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Racismo ambiental, conflictos climáticos y la revuelta Sioux en Dakota del Norte

Mientras la contienda electoral entre Trump y Hillary monopolizaba la información que nos llegaba de EEUU en los medios de comunicación, una heterogénea comunidad de activistas, liderada por los indios de la reserva Sioux de Standing Rock, se encontraba resistiendo la construcción del oleoducto DALP en Dakota. Una infraestructura de más de 1.500 kilómetros, capaz de bombear 450.000 barriles diarios y que resulta estratégica para hacer rentables los procesos extractivos al comunicarlos con las zonas de procesado al sur del país. Una inversión que ronda los 3.800 millones de dólares orientada a apuntalar las energías fósiles, mientras se habla de la necesidad de comprometerse en la lucha contra el cambio climático. Una apuesta que se ha desvelado como un ejercicio de cinismo político, autoritarismo y racismo ambiental.

Originalmente esta absurda obra iba a atravesar el río Missouri más al norte, amenazando las aguas de las que beben en North Dakota, la segunda ciudad más grande del Estado, por lo que se desestimó está opción por los riesgos que comportaba. Sin embargo, como denuncia Bill McKibenn, esos peligros se minimizan cuando afectan a los territorios indígenas y sus habitantes. Una solución acorde a la historia americana: tratar de engañar a los indios. Olvidados por las políticas públicas, su índice de pobreza triplica la media nacional, y solamente se acuerdan de ellos a la hora de instalar infraestructuras peligrosas o contaminantes que ponen en peligro sus aguas.

El racismo ambiental consiste en esa autoritaria localización de actividades nocivas, tóxicas o peligrosas, donde viven minorías étnicas o raciales. Tristemente el mensaje lanzado desde las instituciones es claro: las vidas indias y sus estilos de vida valen menos. En Democracy Now, uno de los medios de comunicación alternativa más prestigiosos, se recogían las declaraciones de Ladonna Bravebull una de las activistas, donde afirmaba: “Mi pueblo se levanta por el agua y nos atacan. Mi pueblo defiende las tumbas de nuestros antepasados y nos atacan. Mi pueblo defiende sus lugares sagrados y nos atacan. Sé que esto es América, esta es la historia de mi pueblo. Estados Unidos siempre ha caminado sobre la sangre de mi pueblo”.

De forma lenta pero invisible el movimiento indígena americano se ha ido convirtiendo en uno de los actores más relevantes del ecologismo y especialmente en la lucha contra el cambio climático. Han participado activamente de hitos como la Marcha por el Clima, que convocó en septiembre de 2014 a 400.000 personas en las calles de New York, en la que es hasta la fecha la movilización ecologista más numerosa que el mundo haya conocido, o de la exitosa campaña contra el oleoducto Keystone XL que pretendía transportar petróleo extraído de las arenas bituminosas en Alberta, atravesando desde Canadá al Golfo de México. Un proceso paralizado por una de las coaliciones más amplias y plurales de la historia reciente de los movimientos sociales de EEUU: activistas ecologistas, científicos, granjeros que ven peligrar los acuíferos de los que dependen, organizaciones indígenas que veían afectados lugares sagrados como el lago Ochalla, cazadores , veganos radicales, conviviendo con todas sus contradicciones en el marco de una lucha común.

Es en este contexto de relevancia de los conflictos ecológicos donde se enmarca la lucha contra el DALP, con la construcción en abril del campamento Sacred Stone, formado por tipis indios, tiendas de campaña y caravanas, en una de las praderas que sería arrasada en el futuro por el trazado del oleoducto. Lugar de encuentro y convivencia para miles de activistas de todo el país (indígenas, ecologistas, derechos humanos, Black Lives Matter…), que desde entonces han tejido una tupida red de solidaridad, es el epicentro de la campaña de denuncia y desobediencia civil (encadenarse a las máquinas, bloqueos de carreteras, marchas a caballo, encierros en sedes de petroleras…). Un movimiento que se autodenomina PROTECTORS, las personas encargadas de proteger el agua de las comunidades locales y el clima del conjunto de la humanidad. La etimología de la palabra proteger habla de quienes defienden y amparan algo, lo cubren activamente con sus brazos para evitar las agresiones.

Hace años que los indios dejaron de ser siempre los malos de la película. El documental Reel Injun: indios de película muestra la evolución del tratamiento de los indígenas en el cine de Hollywood, como una de las muchas herramientas a través de las cuales se ha legitimado y normalizado la discriminación. Hoy en el prepotente occidente movilizan un condescendiente y utópico recuerdo de la convivencia armónica con la naturaleza. Por eso nos sorprende verlos nuevamente como fantasmas del pasado que vuelven a interrogarnos sobre el presente.

Regresan a defender literalmente la vida frente a la muerte que representan los combustibles fósiles, de forma rápida (contaminación de las aguas) o lenta (quemarlos y provocar un cambio climático que es un genocidio en potencia). Marchan a caballo, realizan sus danzas al sol frente a los antidisturbios y gritan consignas que son un canto al sentido común: “Sin agua no hay vida”, “Prueba a quitarte la sed con gasolina” o “El dinero no se come”. Verdades tan sonrojantes que reciben como respuesta la indiferencia o los resignados tópicos de quienes sin ser capaces de sostenerles la mirada se escudan en la creación de empleo, la inevitabilidad del progreso o la necesidad de energía.

Y cuando los argumentos sin fuerza no convencen y la dignidad persiste, se termina recurriendo a los argumentos de la fuerza. Tras meses de protestas, durante las últimas semanas de octubre se han intensificado la represión al movimiento de los PROTECTORS que han sumado más de 400 personas detenidas, incluyendo actores y actrices de Hollywood que han dado visibilidad al conflicto. Una tensión acumulada que finalmente se desataba el 27 de octubre cuando centenares de policías antidisturbios acudían a desalojar el bloqueo de carreteras cercano al campamento para garantizar la continuidad de las obras del oleoducto. Tanquetas, gases lacrimógenos, barricadas, guardias privados de las petroleras usando amenazantes perros sin bozal contra manifestantes pacíficos (imágenes que recordaban las escenas más tétricas de la lucha por los derechos civiles), decenas de periodistas detenidos por grabar las movilizaciones entre ellos Amy Goodman, 145 activistas detenidos… .

Desde entonces se han sucedido las acciones: encadenamiento en las sedes de los bancos y las petroleras, ocupación de la sede del partido demócrata en New York o una marcha en canoa por el río Missouri de un grupo de 50 activistas que terminaban siendo gaseados. Estos indígenas y sus aliados no reivindican una nostálgica vuelta al pasado sino el derecho a tener un futuro para sus comunidades y para el conjunto de la humanidad. Mientras ignoramos los previsibles impactos del cambio climático en un mundo que choca contra los límites de la biosfera, estas revueltas impugnan al capitalismo fosilista en defensa de la vida, concreta y encarnada. No son corpus teóricos o abstracciones ideológicas sino instituciones sociales, sostenidas en prácticas cotidianasy amplias comunidades locales, quienes cuestionan a unas estructuras de poder que han perdido la capacidad de empatía y de distinguir lo esencial de los superfluo.

Este martes hay elecciones en EEUU y lógicamente se eclipsará toda información alternativa, la democracia con mayúsculas reducida a un procedimiento para elegir gobernantes, nos depara un resultado entre lo malo y lo peor. Este martes la democracia con minúsculas seguirá latiendo en las praderas de Dakota o en la plaza de tu barrio, reclamando participar en la redefinición de los problemas, el planteamiento de soluciones alternativas y la toma de decisiones sobre cuestiones que afecten a sus tierras y sus vidas.

Visibilizar su lucha es una forma de proteger a los PROTECTORS. Comparte, difunde y que el silencio no sea comlplice de quienes se merecen toda solidaridad.

Mientras la contienda electoral entre Trump y Hillary monopolizaba la información que nos llegaba de EEUU en los medios de comunicación, una heterogénea comunidad de activistas, liderada por los indios de la reserva Sioux de Standing Rock, se encontraba resistiendo la construcción del oleoducto DALP en Dakota. Una infraestructura de más de 1.500 kilómetros, capaz de bombear 450.000 barriles diarios y que resulta estratégica para hacer rentables los procesos extractivos al comunicarlos con las zonas de procesado al sur del país. Una inversión que ronda los 3.800 millones de dólares orientada a apuntalar las energías fósiles, mientras se habla de la necesidad de comprometerse en la lucha contra el cambio climático. Una apuesta que se ha desvelado como un ejercicio de cinismo político, autoritarismo y racismo ambiental.

Originalmente esta absurda obra iba a atravesar el río Missouri más al norte, amenazando las aguas de las que beben en North Dakota, la segunda ciudad más grande del Estado, por lo que se desestimó está opción por los riesgos que comportaba. Sin embargo, como denuncia Bill McKibenn, esos peligros se minimizan cuando afectan a los territorios indígenas y sus habitantes. Una solución acorde a la historia americana: tratar de engañar a los indios. Olvidados por las políticas públicas, su índice de pobreza triplica la media nacional, y solamente se acuerdan de ellos a la hora de instalar infraestructuras peligrosas o contaminantes que ponen en peligro sus aguas.