ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
No se puede amar lo que no se conoce
Esta frase, asociada entre otros a Leonardo DaVinci, la escuché un día en la entradilla del podcast que dirige Pura Sánchez sobre la historia de Andalucía, y me dejó unos días pensando. ¿Cuánta gente siente Andalucía pero no la entiende?
En mi caso, con el paso de los años, las sensaciones han ido cambiando (de no ser así, ¿qué tipo de persona sería?). Por ejemplo, en la adolescencia me vanagloriaba defendiendo la tostada con tomate y aceite como el desayuno más sano, más económico y más sabroso del mundo. Una manera de autodecirme que “lo mío” era lo mejor. Tengo que reconocer que siempre fui más visceral que racional.
Cuando me alejé del territorio y quise regresar a él, dejé de dar por asumida la realidad laboral andaluza como algo que "es así" para empezar a preguntarme por qué y desde cuándo lo es
Los titulares enganchan a cualquiera, ¿o no? Cualquier frase de Blas Infante, o de Antonio Manuel, es motivo suficiente para indignarse y pedir tierra y libertad; palabras que, trasladadas al presente, no son ni más ni menos que pedir oportunidades y derechos. Sin embargo, cuando uno comienza a coleccionar estos titulares y los une a un momento de resignificación personal, parece que el caldo de cultivo no puede ser más idóneo para repensarlo todo, y con ello, repensarse a uno mismo.
Mi sentimiento andalucista floreció cuando el sueño laboral de la gran ciudad se debilitó, lo que se tradujo en un “si aquí vine para prosperar laboralmente y esa expectativa se ha diluido, ¿qué hago aquí?”. Fue en ese momento, y no en otro, cuando empecé a pensar que mi tiempo en Madrid se había agotado. Sin embargo, eso suponía volver a poner encima de la mesa los mismos motivos por los que me fui de Andalucía. Dedicarme a lo mío (el cine y el audiovisual) se tornaba de nuevo complicado, puesto que el tejido audiovisual andaluz, aunque prospera, lo hace a su ritmo, con lentitud, y por tanto, probar la aventura laboral en mi tierra de nuevo podría ser, con mucha probabilidad, volver a tropezar sobre la misma piedra.
Así que, cuando me alejé del territorio y quise regresar a él, dejé de dar por asumida la realidad laboral andaluza como algo que “es así” para empezar a preguntarme por qué y desde cuándo lo es. En una ocasión, dijo Isidoro Moreno que “”la falta de toma de conciencia de los andaluces como pueblo supone un lastre para desplegar nuestras potencialidades“. Por supuesto que hay que escuchar a Camarón y a Paco, y comerse un buen mollete con jamón, y celebrar nuestras ferias y la Semana Santa, pero si eso no va acompañado de leer a Blas Infante, de escuchar a nuestros sociólogos y folcloristas, de buscar podcasts y analizar conferencias (en definitiva, si no leemos, si no estudiamos, si no entendemos dónde estamos y por qué), no estaremos amando a Andalucía de una manera real, pues al fin y al cabo, no la conocemos.
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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
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