'O que arde' y no es gratuito
Nos han ido acostumbrado al ruido y al humo de colores y nos asusta el fuego de verdad. La película 'O que arde' de Oliver Laxe llegará en la sofisticada Francia, que siempre tuvo el olfato para identificar el arte salvaje que tanto le cuesta producir, al doble de pantallas que en España, colonizadas sus pantallas por la industria norteamericana. En Cannes no les molestó que los personajes hablasen su lengua, el gallego.
Oliver Laxe es un director delicadísimo, se comprobó en su 'Todos vós sodes capitáns!', rodada con muchachos de las calles de Tánger o en 'Mimosas' en las montañas del Atlas; pero el comienzo de su película es salvaje, en el sentido de brutal, y salvaje por cuanto fascina y ofende. El arte fuerte siempre alcanza algo la carne por debajo de la piel. Ese comienzo de destrucción probablemente encierre el espíritu de la película aunque luego lleguen imágenes de una montaña que aparentemente es bonita pero que realmente es un lugar de dolores.
Quien crea que se puede reducir el filme de algún modo o enmarcarlo en la categoría 'ecologista' nos distraerá de lo esencial, se trata de un fin del mundo, la agonía de un mundo que desaparece irremediablemente destruido por este otro mundo nuestro, nuestra civilización misma.
El director es implacable, no condesciende en ningún momento a presentar una imagen idílica de esos lugares que podrían ser presentados como hermosos y, sin embargo, hay belleza. Creo que es la belleza de contemplar la vida tal cual sería vista desde fuera.
Vemos el transcurrir de las cosas, los animales y las personas pero nadie nos explica nada, el director no nos permite entrar en la historia, si es que la hay pues la vida no tiene guión, y no podemos prever lo que van a hacer los personajes y ni siquiera nos permitirá creer finalmente que lo sabemos. Laxe nos lleva de aquí a allá y utiliza diversos estilos narrativos, planos secuencia largos como son los días en una aldea de montaña, un reportaje de alta intensidad en primera línea de fuego y a continuación un 'videoclip', y sin embargo no hay ritmo, sólo melodía.
¿En una montaña gallega? Claro, es cine europeo. Un cine donde caben obras artísticas como esta, en la que se entrelaza la evidencia ecológica con la tragedia griega y con el amor por un lugar. Porque Laxe es del lugar, no tuvo que acercarse al lugar para conocerlo, su familia es de allí, él es de allí y habla desde el centro del lugar de esa tribu extinguida. Y nosotros, fuera.
Nos divierten las narraciones tópicas y convencionales, el arte también es distracción y diversión, pero hay películas que no encontrarán su lugar en una plataforma de televisión y que ni siquiera serán interesantes para TVE, como fue éste el caso, porque su lugar es la sala oscura donde se mueven nuestros sueños y las cosas que nos desconciertan porque no tienen final ni moraleja.
El romanticismo sigue siendo el lugar en la cultura europea donde se siguen encontrando caminos que no conducen a ningún lugar concreto pero que alguien tiene que andar, personas que están destinadas a ello.
Y de cuando en cuando hay que pagar el óbolo para entrar en la sala oscura, para vivir una experiencia artística y visitar fantasmas, en este caso ese precio es pequeño. Para que puedan existir flores silvestres que no caben en los invernaderos de la industria es preciso que apostemos por ellas, precisan el compromiso de quienes no renuncian a la belleza inquietante que amaga una faceta de la verdad.