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Había una vez una profesión llamada taxista. Consistía en llevar personas de un sitio a otro en coches, los conductores eran casi siempre hombres y eran autónomos, no tenían un salario fijo y ellos pagaban el vehículo, la gasolina, los seguros… Por entonces, los coches todavía necesitaban un conductor. Tú llamabas a un teléfono, pedías un taxi y te llevaba donde querías. Era una profesión muy regulada por los ayuntamientos y los trabajadores estaban muchas horas al volante para llevar un sueldo a casa.
Internet lo cambió todo. Poco antes de que tú nacieras surgieron unas aplicaciones que ofrecían coches más modernos, conductores mejor vestidos y precios más baratos. Uber y Cabify, ¿te suenan? No, claro... Arrasaron el sector y hoy ya han desaparecido.
Los dueños de estas aplicaciones se encontraban en Estados Unidos y el dinero iba a parar a paraísos fiscales. Cuando surgieron, muchas personas comenzaron a utilizar sus servicios, porque eran más baratos y podías pedir un coche con la aplicación, que parecía más moderno que llamar a una emisora de radio.
Parecía que eran empresas buenas, incluso había quien decía que formaban parte de la “economía colaborativa”. Pero en realidad, los conductores de estos coches tan modernos estaban explotados. Eran autónomos, cobraban muy poco y la empresa no se hacía cargo de ellos si pasaba algo. Mientras, los taxistas veían que estas empresas eran una amenaza y que miles de puestos de trabajo peligraban.
En 2018, cuando tenías 1 año, hicieron una huelga. No veas la que se montó. Los taxistas llegaron a paralizar la Castellana, el Gobierno no sabía qué hacer y los defensores de las empresas dijeron que el taxi era un sector obsoleto, que tenía que modernizarse; mucha gente tenía manía a los taxistas, les llamaron de todo. Que eran unos privilegiados, que no eran honrados, que tenían los coches sucios, que olían mal… Había partidos que los criticaban, mucha gente en Twitter que se quejaba de las molestias de la huelga (como si una huelga que no molestara fuera una huelga de verdad). Todos los medios de comunicación mostraban a gente quejándose porque estaba en un aeropuerto y no podía ir al hotel, pero muy pocos hablaron de los motivos de la protesta.
Fue una huelga diferente a otras. No luchaban por mejorar su salario o sus condiciones de trabajo o para que no se llevaran una fábrica a China. Se defendían de la economía depredadora, de unas multinacionales que utilizaban la tecnología para ganar millones y poder mantener los precios bajos hasta hundir el sector del taxi, de unas multinacionales que no respetaban las leyes, que no aceptaban que los ayuntamientos regularan el transporte público y que no pagaban impuestos aquí.
Se llegó a un acuerdo que no gustó a nadie. Los taxistas poco a poco perdieron fuerza, trabajo y dinero. Los coches negros llenaron todas las grandes ciudades y entonces los dueños de las empresas aprovecharon para subir los precios. La gente dejó de utilizarlos tanto como antes y los conductores tenían que trabajar cada vez más para llegar a fin de mes; algunos dormían en el propio coche porque no les llegaba para pagar un alquiler.
Entonces aparecieron los coches sin conductor. Uber y Cabify protestaron, llamaron a las puertas de los gobiernos, incitaron a la huelga. Pero nadie fue. Todo cambió en muy poco tiempo. Las empresas desaparecieron y, de nuevo, miles de personas perdieron su empleo.
Pero yo me acuerdo mucho de aquella huelga, la primera de muchas con el mismo objetivo: sobrevivir al tecnocapitalismo depredador. Los taxistas fueron la avanzadilla de los trabajadores sustituidos por algoritmos y robots.
Después llegaron los cambios en los supermercados: Amazon abrió grandes tiendas en las que no hacía falta hacer cola para pagar, bastaba con enseñar el móvil al salir por la puerta. Las cajeras se pusieron en pie de guerra, y perdieron. Un año más tarde, la aplicación Logistic amenazó el puesto de trabajo de los que se dedicaban al transporte y la logística. Hubo más paros y durante unas semanas se paralizó media España; de nuevo, la gente se quejó y dijo que los trabajadores eran unos privilegiados y que tenían que adaptarse al futuro. Ahora un algoritmo decide las rutas de los camiones y los trenes.
En todas las huelgas pasaba lo mismo. Se culpabilizaba al trabajador, se decía que no era para tanto, que las huelgas no servían para nada, que debía adaptarse a los tiempos…. Algunos siempre defendimos a los trabajadores, sin importar el sector. Y aunque hoy el mundo sea muy diferente, pienso que hicimos lo correcto.
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