio en manos de los intermediarios y muy poco en mano de las personas ganaderas, han empujado a las pequeñas producciones a la quiebra. Según datos del INE, en nuestro país han desaparecido en la última década 420.000 producciones ganaderas familiares (entre porcino, avícola, ovino y bovino) y ha aumentado progresivamente el tamaño medio de las explotaciones existentes.
GANADERÍA EXTENSIVA Y SOSTENIBILIDAD AMBIENTAL
El consumo creciente de proteína animal generalmente se considera en desacuerdo con la capacidad de la Tierra para alimentar a su gente. Los 1.000 millones de toneladas de trigo, cebada, avena, centeno, maíz, sorgo y mijo consumidos anualmente en el mundo en alimentar al ganado podrían alimentar a unos 3.500 millones de personas. Si bien este razonamiento es cierto, no conviene desestimar los beneficios para la salud de comer cantidades modestas de carne de buena calidad, el hecho de que los animales pueden consumir alimentos que los humanos no podemos comer y el papel fundamental de la ganadería extensiva en la sostenibilidad de los ecosistemas agrarios y en la conservación de la biodiversidad. La ganadería extensiva y la agricultura se complementan mutuamente y la sostenibilidad de ambas actividades es difícil de concebir de forma separada. La actividad pastoril configura el paisaje, facilita el desbroce de lindes, caminos y fincas sin la necesidad de utilizar para ello combustibles fósiles ni herbicidas químicos, ayuda a reducir el material inflamable en los montes y, por tanto, al control de incendios, regula los ciclos del agua y la calidad de los suelos, potencia la biodiversidad, asegura la permanencia de la población en el medio rural y permite conservar el patrimonio cultural y la identidad territorial.
Por tanto, el escenario deseable para el futuro ha de incluir la reducción del consumo per cápita de carne pero, a la par, dicha carne ha de provenir de sistemas ganaderos extensivos. Ambos componentes, reducción de la cantidad y aumento de la calidad, serán garantes de una mayor sostenibilidad ambiental, económica y social.