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Aznar, el PP del abismo al que no se puede volver

Aznar escuchando la pregunta de Gabriel rufián sobre José Couso. Captura de pantalla.

Rosa María Artal

Se diría que José María Aznar acudía al Congreso a darse un baño de vanidad que satisficiera su inmensa egolatría y a saldar cuentas ideológicas atravesadas en su garganta ahora que no dispone de una tribuna de esa repercusión. Su superlativa grandeza le frunce el ceño cuando no se le venera. Aunque se comportaba como si no lo supiera, acudía, en realidad, a la Comisión que investiga la “presunta financiación ilegal del PP”, cuando la justicia ha acreditado en sentencia judicial que existió una Caja B del PP durante décadas. Con dinero negro pagado por empresarios a cambio de adjudicaciones públicas. Tan irrefutable que fue el detonante de la moción de censura que echó al PP del gobierno con el apoyo de fuerzas muy diversas.

Las primeras anotaciones en la contabilidad paralela del PP coinciden con el nombramiento de Aznar como presidente del partido en 1990. Una caja B de la que cobraron en opaco cargos del partido, lo que han confirmado algunos de sus receptores. La justicia no ha podido acreditar si las siglas J.M. asociadas al pago de sobresueldos se corresponden con el expresidente del Gobierno. Tampoco quién era M.Rajoy. Se juzgó una primera parte de la Gürtel. El juez que sacó adelante el proceso, José Ignacio de Prada, tiene problemas para regresar a España, porque lo impide el Poder Judicial, nombrado por los partidos, como recordaremos. Se niegan a que cesen sus “servicios especiales” en La Haya. De Prada había denunciado ataques.

Aznar ha mostrado la faz de una época cuajada de corrupción, de falsedades, de privatizaciones y fomento de la desigualdad. Una época surcada de gravísimos hechos de los que formó parte como la Guerra de Irak, la gestión manipulada de los atentados del 11M o el accidente del Yak 42. De un elitismo de baja cama que se juntó en El Escorial en la boda de la hija del presidente, con presencia de invitados internacionales de la talla de Berlusconi, y por la que desfilaron muchos de los que después lo harían por los juzgados. Menos de los debidos, ya que la justicia no ha logrado desvelar quiénes están tras esas enigmáticas siglas: J.M. o M.Rajoy.

El presidente de las Azores, el que mintió hasta en el terrible episodio de los atentados terroristas de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia, el que tapó (llegando a confundir los cadáveres de ataúd) a los militares del Yak 42, exhibe una prepotencia inaudita. Aún no se ha retractado de las armas de destrucción masiva que invocó para apoyar la invasión de Irak sin amparo de la ONU, cuando lo hizo hasta su colega del Trío Tony Blair.

Aznar lo niega todo. Aznar niega la Caja B en el PP, niega conocer a Correa aunque estaba invitado en la boda de su hija, niega hasta la participación de España en la Guerra de Irak. Asegura: “Yo no tengo que pedir perdón por nada”. Reparte lecciones desde el pedestal en el que, asombrosamente, se siente. Sr. Portavoz, dice para no nombrar a los diputados que le interpelan. “Lo voy a repetir otra vez para que usted lo entienda”. Aznar a Simancas.

El diputado de ERC, Gabriel Rufián, que vestía una camiseta con la imagen de José Couso, el cámara de Telecinco asesinado por un misil estadounidense en el Hotel Palestina de Bagdag durante la guerra de Irak, ha descolocado a Aznar al preguntarle si no pedía perdón tampoco a sus familiares. Aznar no ha respondido hundido en un oscuro silencio.

Aznar dice que la presunción de inocencia “se está convirtiendo en presunción de culpabilidad”. Esto ocurre cuando se habla de él, pero le sacó a Rufián hasta la teoría revisionista de un golpe de Estado en el 34 que justificaría el golpe franquista del 36. “Usted es representante de un partido golpista que quiere subvertir el orden constitucional” le había dicho a portavoz de Esquerra de saludo. Afirmando que tiene a sus compañeros “condenados por rebelión”. Sin juicio y sin sentencia. Lo mismo que dicen sus herederos ideológicos actuales. Lo mismo que repiten los que solo oyen y ven lo que quieren oír y ver.

El autor del decreto que impulsó la primera burbuja inmobiliaria, mano a mano con Rodrigo Rato, reivindica en la Comisión que estudia la financiación ilegal del PP hasta la entrada de España en el euro que sirvió para redondear al alza las pesetas de lo que tanto se dolieron nuestros bolsillos y para llenarnos de más hipotecas inherentes a los requisitos exigidos.

Alentado por Toni Cantó, de Ciudadanos, Aznar se ha permitido hasta dar lecciones de política nacional e internacional. Lo mejor en ese tramo, la oportuna pregunta del diputado naranja sobre si Pablo Casado participó en sus negocios con Gadafi. Aznar lo ha negado rotundamente. Y ha mentido también. En el demoledor resumen de las mentiras de Aznar en el Congreso, nuestro director Ignacio Escolar, incluye ese episodio menos conocido o recordado. Así lo explica y lo documenta:

Falso. Aznar pactó con Abengoa una comisión del 1% de cada obra pública que consiguiera en la Libia de Gadafi. En ese contrato de comisionista, que publicó en exclusiva de eldiario.es junto con la factura de un primer adelanto de 100.000 euros, figura el nombre de Pablo Casado. Está en el punto 11, donde Aznar nombra a Casado como la persona de contacto para ”cualquier comunicación entre las partes derivada del presente acuerdo“.

El aire de superioridad se ha acrecentado al responder a Pablo Iglesias. Parecía que Aznar hubiera ido a la Comisión para mostrarle su profundo desprecio. Buscando la gresca de continuo, ha acudido a sus clásicos desde el comienzo: Venezuela. En su peculiar apreciación del transcurso del tiempo. Para responder sobre la Caja B del PP le soltaba al líder de Unidos Podemos un insulto tras otro: “Salvo que usted quiera condenar por anticipado, cosa de la que le creo capaz”. Pablo Iglesias no ha entrado al trapo que desplegaba Aznar, de modo que éste ha concluido con un “Usted es un peligro para la democracia y las libertades”. Frase a la que ha tenido la bajeza de añadir un comentario sobre los gemelos prematuros de Iglesias y Montero. Aznar, el que metió a España en una guerra cuando millones de personas en la calle le pedían que no lo hiciera.

El partido fundado por un ministro franquista recaló en José María Aznar, que designó sucesor a Mariano Rajoy, en una decisión de la que pronto se arrepentiría. Alentó entonces a Albert Rivera de un Ciudadanos resurgido para la ocasión y tan afín a él que ahora tiene dos “herederos” posibles para elegir. Pablo Casado viene a solucionar el problema. Un candidato al que eligieron y prepararon desde Esperanza Aguirre al propio Aznar, que lo tuvo en su equipo de negocios. Casado ha ido al Congreso a apoyar a su mentor. Acababa de declarar a la COPE: “esta comisión es un despropósito”. Tanto él como otros miembros destacados del PP han quedado encantados con la intervención del ex presidente.

Aznar es pasado, dicen. Un walking-dead. Pero su partido intenta reeditarlo en Pablo Casado. No otra cosa puede explicar la elección de otro ser del mismo nivel de mediocridad y la misma arrogancia para reivindicarse. También Casado lo niega todo, todo cuanto tenga que ver con la corrupción del partido de la Gürtel del que era vicesecretario. De su máster y las evidencias palmarias de irregularidades. Negar es la estrategia más aprendida en el PP. Acusar a otros, su especialidad. Enorgullecerse de sus fechorías, la bandera que enciende a sus seguidores. Levantarse impolutos del estiércol. Como Aguirre, como Aznar, que debería estar siendo juzgado por los crímenes que la Guerra disparada en las Azores provocó. Incluida la muerto de nuestro compatriota José Couso. Y varios defensores de la Seguridad del Estado cuyas muertes también fueron ventiladas con urgencia. Y tiene el valor el Aznar, presidente entonces, de decir que España no participó en esa guerra.

Tanta soberbia con el daño que ha hecho. Produce una inmensa tristeza verle en cuanto representa. De impunidad también. De la realidad de una España que arrastra tan terrible lastre. Y a la que día tras día tenemos que regresar para saber que hay gente capaz de engullir e imponer ese discurso falaz y dañino. Ninguna sociedad decente se merece el PP que mantiene el sello Aznar.

Ver a Aznar nos muestra el abismo al que no se puede volver. Al que no se puede volver en ninguna de sus versiones por mucho que sea el trabajo –explícito y bajo mano– que se ejerce para llevarlo y mantenerlo en el poder.

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