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Ladrillazos de amor
Hay que ver hasta dónde llega la peste de la crisis del ladrillo. Cuando uno empezaba a pensar que la burbuja se había desinflado del todo, resulta que no es así, que aún tiene gases que expulsar.
Efluvios como los que me han asaltado esta mañana cuando he ido a comprar algún material de oficina a mi imprenta de siempre, cuyo nombre no diré por respeto, por amistad, porque no tengo la certeza de que la NSA no me haya pinchado estas líneas y porque, al fin y a la postre, no viene al caso o, como dice Raphael, Qué sabe nadie.
Tremenda sorpresa la que me he llevado tras ser informado de que en apenas un par de semanas este negocio echará el cierre. Cómo es posible, me he preguntado, si siempre que voy, incluso esta misma mañana, el local está lleno de clientes y los trabajadores no paran ni un segundo. Repito, cómo es posible que la empresa vaya a cerrar cuando, aparentemente, la maquinaria no ha dejado de producir.
Pues sí, la maquinaria precisamente, resulta que todo es culpa de la maquinaria. De la maquinaria y del ladrillo. Me explico: hace unos años, muy pocos, un alto porcentaje de los encargos a la imprenta eran reproducciones de calidad de planos de edificios porque en esta ciudad, como en el resto de ciudades españolas, se construía y se construía mucho. Nuestros amigos de la imprenta, animados por el volumen cada vez más creciente de pedidos que les hacían los estudios de arquitectura y afines, decidieron comprar más y mejores máquinas para satisfacer a sus clientes y prestarles un servicio de calidad. Imagino que harían sus números y sus previsiones de ingresos y gastos pero en cualquier caso, ¿quién no habría acometido, en tal situación, las mismas inversiones? ¿Quién puede permitirse el lujo de dejar de invertir en unos activos necesarios para la buena marcha del negocio?
Como desgraciadamente todos sabemos a estas alturas de la película, y vaya si lo sabemos, la burbuja estalló. El ladrillo dejó paso al ladrillazo, zas, en nuestras cabezas y estos señores de la imprenta se han encontrado de buenas a primeras con una estupenda maquinaria que, no obstante, permanece prácticamente parada, pues apenas entran ya encargos de impresiones y reproducciones de planos. Lo que sí que entra inexorable y puntualmente todos los finales de mes es la dichosa letra de las dichosas maquinitas. Letra que, ni que decir tiene, las meras compras de material de oficina como las que yo y otros muchos como yo suelen hacer, no son capaces de sufragar.
La muerte de una empresa es siempre una noticia triste (otra) a la que por desgracia nos hemos acostumbrado (también). Confío y deseo que a nuestros protagonistas les vaya bien. No dudo de que encontrarán un nuevo camino. No seré yo el agorero que venga a aguarles la fiesta, no me gusta ver la botella medio vacía, pero lo cierto y verdad es que no hay para dónde mirar.
La inversión en I+D+i es ridícula; la obra pública, meramente testimonial; la apuesta por las renovables, un espejismo que se desvaneció a golpe de requeteregulaciones; la cultura, no interesa (es más, creo que a los señores de este Gobierno la cultura les da miedo, bienlosabedios); la agricultura vive instalada en su propia crisis secular; y el turismo... bueno, sí: parece que mientras las cosas sigan mal en Egipto, Grecia, Siria, etc... a nosotros nos seguirá yendo bien. Nos dicen que afortunadamente ya hemos salido de la recesión, técnicamente hablando. El gobierno insiste en que ya, que esta vez sí que sí, de verdad de la buena, palabritadelniñojesús, que estamos saliendo de la crisis pero...
…pero ¿Quo Vadis, economía española? ¿qué sectores, industrias, iniciativas, estamos promoviendo para que esto vuelva a tirar para arriba más pronto que tarde? Leo alucinado en algún periódico salmón que en el Meeting Point, el Salón Inmobiliario que tuvo lugar la semana pasada en Barcelona, sus organizadores no cabían de contento porque el mercado estaba dando señales de recuperación, gracias sobre todo al interés creciente de los fondos de inversión internacionales en nuestro depauperado ladrillo. Además, el objetivo del Salón este año ha sido llegar a inversores rusos y chinos, habida cuenta de que la modificación de la Ley de Extranjería va a permitir que los ciudadanos de fuera de la Unión Europea puedan conseguir la residencia en España mediante la adquisición de una propiedad inmobiliaria de un valor igual o superior a 500.000 euros. ¡Toma ya!
Consideraciones éticas y morales aparte en torno a esta modificación legal, me temo que seguimos sin darnos por aludidos. Me temo que no hemos escarmentado con el ladrillo, por mucho que éste no haya golpeado en cabeza ajena, sino de lleno en la nuestra. Más bien, empezamos a parecernos a Krazy Kat, aquella gata loca que, cuanto más ladrillazos le propinaba el ratón Ignacio, más profunda, surreal y locamente se enamoraba de él. Y eso que la lógica natural nos enseña que siempre ha sido el gato el que se ha comido al ratón. Hasta ahora: un ladrillazo más y volveremos a ser suyos.