Juan Espadas, un “equilibrista” para disputar a Susana Díaz la candidatura del PSOE andaluz
De Jack Lemmon decían que te creías tanto sus papeles porque era como el vecino de al lado, el hombre de la calle normal y sin estridencias. A Juan Espadas (Sevilla, 1966) le viene a pasar más o menos lo mismo: no es precisamente el actor que irradia luz propia y del que se enamora la cámara, ni al que apuntan los focos en el escenario, pero el caso es que se las apaña para tener un buen papel en la película. Nada amigo ni de estridencias ni de sobreactuaciones, como el propio Jack Lemmon, lo cierto es que ahora ha sido él el que ha reclamado la luz de los focos con su decisión de disputarle a Susana Díaz las primarias por la candidatura socialista a la Junta de Andalucía.
Es el alcalde de Sevilla, la cuarta ciudad de España y la más importante en la que gobierna el PSOE, pero ¿quién es Juan Espadas? Precisamente ese era el título del artículo que firmó en la prensa sevillana para presentarse él mismo cuando, en mayo de 2010, fue designado candidato a la Alcaldía hispalense. Porque sí, venía de dos años como consejero de Vivienda y Ordenación del Territorio, pero esa pinta de vecino de al lado y su cartel de gestor técnico antes que de político no ayudaban a ubicarlo.
Poco recorrido orgánico
Y encima nunca había sido lo que se dice un hombre de partido, al que se afilió en 1997 tras mucho insistirle el alcalde de Dos Hermanas, Francisco Toscano. Tenía buen cartel entre los que trabajaban con él, pero literalmente no le conocían muchos de sus compañeros, hasta el punto de que el PSOE le organizó una gira por las agrupaciones de la capital. En paralelo, y para reforzar su imagen institucional y darle agenda pública, fue designado senador y ocupó escaño hasta 2013.
A la hora de esculpir su perfil, hay coincidencias en muchos de los adjetivos: serio, trabajador, fiable, sin sorpresas, perseverante… Ha llegado a presentarse como un hombre sencillo y hasta un poco soso, aunque eso sea mentar la soga en casa del ahorcado después de lo ocurrido con los socialistas en Madrid. Pero ya puestos, y si nos quedamos por esas latitudes, estaría más cerca de un Ángel Gabilondo que de un Pedro Sánchez, con una diferencia: intenta evitar el conflicto como el primero, pero no lo rehúye por mucho que no tenga el colmillo que se estila en política. A cambio, es un buen esgrimista tirando de ironía.
Al consenso por agotamiento
Su gran baza, subrayan en su entorno, es su capacidad de diálogo y su obsesión por el consenso, al que siempre aspira a llegar aunque sea por agotamiento del que está enfrente. Cuentan de él que sabe ceder y hacer que su interlocutor se sienta importante, y que eso le ha abierto más de una puerta. Sea como sea, lo cierto es que se las ha ingeniado para gobernar seis años en minoría casi sin despeinarse, hasta el punto de que en el anterior mandato llegó a consensuar un presupuesto con el PP. Las últimas cuentas municipales las sacó adelante pactando con Cs y Adelante Sevilla en todo un ejercicio de funambulismo, de hecho alguna vez se ha definido a sí mismo como un equilibrista.
Es de los que hace sentirse cómodo a un conservador, pero con la habilidad de no por ello quemar puentes con la izquierda. Pero eso también hace que incluso desde su partido no se le vea como un revulsivo: no es precisamente una cara nueva y tampoco tiene un discurso rompedor ni mucho menos revolucionario. Con el respaldo indisimulado de Ferraz, ha acabado siendo la figura en la que han confluido los críticos a Susana Díaz: se considera que es un candidato que puede derrocarla y eso ya es suficiente, por mucho que en principio no levante pasiones y se le acuse de ser una réplica de Juan Manuel Moreno con un barniz socialdemócrata. Su discurso municipalista le suena bien a los alcaldes, pero no enciende a las masas.
Obsesión por la planificación
Más de reuniones que de mítines y más de equipos que de hiperliderazgos, lleva por blasón familiar una frase que repetía su padre: “El que tiene cara honrada no encuentra puerta cerrada”. Es de los que dice que la suerte le llega trabajando, y considera que para levantar un edificio hay que plantar unos pilares firmes, aunque eso lleve años. Eso le hace ser un fanático de la planificación para emprender cualquier acción política, un terreno en el que se mueve con soltura dejando tras de sí un reguero de planes directores y líneas estratégicas. Podría decirse de él que es el hombre que lo planifica todo, arando campos que suelen tardar en dar sus frutos, con los consiguientes nervios que eso genera en política.
De talante moderado, está acostumbrado a no hacer ruido y se esfuerza por agradar. Licenciado en Derecho (terminó la carrera con 22 años), se especializó en el terreno medioambiental cuando ni se hablaba de cambio climático, aunque asociaciones ambientalistas de Sevilla no dejan de cargar contra él por unas políticas que no ven todo lo verdes que les gustaría. De educación salesiana, se declara creyente sin complejos, es más de Semana Santa que de Feria y bético, aunque no es especialmente futbolero y, en cuestión de deportes, le tiran más el baloncesto y hasta el tenis. Padre de dos hijos, vio la primera luz en lo que entonces era el hospital de las Cinco Llagas y que hoy es la sede del Parlamento andaluz.
Lealtad al partido
Enemigo de titulares estridentes, es de los que intenta no sacar el pie del tiesto y es leal al partido, lo que en 2010 le llevó a aceptar ser candidato a la Alcaldía de Sevilla en un contexto de derrumbe del PSOE que se confirmó en las elecciones del año siguiente, cuando el PP de Juan Ignacio Zoido cosechó la más brutal de las mayorías absolutas de la historia municipal hispalense. Dio el paso pese a saber que era carne de oposición, el mismo papel que ahora casi todos le auguran en el Parlamento andaluz si acaba imponiéndose a Susana Díaz y enfrentándose a Juan Manuel Moreno.
Una Susana Díaz, por cierto, que estuvo presente en su primera proclamación como alcalde en 2015. “No hubiera podido hacerlo sin tu apoyo y confianza”, le agradeció a la por entonces presidenta andaluza, que por su parte lo definió como “una buena persona, un hombre honesto y trabajador”. Aquellos días de vino y rosas (por cierto, una película de Jack Lemmon) quedaron atrás y ahora van a medir fuerzas en la arena. Seguro que en pleno combate no le dedica las palabras que ha utilizado en muchas de las bodas que ha oficiado: “La puerta de la felicidad se abre hacia dentro: si uno la empuja, la cierra cada vez más”. No sabemos si Díaz lee a Soren Kierkegaard, pero seguro que no le va a poner fácil que abra esa puerta.
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