A vueltas con el café, ¿es perjudicial para la salud cardiovascular?
Tras el agua, la bebida más consumida en todo el mundo es el café. Su notable popularidad y los evidentes efectos fisiológicos que desencadena en las personas son dos razones de peso que han llevado a los investigadores y autoridades sanitarias a preguntarse desde hace más de medio siglo si es, en realidad, amigo o enemigo. En otras palabras, si es perjudicial o beneficioso para nuestra salud y a qué dosis.
Para tal fin, miles de estudios han evaluado los efectos de esta estimulante bebida en infinidad de ámbitos como el cáncer, la esperanza de vida, la concentración mental, el crecimiento, la enfermedad del Párkinson, la osteoporosis, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares... Sí, esta bebida rica en cafeína es tan popular en la vida cotidiana como en el ámbito científico. De hecho, el café, junto con el té, ocupa el podio de las bebidas más escudriñadas por la ciencia.
En las últimas décadas, diferentes estudios científicos han arrojado ciertas sospechas sobre que el consumo de café podría incrementar el riesgo de enfermedades cardiovasculares al aumentar la rigidez de las arterias. Un estudio epidemiológico publicado en el New England Journal of Medicine en el año 1973 y realizado sobre más de 12.000 pacientes encontró que el grupo de personas que bebían de una a cinco tazas de café al día tenían un riesgo incrementado de ataques al corazón del 60% y este riesgo se incrementaba a un 120% para el grupo que bebía seis o más tazas de café al día. Otro estudio epidemiológico, realizado por la Escuela de Medicina Johns Hopkins y publicado en 1985, realizó un seguimiento durante 38 años a más de 1.000 estudiantes de medicina. Los resultados mostraban que aquellos que bebían cinco o más tazas de café al día tenían 2,8 veces más riesgo de padecer problemas cardíacos que aquellos que no consumían café.
Ante estos y otros resultados de diferentes estudios, los investigadores se planteaban la posibilidad de que el consumo de café pudiera aumentar la tensión arterial y hacer más rígidas las arterias, alterando su normal funcionamiento e incrementando el riesgo de infartos cardíacos e ictus, entre otros problemas cardiovasculares. No obstante, hay que tener en cuenta que estos estudios epidemiológicos poseen evidentes limitaciones, ya que no permiten atribuir causas y tienen un elevado riesgo de sesgos que pueden trastocar los resultados. Por ejemplo, podría ocurrir que los grupos de personas que beben café en abundancia realicen otras prácticas no saludables como fumar o tener dietas menos saludables.
Así que la siguiente “fase” era aclarar si esto ocurría realmente al analizar experimentalmente el efecto de la ingesta de café sobre los vasos sanguíneos. Varios estudios parecían apoyar esta hipótesis, pero eran pequeños y de baja calidad metodológica. Además, en 2014 un análisis sistemático de 36 estudios epidemiológicos sobre café y enfermedades cardiovasculares con más de 1 millón participantes no encontró que esta bebida fuera, en realidad, un factor de riesgo, sino lo contrario. El consumo moderado de café, especialmente con un consumo de 3 a 5 tazas de café al día, se asociaba con un riesgo menor de padecer enfermedades cardiovasculares. Por otra parte, en el grupo de aquellos que consumían más, no encontraron un riesgo mayor.
Otro estudio epidemiológico publicado en marzo de este año, con más de 347.000 participantes, tampoco encontró que el consumo de café se asociara con un incremento en el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Ahora bien, existía una excepción, en el grupo de personas que tenían un consumo elevado de café (más de 6 tazas al día) sí que se asoció con un incremento “modesto” del riesgo de padecer estas enfermedades.
Hace unas semanas, se publicó un estudio complementario a los anteriores que nos aclara aún más cuál es el papel del café en la salud cardiovascular. La investigación, llevaba a cabo en Reino Unido por científicos de la Universidad Queen Mary de Londres, muestra sus resultados en la revista médica Heart. En este estudio se han incluido a más de 8.000 participantes que se dividían en tres grupos: Aquellos que bebían menos de una taza de café al día, aquellos que bebían entre una y tres tazas al día y los que bebían más de tres tazas al día, con un número máximo de 25 cafés al día.
El principal punto de interés en este último estudio, que complementa a otros, es que no se centra en la aparición de enfermedades cardiovasculares, sino en el uso de pruebas de imagen cardiovasculares. Concretamente, se realizaron resonancias magnéticas, para valorar la distensibilidad de la aorta (el principal vaso sanguíneo del cuerpo humano) y la forma de onda del pulso arterial registrada por pulsioximetría sobre los participantes. Con estos dos métodos se podía conocer así la rigidez arterial de los sujetos. También realizaron medidas para minimizar los sesgos, pues encontraron que los que bebían café de forma moderada o en abundancia eran más probablemente hombres, fumadores y consumidores habituales de alcohol.
Cuando se analizó la distensibilidad de la aorta y las formas de ondas del pulso arterial entre los tres grupos no se observó ninguna diferencia significativa, incluso entre aquellas personas que llegaban a consumir 25 cafés en un día. Tampoco se vieron diferencias en las frecuencias cardíacas ni en la presión sistólica arterial (la tensión sanguínea “alta”, cuando el corazón late). Según los métodos usados, el café no ejercía ningún efecto sobre la rigidez arterial.
En otras palabras, este estudio, junto con los otros realizados en los últimos años refuerza aún más la hipótesis de que el café no es perjudicial para la salud cardiovascular ni incrementa la rigidez arterial. Sin embargo, no es el final de la historia, y serán necesarios más estudios para asegurarnos de que sea así. Los sesgos en los estudios científicos epidemiológicos limitan nuestra compresión de la realidad y un estudio en este ámbito, por sí solo, no nos garantiza que sus resultados estén grabados a fuego.