El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Acabamos de empezar 2021, un año que nos empeñamos en ver con algo de optimismo tras un 2020 fatídico, pero en sólo 6 días la realidad vuelve a superar a la ficción: Trump ha alentado un discurso antidemócrata, la derecha estadounidense ha tomado el Capitolio, hemos vivido un intento de golpe de estado y la derecha de medio mundo no lo ha condenado. Si este es el comienzo del año, 2021 ya apunta maneras.
Este intento de golpe de estado, la actitud de Trump, el discurso lleno de mentiras que muchos han interiorizado y convertido en verdad, y el precedente que esto asienta en la derecha mundial son consecuencia del blanqueo desde hace unos años de determinados mensajes fascistas en los medios y por parte de determinada clase política de casi todos los países del mundo.
Lo que empezó con Guaidó autoproclamándose presidente de Venezuela tras unas elecciones que los observadores internacionales dieron por válidas y en las que ganó Maduro, nos lleva al 6 de enero de 2021. De aquellos polvos, estos lodos.
La mayor crisis de la democracia estadounidense es parte de una estrategia de la derecha a nivel mundial basada en una gran mentira. El cuestionamiento de elecciones y la definición de gobiernos como ilegítimos durante horas en medios de comunicación y redes sociales generan un sentimiento en el imaginario colectivo de parte de la población que lleva a cuestionar la soberanía popular y a la validación de cualquier acción, como el asalto al Congreso por ejemplo, contra los preceptos democráticos.
Por un lado, el modus operandi de la derecha, la mentira como arma política, y por otro, el espacio mediático dado a esa mentira, son el caldo de cultivo perfecto para el cuestionamiento de la democracia. Negar esta realidad y no hilar lo sucedido en Estados Unidos con lo que lleva ocurriendo tras distintos procesos electorales en distintos países donde la derecha perdió gobiernos, es cerrar los ojos a la estrategia de Steve Bannon y la derecha internacional y, también, errar el tiro a la hora de reforzar los principios de los estados de derecho, dejando vía libre para que la toma del capitolio se convierta en un ejemplo más de lo que puede ocurrir.
Si se hace un repaso sobre algunas de las bases de la propaganda del nazismo es imposible negar la similitud con la estrategia comunicativa de la derecha actual en España, Estados Unidos, Francia, Brasil o Venezuela: la simplificación del mensaje y del enemigo, el ataque al ataque con invenciones, la conversión de anécdotas en amenazas graves, la vulgarización del discurso, la repetición incansable de conceptos agarrándose a la idea de que una mentira repetida suficientemente acaba convirtiéndose en verdad, y el arraigo de actitudes primitivas, odios y prejuicios tradicionales.
Hay pocos aspectos novedosos en la forma de proceder de la derecha mundial. Goebbels sigue siendo su gurú comunicativo y han vuelto a conseguir entrar en las instituciones de casi todos los países. Ahora, como entonces, no hemos sido capaces de pararlo y la llegada a la democracia del fascismo vuelve a llevarnos al ataque y destrucción del sistema.
¿Cómo es posible que hayamos permitido que la historia se repita? ¿En qué hemos fallado para que Trump, Bolsonaro o Abascal puedan tener un espacio en los sistemas democráticos de nuestros países?¿Cómo pueden los medios dar cabida y alentar sus discursos, sus fakenews y blanquear el fascismo de esta manera? ¿Cómo han podido encontrar en las redes sociales su escaparate perfecto de propaganda y manipulación?
El discurso del odio funciona y la forma de comunicarlo hace que el mensaje llegue. El ser humano tiene miedos, fobias y apelar a ellas con un mensaje simple y que exacerbe sentimientos nos lleva a que el odio campe a sus anchas. El problema real es que tenga cabida en una sociedad democrática, que apoyándose en la libertad de expresión, el fascismo tenga su espacio político y comunicativo.
Les hemos permitido entrar, pero ¿cómo ha sido esta irrupción del fascismo en el siglo XXI, después de los terribles acontecimientos generados por sus abuelos ideológicos hace menos de un siglo? Porque lo que estamos viviendo no es nuevo, no es la primera vez en la historia que ocurre y supone que la humanidad no aprendió nada de las grandes lecciones del siglo XX.
Hitler llegó al poder democráticamente a través de una propaganda casi perfecta y que revolucionó la comunicación política gracias a la figura de Goebbels cuyos principios sigue aplicando la derecha a día de hoy.
No hace nada, aquí y al otro lado del Océano, les reímos las gracias a “estos chicos malos que decían las cosas como son”, “que no tenían pelos en la lengua y hablaban claro”. Pero lo que hacían realmente, con el beneplácito de los grandes medios conservadores, era extender su caduco y manido mensaje de odio, en el que nada se antepone ante sus (particulares) intereses.
Llegaron con mensajes y soluciones fáciles e imposibles, pero que en los oídos y ante las necesidades, sonaban bien. Luego atacaron a la clase política, cuando ellos mismos venían de esa misma clase. Los que criticaban los chiringuitos habían sido amamantados por ellos, y nunca han levantado una persiana, han madrugado para ir a la fábrica o han comprobado lo duro y frío que es el invierno en la Cañada Real, donde no se les ve, ni se les espera.
Y palabra a palabra, reto a reto, los mass medias han normalizado sus discurso, han permitido que calen en nuestras mentes y podamos hasta comprarlos.
Las sociedades demócratas dan por sentado que la DEMOCRACIA está consolidada, que no está en peligro y acabamos de recibir un gran toque de atención. La libertad de expresión lo ampara casi todo para la derecha y mientras se normalicen discursos y se difundan, la democracia está en peligro. Lo vimos en el pasado y lo estamos viendo ahora.
En el día de Reyes, la derecha española guardaba una peligrosa equidistancia con los golpistas. Además, los naranjas jugaban a la confusión queriendo equiparar el derecho constitucional a la manifestación al rodear el Congreso al asalto por la fuerza del Capitolio, cuando la diferencia entre rodear y asaltar es lo que diferencia radicalmente la democracia del fascismo.
Curioso ejemplo de aquellos que se arrogan constitucionalistas y la trituran en varios tweets porque son presos del discurso fascista que jalea a los Trumpistas a seguir en el Capitolio, en defensa de unas tesis que Trump solo ha sido capaz de sostener con mentiras pagadas con mucho dinero.
En España, hasta la que podíamos considerar derecha democrática llama ilegítimo al gobierno nacido de la soberanía popular, no cuestiona cuando los militares proponen fusilar a 26 millones de ciudadanos y toleran que sus socios en muchos gobiernos autonómicos y municipales disparen a fotos de ministros, canten el cara al sol o porten banderas no constitucionales.
Ante este cuadro, no pudimos más que cruzar decenas de mensajes preocupados; ya no solo por el simbolismo de asaltar la sede de una democracia, de una de esas que se llaman “establecidas”, sino porque se ha naturalizado la locura y la mentira de un señor que por sus intereses personales, y bendecido por sus palmeros ha conseguido arrastrar a toda una corriente ideológica al borde del colapso y dejarla casi fuera del tablero democrático. No solo estábamos ojipláticos por esta actuación aberrante, sino por la tibia respuesta de la derecha española cobarde, ya que solo hubo ambages y equidistancia: ni reproches, ni censura. Claro, la sucursal de Trump en España ha logrado hacer hegemónico su discurso entre la derecha a cambio de mantener gobiernos.
Y aquí nos llegó la preocupación, ¿podemos vivir algo similar en España?¿El líder de Vox tiene a sus “trumpistas” dispuestos a asaltar el Congreso y repetir nefastas escenas del siglo pasado? Los mensajes son los mismos, su complicidad patente, su ideólogo tiene un pie en cada costa del Atlántico y Abascal se muestra cómplice, a la vez que secunda y jalea todas las ideas de Trump, incluida esta.
Mientras no se entienda que no se puede ser demócrata sin ser antifascista y que las instituciones ni los medios de comunicación de los Estados de derecho no deben tolerar, ni mucho menos amparar, determinados discursos, la democracia no estará a salvo.
¿Hasta cuándo les vamos a seguir riendo las gracias? o ¿ya es tarde para ello? Luego lo lamentaremos, porque de aquellos polvos donde permitimos que la Vox de la ultraderecha fascista resonara, vendrán estos lodos que esperemos que no nos recuerden al asalto al Capitolio, ni a la Alemania de 1933.
0