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Sólo habrá plan B para Europa si encontramos plan B para el petróleo

Hace pocos días movimientos sociales y políticos de la izquierda europea con figuras como Yanis Varoufakis, Ada Colau  o Marina Albiol a la cabeza, se reunieron en Madrid para buscar la manera de “construir un espacio de convergencia europeo contra la austeridad y para la construcción de una verdadera democracia en Europa”.

Es una iniciativa imprescindible en estos momentos, y muy interesante por su carácter transnacional y por esas alianzas entre movimientos sociales y partidos políticos, pero me temo que pueda quedar en agua de borrajas si sus promotores no saben entender todo lo que hay detrás de esta crisis.

Los debates del foro se centraron en la necesidad de presionar para conseguir una Unión Europea democrática que no sacrifique a los ciudadanos en aras de las políticas económicas, pero olvidaron que no todo lo que está pasando en Europa ni en el mundo en estos años depende de la política ni de nuestras decisiones. Existen causas materiales muy importantes que están haciendo que todas las economías del Planeta entren en crisis y son las que han lanzado a Europa a proponer estas drásticas medidas que llaman “de austeridad”.

Hace diez años que el petróleo barato y fácil de extraer nos empezó a abandonar y ya se ve que su producción se ha estancado: es muy difícil no ver en ese petróleo, que interviene en absolutamente todos los procesos productivos y en todos los sectores de la economía, una de las causas más importantes de esta larga y extraña crisis económica. A ello se añade el hecho de que la producción de petróleo y gas natural de la UE ha caído en picado desde que en 2001 los yacimientos del Mar del Norte empezaron a entrar en declive.

El hecho de que el precio del petróleo haya bajado abruptamente no debe distraernos e impedir que veamos algo muy evidente. Los años de petróleo caro han pasado factura a todas las economías europeas (cuyo consumo ha caído un  14% desde 2006, sin incluir a Rusia), y ahora están pasándosela a China y Brasil. No es extraño que el precio del petróleo baje ahora momentáneamente, cuando la demanda cae y son pocas las economías que pueden soportar los altos precios, pero la tendencia es la de una energía cada vez más escasa y menos asequible. La economía española está pudiendo respirar este año, no sólo porque los salarios y el gasto social se han reducido, sino porque la factura petrolífera, que entre 2010 y 2014 rondaba el 4% de nuestro PIB, en 2015 se ha reducido a prácticamente un 1%.

En este contexto de petróleo escaso y difícil de extraer, es vital para los países asegurarse un cacho en el reparto de esa tarta que cada día se hace más pequeña. No es de extrañar que Europa se aferre a su banca, intentando mantener este estatus privilegiado que nos permite, siendo países pobres en recursos naturales, mantener consumos energéticos elevados, industrias competitivas por su alta automatización y estilos de vida derrochadores.

Es muy desalentador ver cómo las previsiones de personas como Pedro Prieto, Antonio Turiel o Ramón Fernández Duran se van cumpliendo año a año sin que, todavía, hayan llegado a los debates políticos. Los altibajos en el precio del petróleo debidos a la interacción petróleo-economía, las guerras por el control de Oriente Medio, el fracaso del coche eléctrico, el poco éxito de las renovables a la hora de sustituir al petróleo, el desastre de los biocombustibles y la burbuja del fracking, que ahora estamos viendo ya fueron predichas hace años. Sin embargo, el grado de conciencia de este problema, incluso entre aquellos partidos políticos y movimientos sociales más abiertos a nuevas ideas, sigue siendo muy pequeño.

Si queremos buscar una nueva Europa que no ponga los intereses de la banca por encima de los derechos de las personas, que no sacrifique a los más débiles y que no vea sus fronteras abarrotadas de refugiados que huyen de la guerra por los recursos, debemos, primero, construir una Europa que no tenga que luchar por las últimas gotas fósiles. Sólo si sabemos cambiar hacia un modelo productivo mucho más austero en el uso de recursos naturales y basado en energías renovables seremos capaces de construir una Europa solidaria y ofrecer una alternativa a este desesperado intento de aferrarse a al caduco modelo consumista que, paradójicamente, llaman “austeridad”.

 

 

 

 

Hace pocos días movimientos sociales y políticos de la izquierda europea con figuras como Yanis Varoufakis, Ada Colau  o Marina Albiol a la cabeza, se reunieron en Madrid para buscar la manera de “construir un espacio de convergencia europeo contra la austeridad y para la construcción de una verdadera democracia en Europa”.

Es una iniciativa imprescindible en estos momentos, y muy interesante por su carácter transnacional y por esas alianzas entre movimientos sociales y partidos políticos, pero me temo que pueda quedar en agua de borrajas si sus promotores no saben entender todo lo que hay detrás de esta crisis.