'Historia de la Navidad' o cómo el pueblo activó la “teología de la alegría y del júbilo”
Frente al “Esta noche es Nochebuena / y no es noche de dormir, / que está la Virgen de parto / y a las doce ha de parir”/ se canta: “Esta noche es Nochebuena / y mañana, Navidad/ Dame la bota, María, / que me voy a emborrachar”.
La toma de los villancicos por el pueblo, para convertirlos en burlescos, es una tradición extendida en España. Esta “mezcolanza profano-sagrada” es parte de la “alegría navideña” que el doctor en antropología social, Alberto del Campo, desmenuza en su último libro Historia de la Navidad (El Paseo Editorial).
Del Campo se toma a guasa lo sagrado de esta época festiva. Celebra el misterio del nacimiento de Dios desde el humor, pero no lo hace al tuntún. Ha rebuscado, visto, experimentado y anotado numerosas costumbres navideñas a lo largo de quince años. Un trabajo de campo que su editor, David González, define como “la Navidad verdadera”. El ensayo representa, según González, “lo que se le ha birlado a la sociedad actual debido al imperante colonialismo cultural”.
Del Campo despoja a la festividad de la solemnidad que se le ha querido otorgar desde la jerarquía eclesiástica e indaga en unas tradiciones que han hecho, desde tiempos romanos, que la Navidad fuera “el nacimiento del goce festivo en el cristianismo”. La segunda quincena de diciembre siempre ha sido el cobijo de los comportamientos lúdicos, de las libertates decembricae como las denominaba Horacio. Pero “las fiestas escandalosas no eran irreligiosas” porque, como remarca el autor en la introducción, “si los clérigos se han divertido y reído, han jugado y festejado, cantado y danzado, comido y bebido […] es sin duda el tiempo comprendido entre la Navidad y la Epifanía”.
Historia de la Navidad se centra en el clero, “casi siempre olvidado cuando se habla de fiestas, y mucho más de risa”. A Del Campo le sorprendió que en el seno de la Iglesia hubiera humor y se encontró con hábitos que iban “más allá del valle de lágrimas y la penitencia”. Porque, por mucho que diga el abad, “en los conventos no se lo pasan tan mal”. Así, el libro propone el tira y afloja entre “la Iglesia seria y la dicharachera”. Y cuando llega diciembre, la primera “mira hacia otro lado” para darle coba a la segunda. “Hay una parte transgresora que se sitúa en las antípodas de la tradición conservadora, infantilizada, banal y consumista” de la Navidad.
En esta época es el pueblo quien activa “la teología de la alegría y del júbilo” propiciando lo que Del Campo denomina como “la comicidad religiosa”. El nacimiento de Jesús deja entonces de ser “una excusa para la pastoral del miedo” y se convierte en un tiempo de diversiones populares.
“La Navidad es una válvula de escape”
“Jesús nació en un pesebre y eso da lugar a una teología de la pobreza y de la humildad. ¡¿Cómo iban a celebrar los obispos la Navidad con boato?!” Diciembre fue una oportunidad para que tanto aquellos en los escalafones inferiores de la Iglesia como el pueblo tomasen este mes como “una época para la transgresión”. También fue un momento para “invertir el orden de las cosas” como Del Campo recoge con ejemplos como la fiesta del Obispillo que refuerza la idea de que “los últimos serán los primeros”.
El espíritu navideño abrazó la burla. Hubo espacio para la risa en lo sagrado y llegaron “las locuras navideñas” que incluían villancicos burlescos, fiestas de disfraces, parodias litúrgicas… Posteriormente se exclaustró lo jocoso y se instauraron costumbres como el teatro navideño, las pastoradas, la danza de los locos, las pandas de catetos o las fiestas del asno.
“La Navidad es una válvula de escape” y en los pueblos, donde muchas de estas celebraciones se mantienen, pervive “el sentido transgresor y subversivo de la Navidad”. En las ciudades la ruptura con lo cotidiano se solventa gracias al consumo. Aún así no falta el despilfarro en ese tiempo. Porque como dice Del Campo, “el año hay que matarlo y más este 2020”.
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