El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
El Grupo de investigación 'Sociedad, Incertidumbre y creatividad' de la Universidad de Zaragoza ha comenzado a hacer una encuesta nacional con varias oleadas. De la primera, hay tres cosas que llaman la atención. En primer lugar, que entre el 91% y el 98% confiesa que ni él ni nadie de su familia ha sido diagnosticado, ingresado en un hospital o fallecido, pero el porcentaje de sentir los síntomas baja 20 puntos más que el de los diagnosticados y un 19% dice haberlos sentido. Estos datos delatan que o bien hay mucho contagiado no detectado por el sistema sanitario o que los entrevistados son aprensivos, tienen miedo y creen erróneamente estar infectados. Si esto último es cierto, estaríamos inmersos en un clima de temor al contagio, más exactamente a nuestros iguales, pues sólo ellos pueden contaminarnos. Esta transformación de la sociabilidad primaria es una pésima noticia.
En segundo lugar, por lo que respecta la confianza, los encuestados tienen bastante o mucha principalmente en la sanidad pública (94,5%), los amigos y familiares (91,5%), la Policía o la Guardia Civil (85,3%) y el Ejército (83,5%). Después, la confianza también supera a la desconfianza, aunque en bastante menor grado,en el caso de los movimientos sociales y ONG (47,7%), el Gobierno (43,7%) y la Sanidad privada. Finalmente, la confianza es menor que la desconfianza en el caso del sistema económico (28%), la religión (19,7%) y la oposición (17,7%). Lo más llamativo de todo es, pues, que en el nivel más alto de confianza están el Estado en sus dimensión asistencial y coercitiva junto con las redes sociales más inmediatas, despertando menos confianza e incluso lo contrario desde las políticas profesionales y alternativas al mercado pasando por la religión, todo ello parte de la sociedad civil.
Así que entre el estado y las relaciones sociales más elementales hay un gran vacío. Si a eso sumamos el posible clima de temor al contagio no estaríamos muy lejos del cierre social en torno al Estado en su dimensión bio-política, quedando muy lejos la apertura a otra clase de cambios. Aunque ambos escenarios parten de situaciones metaestables o alejadas del equilibrio, la balanza parece tender a caer del lado más conservador. Debe tenerse en cuenta que importantes cambios históricos de carácter más aventurero se vieron precedidos de epidemias. En efecto, una peste en el 190 antes de nuestra era precipitó la decadencia de Roma y la peste negra del siglo XIV puso fin a la Edad Media, despejando así el camino al Renacimiento. Aunque esta crisis apenas está dando sus primeros pasos y es imposible vaticinar nada, no parece que haya condiciones para el tan solicitado cambio de normalidad.
Finalmente, en relación al futuro, nuestros informantes son optimistas en relación a la ciencia y la tecnología (71,5%), la naturaleza (51,5%) y, aunque en tercer lugar del ranquin y bastante más abajo, a las relaciones con los demás (37%). En cambio, el optimismo pierde frente al pesimismo en el caso de la sociedad en general (24,2%), las relaciones con China (18,2%) y el propio futuro del entrevistado (11,4%). Queda en última posición las relaciones con la Unión Europea (4,9%).
En fin, que el binomio ciencia-naturaleza en compañía de los más cercanos conforman el futuro personal más placentero y en él no está la tan sobada globalización, sea cual sea su escala. Sin embargo, lo más llamativo es la huida del deseo desde la religión a la ciencia y tecnología, a pesar de que estas últimas no han cesado de defraudar desde el principio de la crisis. De hecho, podrían haber sido puestas en cuestión con argumentos parecidos a los que utilizó Voltaire para desmontar a Dios tras el terremoto que en 1775 sacudió durante apenas diez minutos la ciudad de Lisboa matando a un tercio de la población. No obstante, la ciencia y la tecnología, relevos naturales de Dios, no parecen haber llegado todavía a la parte descendente de su curva.
José Ángel Bergua Amores es catedrático de Sociología de la Universidad de Zaragoza, en la que ha impartido docencia entre sus campus de Huesca y de la capital aragonesa
0