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Francia se adentra en una difícil negociación para formar Gobierno
La acogida de menores migrantes pone al límite a los gobiernos de PP y Vox
Opinión - Lección de dignidad. Por Esther Palomera
Sobre este blog

El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.

'Oh, la, la, la vie en rose!'

Marine Le Pen se dirige a periodistas tras la segunda vuelta de las elecciones  francesas.

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Hay que ser muy mostrenco para no interpretar correctamente lo que ha ocurrido en Francia. A una holgada mayoría de ciudadanos de aquel país le aterra que le gobierne la extrema derecha. Punto. Es sencillísimo. Así que cuando han visto el gigantesco tamaño de las orejas del aullante lobo, y han tenido la posibilidad de votar otra cosa –seguramente cualquier cosa– distinta de la bazofia ideológica de los ultras de Marine Le Pen, se han tirado a ella de hoz y coz. Decíamos en otra ocasión que la reacción natural a votar en contra de Macron debería ser votar a la izquierda, parece obvio, porque en ningún lugar estaba escrito que ese descontento tuviera que ir, por exigencias sociológicas, a engordar a la xenófoba y reaccionaria ultraderecha. Y eso ha sido, exactamente, lo que ha ocurrido: votemos izquierda si queremos acabar con el desastre neoliberal de Macron y la amenaza de una feroz Le Pen. Tampoco hay que haber estudiado en La Sorbona para entender la ecuación, simple como el mecanismo del botijo. Y otra evidencia de Perogrullo: cuando la izquierda se une, sus posibilidades se multiplican en progresión geométrica. ¿Mirada de soslayo a España? Pues también.

Lo primero: hagan el favor de dejarnos a las gentes que abominamos de la ultraderecha –y de la derecha, si empujan ustedes a la sinceridad absoluta– que disfrutemos de estos momentos de regodeo y jarana. Hay pocas alegrías en la casa del pobre. Y esta semana, aleluya, hemos tenido dos: Gran Bretaña y Francia. Pues eso, un rato de jolgorio. Ya sabemos que las huestes de Le Pen no han desaparecido y que darán muchas y duras batallas. Pero eso, después. Ahora, unas risas. ¿Consecuencias de estos resultados? Muchas, claro. Hoy nos conformaremos con unos someros apuntes, que tenemos por delante algún que otro nubarrón. Internamente, los ajustes de cohabitación parecen difíciles, y un acuerdo en las izquierdas para elegir el candidato a primer ministro es un reto de primer nivel. Un poco de tiempo, no avasallen. También las consecuencias para Europa serán notables, tanto por la demostración a la ciudadanía del resto de países de cómo se puede frenar el ascenso de esa ultraderecha que parecía imbatible, como por la propia suma de votos en el conjunto europeo. ¿Alguna enseñanza para España? Claro. Ahora mismo lo veremos.

Tras esta inesperada pero feliz sacudida telúrica, apenas si quedan ganas de seguir escribiendo y bajar el pistón, que cualquier tema a tratar se antoja pequeñito, chato, apenas párvulo. Pero el deber es el deber y sigamos, por ejemplo, con la extrema derecha, que ahí tenemos a Vox, tan recios y honorables, caballeros de la tabla redonda, herederos de Pelayo y el Cid, asestando de la forma más artera posible una puñalada por la espalda a Giorgia Meloni, nuestra amiga del alma hasta la noche anterior, que me voy con el húngaro Viktor Orbán, que hoy he descubierto, dirá Abascal, al hombre de mis sueños, un tipo de pelo en pecho, que hasta le limpia los zapatos a Putin, otro gran tipo. Es tremendo comprobar que esta ultraderecha española se rinde a los pies del sátrapa ruso. ¿Hay que apoyar a Putin? Pues se apoya a Putin, que tampoco nos vamos a aferrar a unos estúpidos principios. Marine Le Pen, tras el sofocón del domingo, también se adhiere al frente de Orbán, adiós Meloni, adiós. Nos encontramos en Europa con una ultraderecha fuerte, muy fuerte, aliada sin fisuras con el invasor de Ucrania, un dictador que desconoce lo que significan las palabras libertad o democracia. Europa es un problema, con este neofascismo supurando por todos lados, pero eso sí, todavía podemos respirar, dividida la peste como nunca lo había estado. A mayores triunfos, superiores desencuentros. Parecen la izquierda contada por Monty Python. Qué cosas tan divertidas nos trae a veces la política. 

Y si Vox se va todavía más a la derecha, hasta salirse del cuadro, nuestro amigo Feijóo cree que éste es el momento para ocupar ese espacio ultra, pero que se note menos. No lo consigue: se los distingue a distancia. Su reacción a la derrota de Le Pen nos muestra a un político practicante del más obvio cinismo. ¿Alejado de los extremos, dice? ¿Y sus gobiernos con Vox, sus arrebatos de xenofobia, qué son? Solo hay que oírle a él o gozar con las intervenciones de Miguel Tellado, gran tipo que tiene la enorme virtud de superarse semana a semana. Ya había logrado llegar al siglo I antes de cristo, pero ahora navega por el pleistoceno. No sólo lo que dice es tremendo, es que muerde cuando habla. A Feijóo debe gustarle mucho, tan aficionado como es a tirar la piedra y esconder la mano. Es un escándalo cómo se sirven, ejemplo palmario, de organizaciones de extrema derecha como las que han denunciado a Begoña Gómez en los tribunales, asco da escribir sus nombres, Manos Limpias –qué sarcasmo–, Hazte Oír –la inquisición–, Vox –nada que añadir, señoría– o los fantasmagóricos Aitor Guisasola o Iustitia Europa. Una vergüenza. 

Pero la táctica está clara. Que nos abran ellos el camino turbio de los juzgados y las tácticas de los leguleyos tahúres, tan queridos y jaleados por algunos jueces, tan señalados, que nosotros desde atrás vamos recogiendo los frutos de la ignominia. Lo grita Tellado y lo declara Feijóo, bien secundados por la VII Flota al completo de los medios de la caverna, preferiblemente madrileña, que para eso somos la capital, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés y alfombrarte con claveles la Gran Vía. ¿Insufrible? Sí. ¿Repugnante? También. Tenemos, además, el encargo de hacer que esta miseria dure y dure, mejor dos comparecencias, tres o cuatro, que una. Como los pitbulls, animalitos, muerden la presa y no la sueltan, porque han aprendido a morder y respirar al mismo tiempo, o sea, a destrozar el honor de alguien mientras presumen de educados demócratas. Exacto, como hacen esos amigos nuestros que ustedes conocen y de los que tenemos el nombre en la punta de la lengua pero que ahora no nos sale. 

Es posible, sólo posible, que Feijóo se equivoque de táctica, una vez más, y únicamente logre, como hasta ahora, que su perfil sea cada vez más indefinido, más confuso, más borroso. ¿Pero no era usted el moderado que iba a llevar al PP, camino tantas veces anunciado, pero nunca recorrido, hacia el centro? ¿Y ahora se nos escurre hasta llegar al córner que ocupa Isabel Díaz Ayuso, tan cerca de Abascal? ¿Gobernar comunidades y ayuntamientos atados a Vox? Estese quieto, hombre de dios, que sólo consigue marear a sus huestes, agotadas de tanto caminar primero al este y luego al oeste. Sinceramente, no es fácil descifrar el camino que pretende seguir el primer partido de la oposición. Y esa incógnita que nadie sabe despejar, actúa como una losa sobre el liderazgo que debería ejercer el jefe de la oposición, unas reglas claras, unos objetivos bien definidos y unos métodos para conseguirlo que sus votantes entiendan sin tener que jugar a echar los dados. Él y sus mil asesores sabrán, ahora un patético ejército de zombis de película de serie B, pero no parece la mejor táctica optar justo por lo contrario de lo que ha hecho Macron y que no le ha salido demasiado mal: alejarse todo lo posible de la mugre ultraderechista. Con ellos, ni a por un cruasán.   

¡Ah, esos jueces inefables que antes mencionábamos de pasada! Los hay de trayectoria modesta, como Juan Carlos Peinado, quién no tiene en su juzgado a un oficial muy torpe que se olvida de comunicar los escritos, o de deslumbrante figura, realzada por su aire de gran profeta, como los ilustrísimos magistrados Marchena o Llarena, imponentes con sus togas perfectamente planchadas y sus adornadas puñetas, grandes tipos que parece que siempre están posando para que Miguel Ángel les haga el mármol eterno. La traca del auto sobre la amnistía, razonamientos artificiosos que resquebrajan los límites de la lógica, en palabras de la jueza discrepante, Ana Ferrer, es de risa si no fuera por la gravedad de lo que implica esa rebelión en toda regla ante el Gobierno de la nación y a la sacrosanta legalidad que han jurado cumplir. No será porque este Ojo no lo advirtió en su articulillo del 6 de febrero. Lean: “Seguro que en el Gobierno y en el entorno independentista cuentan con juristas notables, acaparadores de títulos, másteres y hasta cátedras. Pero recuerden siempre que los señores togados andan de vuelta de filigranas jurídicas, y cuando ustedes van, ellos ya han vuelto, que a triquiñuelas, fullerías y disimulos es difícil, pero que muy difícil, ganarles”. Por viejo y vetusto, que no por sabio.

Adenda. Se ha propuesto el Ojo hacer una columna sin hablar de Cataluña. Ni Puigdemont, ni Esquerra, ni Illa. Que sigan en las profundidades abisales, allá donde no llega la luz y sólo hay peces tremendos, pulpos, picnogónidos, medusas, calamares gigantescos o gusanos que viven más de un siglo, luminiscentes muchos de esos extraños seres. Algún día, si transformados en peces de aspecto normalizado, tal que merluzas, lenguados o lubinas, reaparecen en la civilizada superficie del Mediterráneo, volverán a gozar de toda nuestra respetuosa atención.

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El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

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