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La dedicación a sus 'labores' o el borrado de sus nombres: la invisibilización de las mujeres asesinadas en la Guerra Civil

Cándida Bueno

Candela Canales

Acumuer (Huesca) —
25 de septiembre de 2020 23:38 h

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Miguela Alastruey vivía en Ayerbe, estaba casada con Francisco Aguarod, contratista de obras. Cuando en diciembre de 1930 fracasó la sublevación de Jaca, este tuvo que exiliarse junto a otros cuatro dirigentes civiles de la localidad. Durante los cuatro meses que estuvo fuera, Miguela se hizo cargo de las obras pendientes, terminando la acequia que conducía el agua desde el pantano de Las Navas hasta Ayerbe. Sin embargo, en los documentos oficiales constaba que Miguela se dedicaba a “sus labores”, cuya definición se entendía como la dedicación a las tareas el hogar.

En algunos casos se documentaban otras actividades que les permitían tener ingresos estables, como la confección y el comercio, las profesiones de más “prestigio” como las maestras sí que quedaron reflejadas en los papeles oficiales, así como las que se dedicaban al servicio doméstico.

Este es uno de los ejemplos de la invisibilización de las mujeres asesinadas en la Guerra Civil que ha recogido Antonio Peiró y que cuya historia, junto con la de las otras 780 mujeres asesinadas en este periodo, va a explicar en su conferencia 'La represión de las mujeres durante la Guerra Civil' el próximo 1 de octubre dentro del ciclo de conferencias 'Inesperadas'. En su libro 'Eva en los infiernos. Mujeres asesinadas en Aragón durante la Guerra Civil y la posguerra' plasma las historias de las 594 mujeres asesinadas por los sublevados y las 187 que murieron a manos de los republicanos.

Contar las historias de estas mujeres y conocer sus trabajos no es una tarea sencilla. Peiró se ha encontrado con una gran falta de información, con el falseamiento de los datos en los registros oficiales y la manipulación de la edad o de la profesión. “Nos encontramos con muchas mujeres que aparecen como que no saben leer y escribir pero que luego están leyendo el periódico a gente de su pueblo. Hay un falseamiento continuado que en algunas veces se puede analizar, pero en otras es muy difícil”.

Peiró explica que hay tres tipos de mujeres asesinadas en la Guerra Civil. Por una parte, las llamadas mujeres de acción, “muy comprometidas, que habían militado de forma intensa en la CNT o que habían participado en acciones armadas o habían formado parte de una red de evasión, o habían ejercido un papel importante en la represión contra las mujeres nacionales”, hay información sobre nueve mujeres de este perfil en Aragón.

Las activistas

El segundo grupo era el “realmente peligroso para el Régimen: las activistas. Aquellas mujeres que participan en manifestaciones, que escribían en la prensa y que podrían extender su acción, entre las cuales está María Domínguez, la primera alcaldesa que hubo en España”. O mujeres como de Inocencia Aznárez, de Uncastillo, que leía el periódico a sus vecinas, a la vez que les enseñaba a tejer a ganchillo y punto de aguja. En el censo electoral consta que no sabía leer ni escribir, “está equivocado”. Su actividad se llevaba a cabo en el hogar, pero “servía para la propagación de noticias e ideas y representaban para los sublevados un peligro potencial muchas veces muy superior al de las mujeres que tenían una presencia pública, que podía ser prohibida o controlada más fácilmente”.

Por último, Peiró recoge la figura de las asesinadas por sustitución, “mujeres que, cuando iban a buscar al padre, al marido, al hermano o al hijo y no los encontraban, eran asesinadas. Hay un grupo muy amplio de mujeres que entran en esta categoría, que no tienen significación política”.

“Se invisibilizaba a todas, pero las peligrosas son ese grupo de activistas. Cuando empecé a escribir este libro me llamo la atención que el porcentaje de mujeres asesinadas en Aragón es mucho mayor que el de Cataluña o Navarra, hay una explicación bastante lógica: el hecho de que Aragón se encontraba en la línea de frente, lo que hacía potencialmente más peligrosas a las mujeres situadas junto a él, pero en territorio controlado por los sublevados. Tenemos mujeres en la retaguardia que eran capaces de escribir o de organizar una manifestación”.

Mujeres como Selina Casas Alonso, que perdió a su hija, su vida e incluso su nombre. Selina tomó parte de un intento colectivo de fuga en Zaragoza. Fue detenida y el 1 de marzo de 1937 ingresó en la Prisión Provincial. El 19 de abril salió para asistir al consejo de guerra, volviendo el mismo día. El 22 de septiembre fue entregada a la Guardia Civil para dar cumplimiento a la sentencia. Tras su ejecución, los restos fueron trasladados al Valle de los Caídos el 4 de abril de 1961, “el funcionario que preparó el certificado de traslado no supo leer su nombre y escribió Selino Casas Alonso”.

Peiró ha recogido todas estas historias “con muchísimo trabajo”. En su búsqueda ha consultado expedientes de guerra, de responsabilidad política, indultos e historias locales, “trabajando con todas las fuentes a la vez al final puedes ver un poquito de realidad”.

Cuenta sus historias, pero también refleja las formas de represión utilizadas, desde las palizas, la ingesta de aceite de ricino, la discriminación o las amenazas, actos represivos comunes a hombres y mujeres. Pero había formas de represión específicas de las mujeres, además de las violaciones, “que se realizaba de forma semipública: el rapado del pelo. Una operación que no tenía otro objeto que humillar a las mujeres, privándolas de un atributo que en la época era una parte visible de su feminidad”.

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