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¿Instituciones o Políticos?

Antonio Estella

Visiting Fellow, University Center for Human Values, Universidad de Princeton —

El debate sobre quien tiene la responsabilidad por la dramática situación económica en la que se encuentra España se está centrando en los últimos meses en los políticos. La discusión está adquiriendo un perfil bastante apasionado, incluso tintes de verdadera “bronca”. Iñaki Gabilondo relata, en uno de sus recientes video-posts de El País la “discusión” que tuvo con un expresidente del gobierno hace unos pocos días. Al ver de nuevo el post, me sigue sorprendiendo la pregunta del expresidente a Gabilondo: “¿de verdad que tu piensas como los demás, que tenemos gran parte de la responsabilidad en esto?” Gabilondo dijo que sí y se desató la tempestad. Yo preguntaría: ¿de verdad hay algún político que piense todavía que ellos no son el origen del problema? Me deja directamente fuera de combate que haya gente inteligente en la política de nuestro país que todavía pueda pensar de esta manera.

Vayamos por partes, porque en este tema conviene ser cuidadoso y todo lo analítico que sea posible. Hay una línea de argumentación, la que encarna Cesar Molinas, que viene a decir que en realidad no son los políticos, sino las instituciones, las culpables de lo que le ha pasado (le está pasando) a España. Por tanto, si esa es la causa de nuestros males, bastaría con modificar las instituciones para que nada de lo que ha ocurrido volviera a ocurrir. Por otro lado, Gabilondo termina su video-post diciendo que no entiende cómo no se produce una alianza entre la sociedad y los partidos políticos para cambiar las cosas. Las posturas de Molinas y Gabilondo difieren en el diagnóstico (para uno las instituciones, para otro los políticos) pero se acercan en el remedio: modificar las instituciones para uno, acercar determinadas instituciones (los partidos políticos) a la sociedad para otro. Es más coherente la postura de Molinas que la de Gabilondo; ambas son, sin embargo, igualmente equivocadas en lo que se refiere al remedio.

Creo que las instituciones, por si solas, no pueden explicar desde mi punto de vista ningún resultado si las entendemos en el vacío, si las desconectamos de los actores que las emplean, en este caso, los políticos. Por tanto, siendo la variable las instituciones, y la constante los políticos, tendríamos los mismos resultados. Imaginemos que en un país X cambiáramos la ley electoral pero dejáramos en activo a los mismos políticos, que son políticos corruptos. El resultado seguiría siendo bastante similar al producido antes del cambio institucional, puesto que los políticos corruptos ya se las arreglarían para seguir haciendo de las suyas en la nueva situación con las nuevas reglas.

Dejando a un lado nuestro país ideal, X, y volviendo a la realidad española, creo que hay bastantes pruebas que apuntan hacia la responsabilidad de los políticos (no de “la política” en abstracto) en todo lo que está pasando. Para ir al punto, cito varios ejemplos que están en la mente de todos: fueron los políticos los que tomaron la decisión de liberalizar los mercados financieros allá por los años ochenta (también políticos españoles, claro); fueron los políticos los que decidieron realizar una liberalización salvaje de nuestro suelo; fueron los políticos los que, una vez constatado por todos que había una burbuja inmobiliaria, decidieron no pincharla. Y fueron los políticos los que no controlaron de manera suficiente lo que estaban haciendo los mercados financieros (auténticos terroristas: pero si un terrorista pone una bomba que explota y mata a 100 personas ¿no se nos ocurriría pensar si la Policía podría haber evitado ese resultado? Y si descubriéramos que efectivamente se pudo haber evitado, ¿dudaríamos a la hora de pedir la cabeza del jefe de policía?). Dicho de otro modo: por acción u omisión (pero no metamos la omisión en el saco de las responsabilidades menores: en este drama, la “culpa in vigilando” juega un papel importantísimo), los políticos, nuestro políticos, son responsables en gran medida de lo que está ocurriendo en nuestro país.

Por otro lado, y aquí es donde las historias que nos cuentan Molinas y Gabilondo confluyen, es evidente que sin una renovada alianza entre la sociedad y los partidos políticos nadie podrá sacar adelante a España de nuevo. Pero para que aquello ocurra tiene que darse un paso previo: que la constante, varíe, es decir, deje de ser una constante. Expresado de otra forma: que los partidos políticos se compongan de otros políticos, de otros hombres y otras mujeres, de carne y hueso, que se dediquen a la política. Porque, ¿quién se podría volver a fiar de aquel que desde el punto de vista de la víctima es el responsable de su situación? Nadie mínimamente racional lo haría. Nadie me puede pedir que vuelva a contratar al específico miembro de la compañía de seguridad que aprovechó su posición para entrar en mi casa y robarme. Sí me podrían pedir que confiara, de nuevo, en esa compañía de seguridad, en abstracto. Pero no en la persona concreta que me robó, por muy intenso y expreso que fuera su arrepentimiento y sus declaraciones de enmienda.

Los mismos partidos políticos, con los mismos políticos, no funciona. Los mismos partidos políticos, con otros políticos, puede funcionar. Y aquí, en este contexto renovado, sí que pueden tener algo más de sentido reformas de tipo institucional: como por ejemplo, la de la limitación de mandatos a dos; o la de no acumulación de cargos; o la exigencia de que los políticos tengan un nivel mínimo de formación y hayan vivido de alguna otra cosa que no sea la política en algún momento de su vida.

En resumen, planteado de la manera más cruda posible (lo siento por aquellos que puedan sentirse ofendidos): hay que jubilar a toda nuestra clase política porque es la única manera de que la gente vuelva a recuperar la confianza (aquí sí) en “las instituciones”. En esta especie de guillotina civil, pagarán justos por pecadores, lo sé: todos conocemos a algún que otro político que es honesto y que hace correctamente su trabajo. Pero es el precio que hay que pagar (que los políticos tienen que pagar) por la gravísima situación que vive España.

Me preguntarán: haciendo un ERE a toda la clase política española, ¿se arreglan las cosas? Los que vengan, ¿no serán iguales, no caerán en las mismas trampas, en los mismos vicios? ¿Qué es lo que nos asegura que al venir otros no se acaben convirtiendo en más de lo mismo? Mi contestación es la siguiente: soy completamente pesimista con respecto a la condición de la persona que se dedica a la política en el largo plazo. Pero en el corto-medio plazo, si los nuevos entrantes son personas que no están contaminadas por la práctica política y tienen un cierto nivel de idealismo, entonces la cosa puede funcionar durante, al menos, un par de decenios. Luego habrá que jubilarlos de nuevo. Pero esta transfusión de gente completamente nueva a nuestro sistema institucional puede servirle a nuestro país para recobrar algo de aliento y seguir funcionado durante un tiempo razonable.

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