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La injusta discriminación de ser mujer
Partamos de una evidencia. El machismo, a estas alturas del siglo XXI, no es un residuo de épocas pasadas sino una realidad que se percibe en diversos ámbitos de la sociedad, seguramente en casi todos.
Que los hombres dan por hecho que ocupan un lugar en el mundo que les pertenece es una obviedad. Siglos de supremacía de facto dejan una estela de difícil modificación. La trayectoria de este problema es inexorable por lo que el cambio de trayectoria requiere de algo más que buenas palabras.
Los hombres tradicionalmente compiten entre ellos pero cuando han de competir con mujeres son ellas y no ellos los que tienen que demostrar su valía. Los hombres e incluso algunas mujeres extienden la idea de que hay que elegir a las personas en función de la valía y no de su sexo. Admitamos que eso sería ideal. Pero no hay que engañarse. Así no funciona la sociedad. Salvo que la legislación imponga la paridad la sociedad no se auto impone esta lógica sociológica, que la mitad de la población son mujeres.
Salvo en aquellas profesiones en que se accede por oposición o concurso de méritos, las mujeres están en inferioridad de condiciones. Al extremo de que es habitual que muchos consideren que las mujeres están biológicamente destinadas a la reproducción y cuidado de los hijos y las labores ancilares derivadas. En el mejor de los casos, su acceso al mundo laboral es complementario al trabajo del hombre y en caso de tener que elegir, priman a los hombres a quienes se considera los destinados per se a ser quienes accedan antes al trabajo que las mujeres. A ellos les ha correspondido siempre el sostenimiento de la familia. Y esa idea sigue vigente.
Se denosta con frecuencia la idea de la discriminación positiva. Pero parece que no hay forma de modificar el estado actual de la discriminación femenina si no se impone un contrapeso de esta naturaleza.
Lo cierto es que las mujeres sufren una dificultad añadida e injusta por el hecho de serlo. Y si los hombres no actúan con un claro compromiso en este asunto habrá que imponerlo.
Y el problema no afecta a los varones de cierta edad sino que numerosos estudios demoscópicos revelan que entre los varones jóvenes se reproducen estos roles machistas que son incluso aceptados por las chicas, asumiendo ser controladas por sus novios, o aceptando que ejercer sobre ellas cierta violencia es algo lógico basado, absurdamente, en el amor.
Podemos mirar para otro lado mientras se amontonan los casos de discriminación de las mujeres en todos los ámbitos. Pero la realidad se impone. Y si ponemos el foco en la violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres por el hecho de serlo los datos son abrumadores y trágicos. Desde posiciones ultraconservadoras se alimenta la falsa idea de que la violencia se circunscribe al ámbito doméstico y la ejercen tanto los hombres como las mujeres. Pero no es cierto. Las estadísticas se encargan de desmentir que esto sea así.
No entremos en la justificación miserable de que las violan porque ellas lo provocan. Un movimiento surgido en Chile, pero que sea convertido en viral, se ha plasmado en una performance que corean voces femeninas en vídeos grabados por todo el mundo. La canción “un violador en tu camino” fue creada por el grupo feminista chileno Lastesis y ha sido asumido como himno por millones de mujeres. La contundencia del mensaje justifica su reproducción ahora. Esta es la letra de “Un violador en tu camino”:
Ver a grupos masivos de mujeres recitando este grito resulta sobrecogedor. Y exageraciones aparte, es tan evidente que la situación que viven las mujeres en todas partes debe ser revertida que no caben equidistancias ni ambigüedades frente a un fenómeno que no cesa.
Y como es así, sólo cabe reconocer la verdad. Que esta situación es injusta. Que no resiste ningún análisis que lo justifique. Que no hay una sola razón para que esta patología social no sea combatida, especialmente por los hombres, que no se acomoden en el mullido colchón ventajista en el que se encuentran instalados desde la noche de los tiempos.
Escribir esto con mano masculina no es suficiente para exorcizar a la sociedad. Pero no hay compromiso posible que no deba ser formalizado primero con la palabra y después con los hechos. Las mujeres no quieren protección; exigen emancipación, libertad real.
Es una vergüenza social que mujeres de toda condición deban estar, además de todo, a la defensiva para evitar ser arrolladas, de cualquier modo, por los hombres. Exigen el mismo espacio y la misma tranquilidad con la que viven los hombres. Y son más.
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