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Guédiguian: “Es la hora de escribir el 'Manifiesto comunista' del siglo XXI”

Guediguian

Alejandro Luque

Sevilla —

Cuando todavía no había empezado el recuento de los votos en la noche del pasado 10N, el cineasta francés Robert Guédiguian (Marsella, 1953) presentaba en el marco del Festival de Sevilla su último filme, Gloria Mundi. El veterano y agudo retratista de las clases trabajadoras marsellesas vuelve aquí a proyectar su mirada sobre una realidad en la que la solidaridad parece el último foco de resistencia frente a los abusos del capital. Y aunque el foco se ponga una vez más sobre su ciudad natal, el cineasta cree que las lecturas son válidas a nivel global.

“En España, en cuatro años, han tenido cuatro elecciones, y la derecha se aprovecha de ello para rebozarnos como croquetas”, afirma. “Ante esto, creo que lo que la izquierda debe hacer es reinventarse. Debe haber una izquierda con puntos claros en un programa, y que sea también capaz de soñar, algo que ahora no hay. La izquierda que tenemos es plana. Es la hora de escribir el Manifiesto comunista, como en 1848, pero en el siglo XXI. Han pasado 150 años, y es hora de que la izquierda vuelva a ofrecer algo. Y que nos hagan sentirnos con ganas de apoyarla”.

¿Qué ha hecho mal la izquierda para que hayamos caído en este desencanto?

De entrada, ha seguido pagando el precio de la caída del Bloque soviético, con todos los defectos que tenían esos países, y también sus virtudes. Pero ese desmoronamiento sigue pasando factura. Mientras estaba ese bloque, los empresarios, los burgueses, la clase capitalista, siempre que había una huelga pensaban que había que dar un poco al menos, o podía pasar lo mismo que pasó en la Unión Soviética. Cuando se desmoronó el Bloque, dijeron en cambio: el mundo es nuestro. Cuando hablo de reescribir el Manifiesto comunista, quiero decir que volvamos a tener un imaginario, una esperanza, un sueño. Volvamos a unirnos, a tener sindicatos reales. La historia nunca es uniforme, va a ocurrir algo, algo tiene que cambiar. Participemos de ese cambio.

En Gloria Mundi se reflejan situaciones en las que el poder transformador del proletariado parece hoy bastante limitado. ¿Qué opciones hay? Gloria Mundi

El colmo de la alienación es que el capitalismo ha conseguido algo fantástico: que el propio obrero tenga el discurso del patrón. En la película, Matilda, que está de pruebas en su trabajo y sabe que la van a echar dentro de unos meses, lo dice muy claro: “Si yo estuviese en su lugar, haría lo mismo”. Es la victoria absoluta por parte del capital. Esto es lo que hay que cambiar. Luego los chicos que se ponen en huelga para pedir dos o tres euros más al día que les permitan pagarse la comida, refleja hasta qué punto es grave lo que tenemos ante nosotros. Todo el mundo se considera empresario, quiere ser jefe. Ahora en Francia vas a la taberna de la esquina, y oyes a trabajadores decir que no hay que aumentar el salario mínimo, porque si se aumenta, no podremos competir contra las empresas chinas. Por boca de la gente, de pronto, habla el dinero. Y confío en que esto va a cambiar, hay pequeñas bolsas de gente que no está de acuerdo. Todo el asco que da este mundo va a crear una bola y cualquier día va a explotar.

Francia tiene ya una larga experiencia con la ultraderecha. ¿Qué consejo pueden darnos a nosotros, los españoles, que empezamos a ver su ascenso?

La única forma, creo, para combatir la extrema derecha es volver a pensar una construcción popular de extrema izquierda. No hablo de socialdemocracia, ni mucho menos, sino una izquierda real con un programa preciso, que favorezca los movimientos populares. Nada de “hagamos un poco para la clase trabajadora”, sino un programa dirigido de veras a la clase obrera. Solo así se puede hacer que la masa popular quiera adherirse. Una vez nos hayamos hecho con esto, podremos explicar cosas más sutiles o filosóficas. Pero al principio hay que ser muy concreto, al servicio de esta gente.

¿Eso puede hacerse en la actual situación de Francia, con los partidos de izquierda muy debilitados?

Es una catástrofe, en efecto. Hay que reconstruir todo, mezclando los movimientos ciudadanos. Ahora mismo hay, de cara a las municipales, intentos de hacerlo, y espero que funcione en algunos casos. Hay colectivos de base que se están reuniendo con partidos de izquierda, que han perdido mucho pero siguen teniendo buenos elementos. Intentan fusionarse para hacer listas comunes, mixtas. Porque los partidos quizá no tengan la verdad absoluta, pero los colectivos ciudadanos tampoco. La gente desorganizada en la calle, que participa de movimientos espontáneos, no tiene más ni mejores ideas que los partidos. No hay una solución milagrosa.

Un éxito de la extrema derecha es sin duda que se haya normalizado su discurso. ¿Podemos decir que en Francia se ha perdido del todo el miedo a este movimiento?

No, no lo creo. La extrema derecha en Francia está menos viva, tiene menos fuerza que hace 25 años. Al contrario, para justamente ganar votantes, ha tenido que suavizar bastante su discurso, al contrario que aquí en España. Por ejemplo, la oposición entre Marine Le Pen y su padre es evidente. El padre le reprochaba que ella se hubiera ido demasiado a la izquierda, ¡por favor!

¿Qué propuestas puede hacer el cine para ayudar a estos cambios?

[sonríe] El cine puede, si no cambiar las cosas, sí participar en la creación de ese imaginario del que hablaba antes. Hacer propuestas para despertar de nuevo ese sueño. Marius y Jeanette, mi película de hace veinte años, sería lo opuesto a Gloria mundi. Toda la película se desarrollaba alrededor de un patio, y de hecho la hice para que existiera ese patio, para que fuera una idea concreta. Por eso se hace cine. Todos los movimientos sociales necesitan una bandera, un estandarte, un himno, algo donde reconocerse. Tal vez el cine pueda proporcionarlos.

¿Por qué cree que existen más propuestas de distopías que de utopías en el cine actual?

Siempre es más fácil criticar que construir. [Nicolas] Boileau, el autor del XVII francés, decía que criticar es fácil, hacer arte es más difícil. Aunque la crítica también puede ser constructiva.

Coinciden en cartelera Ken Loach, usted y otros cineastas cuyas propuestas no dejan mucho espacio a la esperanza, ¿la hay?

Es cierto que no hay mucha esperanza en mi película, y la de Ken Loach no la he visto, pero por supuesto sigo su cine y me gusta mucho. Pero yo creo que si decides adoptar una mirada como la de Gloria mundi, una tragedia, no puede aparecer de repente un militante de izquierdas que vaya a salvar el mundo. No funcionaría. Tienes que ir hasta el final del tema que has escogido. Lo ideal sería alternar una Marius y Jeanette, una Gloria, una Marius, una Gloria… Crítica, construcción, crítica, construcción…

Estará usted al tanto de la polémica que hay en Francia en torno a la islamofobia, y cómo ese concepto está desplazando el de “racismo” para acabar segregando a una población en razón de sus creencias. ¿Qué opina usted?

Evidentemente, no creo en la islamofobia, no es verdad. Lo que hay es racismo de toda la vida, y los racistas no están en contra del islam, ¡no saben ni lo que es! Pero efectivamente utilizan esa idea, dicen vaguedades en torno a la doctrina… Pero es racismo, y nada más.

Su esposa Amine dedicó el premio de Venecia “a todas las personas que duermen el sueño eterno en el Mediterráneo”. ¿Cómo podemos evitar que se manipule también el drama de los muertos y explotados en las migraciones?

En mi película anterior, La casa junto al mar, trabajamos este tema, y somos muy militantes de esta causa. Formo parte de SOS Mediterráneo. No es una cuestión de izquierdas o derechos, es un reto para el hombre. No puedes pensar ni por un momento que dejar morir a alguien que se agarra a un barco, es una cuestión de humanidad, punto. Además, en términos científicos, la emigración en el mundo se hace en su 95 por ciento se produce entre países pobres, dentro del continente africano. Lo que queda aparte de eso no es un problema, es mínimo. Y frente a eso, es como si el mayor especialista del mundo en una enfermedad dijera que está controlada, y todos los cretinos y todos los borrachos respondieran que no es así. El problema de la emigración no existe, no es un problema. Un cinco por ciento entre 500 millones de habitantes es nada, una gota de agua. Y hay que decirle a todos esos cretinos que la tierra no es suya. Siempre nos hemos movido, Francia no me pertenece, España no te pertenece a ti tampoco, la tierra pertenece a la Humanidad. Si proteges tu territorio como un león, un lobo, no somos hombres.

Y en concreto Europa, que se construyó sobre esa base. ¿Cuántos años se hace a sí misma rechazando la emigración?

No ve que es una riqueza enorme acoger a gente, si se quedan siempre los mismos, los pueblos se debilitan. Nos pudrimos como el agua estancada.

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