Los conflictos en el Estado de Bienestar: ¿una combinación fatal para el centro-izquierda?
Artículo publicado previamente en Policy Network: Europe's welfare and labour market conflicts: A fatal squeeze on the centre-left?Europe's welfare and labour market conflicts: A fatal squeeze on the centre-left?
Se están intensificando las batallas políticas en los mercados de trabajo y en los sistemas de bienestar europeos, enfrentándose diferentes grupos de interés. Éstos, están posibilitando la formación de coaliciones electorales y están sustentando juntos un gobierno cada vez más difícil para los partidos de centro-izquierda.
Muchos de los partidos que formaron parte del gran abanico de formaciones socialdemócratas catch-all que dominaron la Europa de posguerra ahora han visto mermada su capacidad para ir solos. El SPD, quien otrora fuera el gigante del sistema de partidos alemán, obtuvo sólo un 26% de los votos en las pasadas elecciones federales. En términos de atracción general entre todo el centro-izquierda, el SPD perdió un 8,6% a favor de Die Linke (a su izquierda) y un 8,4%, que fue a parar a los verdes, de carácter socioliberal. En los Países Bajos, el PvdA, el estandarte histórico de la socialdemocracia holandesa, entró en 2012 como socio minoritario en un gobierno encabezado por el centro-derecha. Ahora está obteniendo un 10,9% de intención de voto en las encuestas, el sexto partido del país. Las últimas encuestas mostraron que el PvdA perdió un 11,4% a favor del partido socialista, ideológicamente situado a su izquierda, y un 14% que fue para el D66, el partido socioliberal.
La fotografía es igual de melancólica en Francia, donde las encuestas dan al partido de gobierno un 19% en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, perdiendo un 10% que lo ganaría el Front de Gauche, y un 6% que lo obtienen los verdes. Los nórdicos no están ni mucho menos exentos de esta gran erosión de votos: en Suecia, con datos históricos en la mano, los socialdemócratas (SAP) están perdiendo constantemente apoyo desde el 45,3% en 1994 al 30,7% en las elecciones de 2010. Hoy, el SAP lidera las encuestas obteniendo un 33%, cediendo un 7% al partido izquierdista y un 9,5% a los verdes. Por otro lado, los socialdemócratas daneses están alcanzando un modesto 20,1% de intención de voto, mientras que el Partido Laborista noruego ha perdido recientemente el gobierno. En Grecia encontramos el ejemplo más extremo; con un sistema de partidos muy agitado, el PASOK (tradicionalmente el partido hegemónico en el centro-izquierda) ahora se sitúa en un 5,9% de apoyo, que contrasta con el 46% que consiguió en las elecciones de 2009.
Los ejemplos mencionados aún no tienen en cuenta un fenómeno mucho más preocupante: el creciente daño que los partidos populistas de extrema derecha están haciendo a las coaliciones socialdemócratas. Dirigiéndose a las clases trabajadoras con mensajes que apelan al conservadurismo social y al bienestar teñidos de chovinismo, y denunciando los abusos de las élites y el nefasto impacto de la globalización y la europeización, los populismos crecen. Éstos no afectan en el éxito del ‘travestismo político’, marca política registrada por Angela Merkel (partidos de centro-derecha progresistas que siguiendo la corriente de la opinión pública adoptan posiciones más centristas o más socialdemócratas).
En principio el Reino Unido debería estar protegido de estas tendencias gracias a su sistema electoral, pero el desprecio por la clase política se hace más profundo y el UKIP se ve capaz de hacer incursiones hacia los bancos de votos de los partidos tradicionales. En este sentido, el Labour no puede adoptar una postura complaciente ya que el líder del UKIP, Nigel Farage, hará lo posible para atacar las bases tradicionales -y descontentas- del Labour.
Ante estas dinámicas corrosivas deviene importante considerar algunos de los conflictos distributivos que están dificultando a los partidos de centro-izquierda poder mantener unidos a los grupos de interés y al electorado, ahora fragmentados. Un conjunto de brechas en el seno del Estado de Bienestar y en el mercado de trabajo está influyendo negativamente en las respuestas políticas a la crisis y está originando un clima inflamable de winners y losers.
El conflicto entre los insiders y los outsidersinsidersoutsiders
Los lentos mercados de trabajo en Europa y los dañados Estados de Bienestar han acentuado el conflicto insider-outsider, hecho que divide los grupos de votantes clave para el centro-izquierda en muchos países. Los intereses de los insiders, caracterizados por un empleo estable y protegido, chocan con los intereses de los outsiders, que tienden a tener inseguridad laboral y salarios más reducidos.
En el actual contexto de recesión y de políticas del sálvese quien pueda en relación a la redistribución y a las transferencias sociales, para los partidos del centro-izquierda es difícil aparecer como partidos atractivos para ambos grupos. Como David Rueda y Johannes Lindvall han subrayado, “si ellos (los partidos de centro-izquierda) enfatizan en políticas que benefician a los insiders, están forzando a los outsiders a dar apoyo a partidos más radicales o a no querer saber nada sobre política institucional; si proponen políticas que beneficien a los outsiders, corren el riesgo de perder apoyos entre los insiders.”
En otras palabras, si un partido socialdemócrata quiere atraer unos votantes de clase trabajadora exprimidos, que ahora son más cautelosos que nunca respecto a la redistribución estatal generosa hacia los servicios sociales debido a que sus estándares de vida están empeorando, entonces debe ponerse duro en relación a los conflictos con el otro grupo de votantes que, en un contexto de apuros económicos, depende más que nunca de que exista una safety net y de las transferencias sociales. En cambio, si defienden un gasto social generoso, se pone en riesgo relegar al ostracismo esos insiders que sienten que están trabajando duro pero no recibiendo nada a cambio, mientras por otro lado provocas ataques de los oponentes en relación al despilfarro de las políticas de alto gasto y altos impuestos.
El conflicto sobre la desigualdad de género
La desigualdad de género es una línea divisoria más en el conflicto insider-outsider. En muchas partes de Europa, la mayoría de las mujeres podrían clasificarse como outsiders en el mercado de trabajo porque el riesgo que tienen de perder el empleo es sensiblemente superior al que tienen los hombres. En el Reino Unido, las mujeres predominantemente tienen los trabajos peor pagados y peor cualificados. Se estima que las mujeres constituyen alrededor de dos tercios (62%) de los trabajos peor pagados y tres cuartas partes (74%) de los trabajos a tiempo parcial. Esta situación se agrava por los recortes en la oferta de empleo público, donde las mujeres representan la mayoría de la mano de obra. Entretanto, en el sector privado, donde las mujeres tienden a tener menos oportunidades entre la plantilla, la oferta de trabajos mal pagados se está incrementando en concordancia con una recuperación económica impulsada a través de una redistribución regresiva. Se ha estimado por parte del TUC (Trades Union Congress) que cerca del 80% de los empleos que se han creado en el sector privado por la coalición de gobierno en el Reino Unido han sido de baja remuneración.
Las consecuencias electorales de la desigualdad de género en el mercado de trabajo han sido explicadas detalladamente por Patrick Emmenegger y Philip Manow, quienes han señalado que el descenso de creyentes en la Europa occidental ha provocado que las mujeres sean socioeconómicamente votantes indecisas fundamentales en muchos países. Anteriormente ellas habrían votado predominantemente por el centro-derecha o por los partidos cristiano-demócratas, pero en las décadas recientes se han movido firmemente hacia los partidos socialdemócratas. Los partidos de centro-derecha, que se enfrentan a sus propias constricciones de coalición, reconocerán progresivamente esta dinámica y tratarán de rectificar orientando sus políticas a favor de la mujer. Emmeneger y Manow predicen que un gasto social razonable en guarderías, una escolarización que dure todo el día (la sexta hora por ejemplo) y otros programas de bienestar que se enfoquen en ‘de-familiarizar’ los servicios, estarán, cada vez más, encima de la mesa en cuanto los partidos compitan en este terreno.
El trade-off es que mucha de la inversión social requerida en el cuidado de los niños y en herramientas para mejorar la igualdad de género en el mercado de trabajo, significaría subir los impuestos (lo cual representa otro conflicto) o, de manera alternativa, recortes en otras areas, como las pensiones o aumentar la edad de jubilación. Sin embargo, los partidos no tienen la voluntad de correr riesgos preocupando su leal voto “gris”.
El conflicto joven vs. viejo
Existen unas bases sólidas para que haya una nueva política de victimismo entre los jóvenes. Los jóvenes están perdiendo su juego distributivo a favor de las generaciones anteriores, y su actual posición de “net losers” está empeorando en el marco de una Europa con unos Estados de Bienestar cada vez más agonizantes. Como Bruno Palier (de SciencesPo) ha mostrado en un trabajo donde recopila datos de la OCDE en seguridad social, el gasto público en el sistema de salud y en pensiones (que principalmente benefician a los ancianos) es desproporcionadamente superior al gasto en educación y formación, que está orientado a las generaciones más jóvenes y especialmente a los jóvenes con menos aptitudes y menos protegidos. Además, en un contexto de oportunidades limitadas para los jóvenes, este hecho tiene un impacto muy perjudicial en términos de movilidad social; y consecuentemente los padres y abuelos más ricos pueden usar sus propios recursos y redes para dar a sus hijos y nietos ventajas sobre el resto.
Al mismo tiempo, los votantes más viejos tienden a ser grupos electorales más preciados debido a la alta probabilidad de que sigan votando siguiendo pautas tradicionales. Merece constancia el aumento del partido 50PLUS en los Países Bajos, que batallan por los intereses de los pensionistas. Gráficos elaborados recientemente muestran que la proporción de pobreza infantil en los Países Bajos es 5.5 veces mayor que la de ancianos pobres. La misma situación se da en Grecia, donde el paro juvenil es del 58,8% y el Estado gasta seis veces más en los ancianos que en los ciudadanos jóvenes. En cambio, esta ratio sólo es del 3.4 en Suecia, que tiene una estructura demográfica similar.
El efecto del ciclo vital en relación al bienestar tiene que ser reconocido; no obstante, ¿cuánto tiempo falta para que grupos de jóvenes se movilicen en contra de la situación tan precaria en la que se encuentran? Vemos el mismo escenario en Italia, también señalado como uno de los países más injustos intergeneracionalmente, donde un 47,2% de los jóvenes (18-24) votaron por Beppe Grillo en las anteriores elecciones. El riesgo es que una generación de votantes sea dejada a la deriva por parte de la política institucional y pierdan la fe en el Estado de Bienestar.
Otra vez los trade-offs aparecen en cómo financiar inversiones sociales a largo plazo que aseguren el futuro a los jóvenes, en una era globalmente competitiva. A quien más le pesan las cargas serán influenciados por el resultado de los conflictos entre el sector público y el sector privado.
El conflicto sector público vs. sector privado
Adaptarse y ajustarse a la crisis de la deuda conduce a un conflicto entre el sector privado y el sector público; hecho que establece los parámetros necesarios para que aparezcan los conflictos en el mercado de trabajo mencionados anteriormente. Como principalmente el ajuste se hace recortando en el sector público y no se aumentan los impuestos, hay un campo de batalla divisorio entre muchos trabajadores del sector público que se encuentran en situaciones muy difíciles, debido al éxito electoral de los partidos de centro-derecha en toda Europa.
El vacío en las finanzas públicas que se fraguó en las décadas que nos preceden, permanece. Para ilustrarlo, las investigaciones destacan el declive en las ratios impuestos/PIB en Europa entre el 2000 y el 2008, a pesar del contexto de crecimiento económico. Como Jane Jenson ha defendido, uno de los mantras que se ha escampado durante las tres últimas décadas ha sido “no nuevos impuestos”. En muchos casos la izquierda ha sido reacia a enfrentarse a los trade-offs electorales de subir impuestos, como Jenson afirma, y donde sí respondió fue en cargar de impuestos a los ricos, pero es que simplemente no hay suficientes ricos para llenar el vacío.
Así que ante la ausencia de nuevas conversaciones a nivel nacional sobre una posible base más amplia de tributación, una carga considerable caerá en forma de recortes al Estado, lo que significa que los trabajadores del sector público y beneficiarios de servicios sociales se movilizarán en contra de los partidos por no defender el interés público; mientras, si resulta ser de la otra manera posible y un partido rechaza los recortes y promete más gasto social y más impuestos para los ricos, entonces diferentes grupos de interés harán notar su descontento a los partidos ya que lo verían como favoritismo hacia el socialismo del “impuesto y gasto” y hacia un sector público con intereses particulares. En cualquier caso se crearía un ambiente corrosivo de winners y losers.
Otro aspecto de este conflicto es que los contribuyentes que no trabajan en el sector público, atizados por los medios de comunicación de derechas, pueden tener la impresión de que ellos son los losers en el juego distributivo. El sistema de pensiones público puede ser un pararrayos en este sentido ofreciendo unas prestaciones por jubilación en el sector público comparativamente más generosas que muchos planes de jubilación privados. En cada incidencia, los grupos de interés se van a movilizar unos contra los otros, ya sea reformistas contra tradicionalistas o sindicatos contra alianzas de contribuyentes.
Luchando en una década de conflictos distributivos
Los partidos políticos, especialmente los de centro-izquierda, han trabajado para adaptarse a estos conflictos en el mercado de trabajo y en el Estado de Bienestar, de la misma manera que las economías occidentales se intentan recuperar de las consecuencias de la crisis financiera y de las tendencias demográficas a largo plazo que indican un envejecimiento y, por tanto, presiones sobre el sistema sanitario y de pensiones.
En una sociedad mucho más heterogénea, con diversos grupos de interés, los socialdemócratas se han esforzado en encontrar puntos de consenso para poder mantener una serie de coaliciones. En este clima de winners y losers, el apoyo político es cada vez más condicional y circunstancial. En esta coyuntura es difícil ver el día en el que los principales partidos de centro-izquierda europeos puedan otra vez alcanzar el 40% de votos.
El talento de los políticos del mañana se medirá en función de su habilidad para expresar narrativas capaces de cerrar algunas de estas divisiones; por ejemplo, enmarcando un nuevo contrato social entre los abuelos y los nietos. Serán necesarias coaliciones bien engrasadas con otros partidos y movimientos. Y tendrá que venir una nueva serie de medidas de política económica de la mano de una nueva visión moral de la economía; y rehacer las instituciones en función de estos trade-offs en un escenario donde las herramientas de redistribución tradicionales están restringidas. Las prioridades y sacrificios deben ser aprehendidos con poco margen para las vacas sagradas.
Los partidos políticos que hacen grandes promesas en un esfuerzo para complacer a todos los grupos sociales, seguramente se darán cuenta de que pagan un alto precio una vez en el poder al no dar lo prometido. A la larga, esta dinámica hará que la gente se aleje de la política institucionalizada. Como en un tablero de ajedrez, el ejercicio de elaborar políticas, construir coaliciones y gobernar será complejo, dificultoso y arriesgado. Ir a por todas para ganar no será el movimiento más acertado.