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El hall de los selfies

43º edición de los Premios Princesa de Asturias

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La gente no deja de hacerse selfies. Todo el rato. Este es el resumen que os podría hacer de lo que significa pasar una noche en el hall del Hotel Reconquista tras la ceremonia de los Premios Princesa de Asturias. Todo el mundo maravillado con Meryl Streep pero la gran mayoría de los que estaban allí dentro no parecía haberla escuchado en su discurso minutos antes decir: “En este mundo cada vez más hostil y volátil lo importante es escuchar”.

“One foto”, se oía, y es que alguno no incluía ni el “please” detrás. Es increíble lo maleducada que puede llegar a ser la gente cuando lo único en lo que están pensando es en lo bien que va a quedar tal o cual imagen en su Facebook, Instagram o Twitter. Y más increíble aún es que lo único que se les ocurra decirle a una de las actrices más maravillosas de la historia del cine (la más, si me permitís) sea: “One foto” con lo guapo que sería poder decirle: “look at me queen, you have a droopy eye that looks like an argayu” y ya después te pones a explicarle a la mujer lo que es un argayu y echas la tarde. ¡Idiomas, queridos!.

Y esto que os digo de la obsesión por hacerse selfies al lado de alguien conocido, ojo, vale para casi toda persona conocida que estuviera en ese hotel. Salvo para Murakami que es un verso libre y muy listo, tan para adentro de sí mismo que desaparece y va a lo suyo. Pocos selfies le pudieron “robar”. Haruki hace bien. Los que lo trataron de cerca dicen que estuvo feliz en Asturias estos días, mucho, que le encantó todo, los encuentros con el público (con el que realmente, más allá de la broma, se le vio contento) en la ceremonia, en la ciudad. Nos fiamos de lo que nos dicen, porque la verdad es que entre los gestos, siempre contenidos, y esa delicadeza vital de la cultura nipona lo que parecía realmente es que el hombre lo estaba pasando fatal. Pero oye, que si en realidad Haruki fue feliz aquí, pues mira que bien. ¡Chúpate esa, Suecia!.

Vuelvo a los selfies que me voy por los cerros de Estocolmo.

El resumen de lo que yo vi ayer es: mucha pérdida de oportunidades por andar haciendo el mono con los móviles en el hall del Reconquista.

Y, ojo, no solo se perdió la ocasión de explicarle a Meryl lo que es un “argayu” que bueno, a lo mejor, prioridad prioridad no es. Hubo muchas más. En ese pequeño espacio del mundo se dejó de hablar de muchas cosas a cuenta de las pantallas. Por ejemplo de humanidad, de guerras, de paz, incluso de negocios, que me temo que es el tema que más les puede gustar a la mayoría de las personas que están invitadas a este ágape post-ceremonia con premiados y familia real (¿tendría que ir con mayúsculas esto?, seguramente sí, pero bueno, me entendéis). Porque otra cosa no, pero como dicen los gallegos, tengo que decir que el susodicho espacio en sí “cheira a cartos que es un alabar a dios”, vamos, que huele a dinero, siendo los empresarios, las gentes del mundo de la comunicación (tipo Blas Herrero, Juan Ramón Lucas, Pedro Jota Ramírez y todo señores así) y los políticos los más numerosos.

Hago un inciso aquí para decir, aunque alguna igual ya os disteis cuenta, que Bárbara Alonso, directora de este Eldiario.es Asturias, me pidió que escribiera una crónica social del evento, lo que ahora conocemos como “salseo”, y que yo soy una persona malísima para conectar caras con nombres y viceversa que no viene bien para tal fin. A no ser que sean los alcaldes de las cuencas mineras (a los que tengo peritados desde el amanecer de los tiempos), el Padre Ángel (al que yo prefiero llamar Espíritu Santo porque está en todos lados) o la susodicha Royal Family que, a ver, una monárquica no es pero el Hola! de vez en cuando se lee, la mayoría de los demás son caras que me suenan y me da la sensación que los conozco porque o me dieron clase o estuvieron de vacaciones en Llanes en el hotel en el que yo trabajaba limpiando habitaciones por el verano. Ese es mi nivel, señoras, no pidan más.

A veces si tengo alguna compañera cerca y me acuerdo de que al día siguiente tengo que escribir una crónica social le pregunto: “¿Cómo se llamaba ese paisano que no me acuerdo?”. Y la susodicha compañera me mira con cara de no estar creyéndome y me dice: “Aitana, chica, ese es Pedro Duque, el ministro astronauta”. Y yo: “Ah”. Sin añadir lo que me pasaba por la cabeza que era: “Juraría que este paisano veraneó en Llanes en los dos miles”.

Cierro inciso sobre mi parrochez extrema para seguir hablando de la pérdida de oportunidades en el hall del Reconquista por culpa de los teléfonos móviles. Que oye, no digo yo que no se cierren contratos. Por ahí vi departiendo muy amablemente entre ellos a Antonio Suárez (que no le gusta que le llamen “el rey del atún” porque el paisano ser es de Campiellos, pero, chico, haberte dedicado a otra cosa) y Juan Carlos Escotet, el dueño de Abanca (otrora Caixa Galicia) que digo yo que seguramente algo de tajada uno del otro se sacarían porque si no, ¿a qué van a venir?. Y también andaba por las alfombras la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital en funciones, Nadia Calviño, llamada a presidir el Banco Europeo de Inversiones, y venga la gente a pedirle selfies a la Calviño. A ver si nos centramos, que lo que hay que pedir a esta señora y a los demás son perres para hacer cosas en Asturias. ¡Dinero! y no fotos, que de esas ya tiene muchas. 

Sinceramente, perder los pocos segundos que, a lo mejor, vas a tener en tu vida de estar con esa persona de relevancia a la que admiras (y aquí, que me perdonen Escotet, Suárez y Calviño pero no hablo de ellos) en no pestañear, en meter barriga y en poner tu mejor sonrisa falsa es absurdo, innecesario y de palurdos.

 Y lo más simpático de estas escenas es que al observarlos te das cuenta de que cuando consiguen la instantánea ni siquiera miran a la persona por la que se han dado codazos para acercarse. No, ¿para qué? Lo primero que se hace es mirar la pantalla del móvil. Si la foto es del agrado del propietario del teléfono, vale. Si no lo es, pero a la persona conocida en cuestión se le reconoce, también. Aunque los ojos estén cerrados, se note una lorcilla de más y la sonrisa parezca diabólica. Porque llegados a este punto lo único que parece importar es la felicidad que te van a dar los mensajes en tu muro de Instagram: “¡Qué suerte!”, “¡Qué envidia!”.

¿De verdad eso es la felicidad?.

Yo creo que no, para mi lo es, por ejemplo, escuchar a Meryl decir: ¿Rain? I love the rain“ y que parezca que el orbayu está en su voz melosa. ¿Ves, otra conversación pendiente con ella?. ”Meryl, my darling, the orbayu is like rain but less…“.

*Nota al pie destinada a la Fundación Princesa de Asturias si es que alguno de los que mandan en la institución ha llegado hasta aquí: Yo el año que viene prohibía los móviles, como en el instituto.

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