De qué hablamos cuando hablamos de ‘consentir’
Un banco es un asiento. Y también una empresa financiera. O un conjunto de peces.
Tirar significa lanzar algo. O desecharlo. Y también acarrear.
La polisemia y la ambigüedad son el pan nuestro de cada día en lengua. De hecho, la mayoría de palabras de un idioma acaparan varios significados. Y tiene sentido: al fin y al cabo, una lengua que asignase un único significado a cada palabra acumularía un repertorio de vocabulario inabarcable. Habitualmente, la polisemia no genera demasiados conflictos a los hablantes porque sabemos discernir sin mucho esfuerzo el significado con el que nuestro interlocutor está usando una palabra polisémica, ya sea a través de las palabras que la acompañan o de la situación que nos rodea. Es improbable que la frase ¡mira ese banco! se refiera a una sucursal financiera si estamos en el acuario mirando peces. Sin embargo, hay algunas palabras en las que la polisemia resulta menos evidente y las palabras se convierten en un terreno minado. El verbo consentir es una de ellas.
A priori, consentir es un verbo inofensivo que significa aprobar o aceptar algo que nos proponen y que requiere de nuestra autorización para que se lleve a cabo. Damos nuestro consentimiento en una boda, en un acuerdo, en una negociación. En ese sentido, una relación sexual consentida sería lo contrario a una violación. Pero, por algún motivo, parece que la expresión relación consentida nos resulte insuficiente y no evoque exactamente el mismo significado que relación deseada, por ejemplo. De hecho, la insatisfacción que causa el verbo consentir ha llevado a que se acuñen conceptos como consentimiento activo o consentimiento entusiasta como alternativas al aséptico y por algún motivo defectuoso consentimiento a secas. ¿Qué le pasa al verbo consentir?
Quizá la incomodidad que nos suscita el aparentemente anodino consentir derive de que este verbo aglutina bajo una misma palabra dos significados parecidos, pero sustancialmente diferentes. Sí, consentir significa dar la aprobación para ser partícipe en una actividad. Pero resulta que consentir significa también permitir o tolerar pasivamente que ocurra algo. Para más inri, este segundo uso de consentir lleva a cuestas un halo de sospecha o de desaprobación: se consienten acciones o comportamientos que no deberían ser aceptables. No vamos a consentir chantajes (1).
¿Cómo diferenciamos un consentir del otro? En principio, cuando es equivalente a ‘permitir’, el verbo consentir va desnudo (No sé cómo consientes que te hablen así), mientras que cuando significa ‘aceptar’, consentir va seguido de la preposición en (Consintió en el reparto de la herencia=dio su aprobación). La fina pero fundamental línea que separa estos significados de consentir la traza, pues, la escuálida preposición en. Una responsabilidad demasiado grande para una palabra tan pequeña.
La ambigüedad surge porque la preposición en que distinguía un significado del otro parece, a la vista del uso, que ha terminado por evaporarse. Es difícil aventurar qué vino antes, si el huevo o la gallina. Quizá la diferencia de significado en los usos de consentir y consentir en era tan sutil en algunos casos que resultaba prácticamente indistinguible y por eso la preposición en terminó por considerarse prescindible y discretamente hizo mutis por el foro. O quizá la diminuta preposición en no tenía empaque suficiente y era una candidata natural a verse arrollada de manera más o menos fortuita dentro de la oración y su desaparición accidental fue la que desencadenó el choque de trenes semánticos entre consentir y consentir en.
El resultado, en cualquier caso, es el mismo: los significados de consentir en y consentir (que quizá podrían haberse mantenido bien delimitados si hubieran conservado sus características compañías sintácticas) se han confundido en una misma palabra (consentir) con idéntico funcionamiento sintáctico, generando una ambigüedad desafortunada y muy problemática. Ante la afirmación de que alguien consintió una acción, es difícil saber si lo que nos quieren decir es que la persona la permitió pasivamente (añadiendo, quizá, una pátina de desaprobación sobre el comportamiento permitido) o si la persona dio su aprobación y aceptó participar. La diferencia entre un significado y otro no es en absoluto baladí: una relación sexual no se permite a regañadientes ni se tolera pasivamente. La falta de un contexto suficientemente explícito que nos ayude a desambiguar un significado del otro explican la necesidad de ponerle apellidos a consentimiento (activo, entusiasta), su también equívoca descendencia léxica.
El drama de consentir es que se trata de la peor clase de polisemia posible: una polisemia silente y maliciosa que nos hace creer que hablamos en los mismos términos cuando estamos expresando conceptos muy distintos. Hasta que ya no sabemos de qué hablamos cuando hablamos de consentir.