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Solsticio de invierno: el Sol se celebra en los Dólmenes de Antequera

La cámara mortuoria del tholos de El Romeral, durante el solsticio de invierno | Foto: Juan Manuel Montaño

Néstor Cenizo

Puede que a estas alturas ya haya usted visto algunas de las fotos de las celebraciones del solsticio y esa especie de druida con blanca barba (¿qué otra cosa podría ser un druida?) que celebra el día más corto del año en las piedras milenarias de Stonehenge. Lo que aquí le vamos a contar es algo menos folclórico, pero también va de cómo los hombres y mujeres de hace cinco mil años levantaron unas enormes piedras para honrar a sus muertos. Esos hombres y mujeres vivieron aquí, en Antequera, y orientaron enormes bloques de hasta 180 toneladas de forma tal que cuando el sol más bajo estaba llegara hasta el fondo de aquella construcción.

Cada 21 de diciembre ocurre algo mágico en el tolos de El Romeral, el monumento prehistórico del conjunto dolménico de Antequera apartado de los otros dos, Menga y Viera. Más o menos a las dos de la tarde, y durante casi una hora, una franja rectangular se proyecta sobre una de las paredes de la cámara circular que, según la tesis dominante, fue mortuoria. No es casual que ocurra justo estos días. El guía e historiador del arte Ángel Fernández explica la importancia que para estas sociedades tenían los cambios solares y astrales, determinantes de las cosechas y de su vida cotidiana. Por eso eran “grandes observadores de la naturaleza”.

Fascinados por el sol y las estrellas, el día y la noche, cada equinoccio de primavera y cada equinoccio de otoño la luz del sol baña el interior del dolmen de Viera. Un espectáculo con dos pases al año. Y cada 21 de diciembre, la franja que proyecta la puerta adintelada del corredor de El Romeral se refleja con intensidad a la derecha de la pequeña puerta que da acceso a la segunda cámara, pese a que este se orientara en dirección a un monte. “¿Querían que llegara a la cámara o quisieron crear este claro oscuro, luz y sombra en el propio espacio?”, se pregunta el guía.

La singular orientación del dolmen de Viera y del tolos de El Romeral intrigó durante décadas a historiadores y arqueólogos.singular orientación del dolmen de Viera y del tolos de El Romeral ¿Por qué no miraban al este, como todos los demás en Iberia? ¿Por qué Menga se orienta al noroeste (azimut de 45 grados)? ¿Por qué El Romeral se dirige al sur-suroeste (azimut 199 grados)? El arqueólogo, astrónomo y profesor Michael Hoskin estudió la orientación de más de 3.000 dólmenes y los de Menga y El Romeral eran casos únicos.

Los dólmenes no están colocados al azar y Hoskin entendió que el motivo lo tenía delante de él: Menga mira a la Peña de los Enamorados, un imponente risco con forma de rostro femenino, y El Romeral al Camorro de las Siete Mesas, donde se asentó una comunidad prehistórica. Así que esos hombres y mujeres de hace 5.700 años (los que levantaron Menga), 4.500 (Viera) o 3.800 (El Romeral) transportaron enormes pedruscos de hasta 180.000 kilos para “honrar a sus ancestros”, relata Ángel Fernández. Por estos descubrimientos Hoskin recibió hace unos meses la Medalla de Oro a las Bellas Artes.

Una veintena de personas atienden a la visita especial con motivo del solsticio de invierno. No hay druidas ni celebraciones esotéricas y sí quien, como Juan Manuel Montaño, lleva 20 años estudiando y fotografiando los dólmenes andaluces. Montaño, un experto autodidacta, tiene una teoría alternativa. Para él, El Romeral no es un monumento funerario. “Esto representa un útero, y es un monumento a la vida. La función hace la forma”, comenta. También cree que durante la celebración del solsticio nuestros antepasados aprovechaban la especial acústica de la cámara circular para entrar en una especie de trance a través del sonido y la vibración.

Montaño cree que El Romeral representa el nacimiento, Viera la muerte y Menga la resurrección. Recuerde: esa es una teoría alternativa no comprobada científicamente. Pero es cierto que aún hay muchos interrogantes abiertos. ¿Cómo una comunidad de unas 50 personas pudo transportar hasta Menga esos enormes pedruscos de 180.000 kilos? ¿Se unieron esas comunidades para la tarea? ¿Y cómo explicar que el eje de Menga proyectado hacia detrás y hacia delante atraviesa las cámaras mortuorias de Viera y El Romeral, hasta llegar al cortado de la barbilla de la Peña de los Enamorados, justo donde se encontraron pinturas esquemáticas datadas en la misma época?

“Eso no lo sabía”, concede Montaño, que sigue fascinado por lo que hicieron nuestros antepasados hace cinco mil años. No en Stonehenge, sino aquí mismo, en Antequera: en el corazón de Andalucía.

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