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Las islas y las despedidas

Fotograma de la película 'Her' de Spike Jonze.

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Quiero mucho a Nora Ephron. La quiero porque siempre me hace reír a carcajadas, aún cuando estoy de mal humor o tengo un día horrible. La quiero por sus recetas de cocina, por sus chistes incorrectos, por su forma de desdramatizar la vida, por ser la autora de esas comedias románticas que devoro en otoño en las que Meg Ryan no puede desplegar más belleza por metro cuadrado. La quiero, también, porque fue capaz de convertir el dolor tremendo que le provocó su divorcio de Carl Bernstein en una novela llena de sentido del humor, de momentos hilarantes y de una determinación que elegía no quedarse atrapada en la tristeza, sino mirarla de frente y ser capaz de bromear sobre ella.  

Y no es que no le doliera o no sufriera, ni mucho menos. Nora estaba embarazada de su segundo hijo cuando descubrió la infidelidad de su marido. Aquello la dejó rota. “Me volví loca de pena”, contó años más tarde. Pero decidió agarrar esa pena y crear Se acabó el pastel, una novela que fue adaptada al cine con Meryl Streep y Jack Nicholson, y que varias décadas más tarde, sigue haciéndonos reír y mirar la vida desde un lugar luminoso.

Curiosamente, me recuerda a María Lejárraga, que optó por este mismo camino en algunas de sus novelas. Y ante las acusaciones de ser ñoña o “amerengada” se defendió así: “En novela, comedia, vida o sueño en que los héroes alcanzan el prodigio de sonreír ante sus propias lágrimas, no cabe el amerengamiento”. Y no cabía, porque en aquella época, una mujer que elegía tomar las riendas y seguir adelante con la vida y con la risa a quedarse en el papel de dama doliente, era algo casi revolucionario.

Muchas veces, mientras hablo de sus textos y sus palabras en charlas y coloquios, pienso en que ojalá yo tuviera esa fortaleza.

Estamos hechos de pedacitos de las personas que han sido importantes en nuestras vidas

Puede que el duelo sea una de las experiencias más brutales y dolorosas por las que pasamos todos los mortales. Un duelo es algo que de alguna forma te mata, acaba con quien habías sido hasta ese momento, y entonces tienes que volver a nacer. Puede uno pensar que el dolor pasará, pero lo cierto es que no pasa, nunca se va, nunca desaparece. Entonces tenemos dos opciones: quedarnos atrapados en ese bucle infinito o aprender a convivir con él. Puede que incluso, convirtiéndolo en algo bello. Como hicieron Nora Ephron, María Lejárraga o estos artistas de los que quiero hablarles, entre muchos otros.

Mi amigo querido, el escritor Andrés Neuman, acaba de publicar su último poemario, Isla con madre, donde recoge los poemas que escribió hace 15 años mientras cuidaba de su madre enferma en sus últimos días con vida. Andrés guardó en un cajón aquellos poemas escritos en trocitos de papel y nunca los volvió a leer. Hasta ahora, para convertirlos en un hermoso libro, una isla de amor a la que poder volver cuando estemos necesitados, un lugar seguro donde colocar el duelo, donde colocar todos los recuerdos, las palabras dichas y las no dichas, las historias, los abrazos, los besos, las despedidas y el amor. Una isla con el suficiente mar de distancia. “Y me rodeo con mis propios brazos para abrazar en mí lo que hay de vos”, dice en uno de sus poemas. Porque sí, estamos hechos de pedacitos de las personas que han sido importantes en nuestras vidas.

Hace años que no pongo el árbol de Navidad, aún no he sabido cómo hacerlo para que los recuerdos no me ahoguen en la tristeza

El director de cine Spike Jonze lo expresó así en una de mis películas favoritas de los últimos tiempos: Her, una hermosa carta de despedida de la que fue su mujer, mi adorada Sofía Coppola. Once años después de su separación y curiosamente el mismo año que Sofía volvía a casarse, el director firmaba esta obra llena de referencias a ella, a sus películas, a las cosas que a ambos les gustaban. Puede que sea una de las más bellas formas de pasar página y de despedirse que he visto nunca. “Siempre te querré porque crecimos juntos, y tú me ayudaste a ser quien soy. Quiero que sepas que siempre habrá un pedazo de ti en mí. Y estoy agradecido por eso”.

La semana que viene, en el puente de la Consitución, se suele poner el árbol de Navidad en muchas casas. Yo hace años que no lo pongo, aún no he sabido cómo hacerlo para que los recuerdos no me ahoguen en la tristeza. Quizá un día pueda colocarlos en una obra bella, en una isla, o en algún lugar que me haga sonreír, “como quien finaliza una mudanza y se sienta a fumar de frente al sol”, que dice Andrés Neuman. Mientras tanto, no sé, están los libros, los poemas, las canciones, las películas y la luz de quienes ya lo hicieron antes. Como un horizonte, como el faro de la isla.

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