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*Continuación de "Historias del apartheid israelí y de la resistencia palestina (I)"Historias del apartheid israelí y de la resistencia palestina (I)
Las ciudades palestinas se enfrentan a desafíos colosales, siempre con la ocupación y el apartheid como factor inalterable que juega contra la recuperación de la normalidad y el desarrollo de los servicios municipales. Rodeadas de asentamientos, surcadas por el muro y sometidas al férreo control del Estado de Israel que puede paralizar -a placer- todos los sectores clave de la economía (telecomunicaciones, suministros esenciales, combustible...). Aunque la ocupación militar de Palestina nunca será rentable, esta ha sido convertida en un “nicho de mercado” cautivo para Israel que le permite recuperar parte de los costes. Además, la dificultad de tránsito entre las mismas dificulta el desarrollo local, así como su enlace con el exterior.
La ciudad de Hebrón es la más poblada de Cisjordania y su principal centro económico (por precaria que sea la actividad empresarial palestina). Se calcula que un tercio del Producto Interior Bruto de Cisjordania se produce en esta histórica ciudad. Hebrón fue la primera en experimentar los asentamientos ilegales de colonos, el más conocido se estableció por la fuerza en el centro histórico. En virtud de ambos tratados de los años 90 -Acuerdos de Oslo y Acuerdo de Hebrón-, la ciudad quedó dividida en dos partes... Una de ellas bajo control militar israelí -denominada “H2”-. Parte del casco histórico se ha convertido en un gueto palestino, aislado por check point del resto de la ciudad y a la que los palestinos que allí habitan no pueden acceder con sus vehículos -tampoco los servicios de emergencia-.
Para mantener esta situación de terror cotidiano, miles de soldados israelíes hacen servicio en la ciudad y las principales colinas que la rodean han sido dotadas de cuarteles militares. Las familias palestinas residentes en esta zona están obligadas a tener siempre las puertas de sus casas abiertas para facilitar la entrada de los militares que periódicamente actualizan el censo de habitantes... La ausencia del domicilio puede significar la pérdida del permiso de residencia en la zona. El apartheid es tan descarado en Hebrón, que existen calles por las que los palestinos tienen prohibido transitar, entre ellas la que fuera hace décadas la mayor arteria comercial de la ciudad. En esta calle los comercios palestinos casi han desaparecido -a excepción de cinco tiendas que han protagonizado una lucha histórica de resistencia y perseverancia-. En esta ciudad fuimos testigos de una humillación sin fin, con un único objetivo: desplazar a la población palestina fuera de la zona “H2”. La estrategia sionista en Hebrón es delirante, suponiendo un alto coste económico y político.
También visitamos Belén, rodeada de asentamientos y cercada por el muro. Su principal actividad económica es el turismo -un tercio de la población depende de este sector- pero la presión israelí dificulta la llegada de los visitantes que de media permanecen una hora en la ciudad. Además, Belén forma una trama urbana continua que la integran importantes campos de refugiados como el de Dheisheh y el de Aida. Conocimos el Centro Al Rowwad en Aida -al norte de Belén-, situado a unas decenas de metros del muro que luce alguno de los murales más conocidos contra la ocupación de palestina en sus inmediaciones. De hecho, pudimos contemplar casi terminando un mural enorme dedicado a la adolescente Ahed Tamimi, recientemente liberada tras permanecer ocho meses en prisión por abofetear a un policía.
El centro cultural es otro ejemplo de resistencia popular, aportando actividades a la comunidad de entre 5.000 a 6.000 habitantes del campamento, especialmente entre la juventud y las mujeres. Un espacio donde construir formas de existencia y resistencia no violenta en la población del mundo más expuesta a los gases lacrimógenos – circunstancia que está llevando a estudiar la incidencia de estos químicos y su relación con procesos cancerosos-.
Los campamentos de refugiados son espacios gestionados por la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo), pero esto no previene a su población de tener garantizados los suministros básicos. Por ejemplo, el abastecimiento de agua (controlado por Israel) se realiza una vez cada 20 días y sin previo aviso. La única “alarma” que avisa del acontecimiento es el primer vecino que se da cuenta y enciende su motor de bombeo para llenar los depósitos de agua que pueblan los tejados. Entonces todo el mundo corre a casa para hacer lo propio. Nuestros interlocutores en Aida denunciaron -además- que la retirada de los fondos estadounidenses a la UNRWA está poniendo en peligro los servicios esenciales. Ya han avisado que será imposible abrir las escuelas de los campos de refugiados el próximo curso ante la falta de financiación para ello. Esto es fruto de las políticas abiertamente hostiles del presidente de EEUU, Donald Trump, hacia Palestina.
Siguiendo el hilo de los últimos movimientos de la diplomacia estadounidense llegamos a Jerusalén -la Embajada de Estados Unidos se ha desplazado allí recientemente dando un espaldarazo a los planes del sionismo sobre la ciudad-. Jerusalén se encuentra bajo control israelí, que la ha dividido de forma sectaria -étnico/religiosa- en dos grandes sectores. Los palestinos han quedado “recluidos” en la parte oriental y necesitan un estatus especial de residente para poder habitar en la ciudad. La ciudad vieja está incluida en la parte oriental, aunque sufre una presión importante de colonos israelíes. Pudimos presenciar en directo como grupos de jóvenes sionistas -armados- ocupaban por turnos zonas altas del tramado del casco histórico con el fin de “generar derechos” y presionar a la población palestina. En algunos casos eran simples casetas de obra colocadas sobre los edificios, con dicho fin. Una situación difícilmente soportada por las familias palestinas, que tienen que vivir puerta con puerta con estos mini-asentamientos. Las importantes zonas de culto de esta zona histórica se encuentran con el acceso totalmente flanqueado por controles militares, siendo la prohibición del acceso a la explanada de las mezquitas una de las formas de castigo habituales contra la población palestina. De hecho, durante el día que la visitamos, los palestinos no podían acceder en represalia por unas movilizaciones dos días antes.
La delegación de cargos públicos pudo certificar la implantación de un auténtico sistema de apartheid por parte del Estado de Israel. Un sistema de discriminación nacional-religioso tanto dentro de sus fronteras oficiales, como en el resto de los territorios ocupados de Palestina. Un sistema sostenido sobre la presencia militar permanente y el castigo individual o colectivo como herramienta disuasoria. Sin menospreciar la represión directa sobre la población. Durante nuestra breve estancia, tres menores palestinos fueron asesinados en Cisjordania y un joven con Síndrome de Down fue alcanzado en la cabeza por una bala de goma.
Lo que vimos en directo, unido a los cambios legislativos en Israel, no deja lugar a dudas. Quienes dominan el poder en el Estado sionista cierran cualquier posibilidad de una salida digna para ambos pueblos. Ni reconoce -ni respeta- un Estado Palestino de pleno derecho -debería de haberse creado a finales del siglo XX-, ni tampoco es capaz de demostrar que un único estado con plenos derechos democráticos y libertades para el conjunto de la población es posible. La llamada “Ley del Apartheid”, que se basa en la sangre y la ocupación militar del territorio es una apuesta por perpetuar la situación de opresión dentro y fuera de las fronteras de Israel.
Pero también fuimos testigos de la paciencia del pueblo palestino en enfrentar la situación incluso en los lugares más hostiles. Si un ingrediente es necesario para construir un futuro mejor -para toda la población que hoy habita la tierra palestina- este no es otro que la llama imperecedera que prende en la resistencia popular palestina. Es la esperanza frente al miedo, es la dignidad frente al sometimiento. Sin esa llama, ni la resistencia en el interior de Israel a un estado secular, ni la solidaridad internacional tendrían sentido alguno. Y si algo cristaliza en un solo frente a la resistencia popular palestina con los pueblos del mundo es la campaña del BDS contra el apartheid israelí. La solución no es la creación de dos estados, ni tampoco la imposición de un único estado. ¿Qué más da lo formal si se mantiene la opresión del pueblo palestino? Nada de eso traerá la paz y la fraternidad a la zona. Lo importante es que el futuro de los pueblos que habitan hoy Palestina sea en plano de igualdad y con derechos democráticos plenos y universales. Y el primer paso hacia esa igualdad es terminar con el apartheid.