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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Animales como insultos

Publicidad del Vegan Fest 2015, que fue censurada por sexista tras protestas de colectivos feministas secundadas por el alcalde de Alicante.

María Carmona

El especismo o, según la RAE, “discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores”, va más allá de actos, acciones o tradiciones que tratan de forma despectiva a los animales. Impregna nuestro lenguaje, que no solo es sexista, homófobo y racista, sino también especista.

Quizá por desconocimiento, puede que por falta de empatía, pero la realidad es que usamos a diario un lenguaje plagado de palabras y expresiones especistas, que atentan contra la integridad de los animales. Disculpen mi osadía al usar la palabra “integridad” para referirme a los otros animales, puesto que es habitual que solo se utilice para hablar de la especie humana, considerada por muchos como superior.

Obviamente, de este supuesto surge una frase muy utilizada y que discrimina a los otros animales. Cuando se dice a una persona “eres un animal” significa que se la está llamando bruta, sin consideración o agresiva. Es un insulto que se usa con mucha frecuencia, sin darnos cuenta de que nosotros, los humanos, también somos animales. No obstante, de esta frase surgen multitud de expresiones similares que evidencian la falta de empatía que existe hacia el resto de animales no humanos. “La abandonaron como si fuera un animal”, “Lo encerraron como a un animal” o “La maltrataban como a un animal” son claros ejemplos de cómo el lenguaje está plagado de especismo. ¿Es lícito abandonar, encerrar o maltratar a un animal? Está visto que para la mayoría sí, y es una tarea difícil romper con este uso especista del lenguaje que, durante siglos, se ha extendido en nuestra cultura sin que se le dé mayor importancia o haya sido objeto de análisis exhaustivo por parte de los académicos de la lengua.

A veces se es más explícito usando el nombre de determinados animales para insultar a animales humanos. Por ejemplo, cuando se quiere llamar “sucio” a alguien se usa la frase “eres un cerdo”, obviando que los cerdos son animales bastante más limpios de lo que se cree. Cuando se quiere llamar “vaga” a una persona se le dice que es “un perro”. Imagino que no se referirán a los galgos usados por los cazadores o a los que son explotados en carreras de apuestas, perros que no descansan ni cuando intentan dormir por miedo a que los maten. Se usa el término en masculino, ya que si la frase es “eres una perra” ataca directamente a las mujeres. Y no es el único insulto especista que nos discrimina solo a nosotras. Se nos llama “zorras”, de forma sexista, para insinuar que no somos libres para elegir nuestra vida sexual. “Es más puta que las gallinas” se usa, una vez más, para atentar contra esa libertad, y sin valorar que las gallinas son forzadas a criar para incrementar la producción destinada a la industria cárnica.

Son infinitas las expresiones usadas para discriminar a las mujeres que, a su vez, forman parte del lenguaje especista. A una mujer se le recrimina que “haya parido como una coneja o una cerda”, sin tener en cuenta, por un lado, que si una mujer da a luz a muchas o muchos hijos no es solo responsabilidad suya sino también de un hombre que no se pone un preservativo, o sin pensar que muchas se han visto forzadas a tenerlos por presiones y condicionamientos sociales. Por otro lado, tampoco se da importancia a que esas conejas y esas cerdas, al igual que las gallinas, son obligadas a parir para que sus bebés les sean arrebatados para el consumo humano. Discúlpenme otra vez por atreverme a usar el término “bebé”, que se aplicado únicamente a humanos, en lugar de “cachorro”.

Esto demuestra, una vez más, la importancia de que el feminismo vaya ligado al animalismo por el paralelismo que existe entre la discriminación a las mujeres y a los otros animales, incluso en el lenguaje. Sin embargo, una parte del movimiento feminista no es consciente aún de que el feminismo ha de ser interseccional y no puede dejar fuera a los animales no humanos, porque esas hembras, esas conejas, esas cerdas, esas zorras, esas gallinas son forzadas a parir y violadas previamente para que la especie humana se beneficie de su explotación. ¿Violadas? Sí. Violadas. Otra muestra clave del especismo en el lenguaje. No se puede decir que “los animales son violados”, ni por otros animales ni por humanos. De hecho, hay un eufemismo para la violación a animales por parte de los humanos. Se llama zoofilia. La RAE la describe como “amor hacia los animales”, lo que me horroriza notablemente, o bestialismo, que significa “relaciones sexuales de los humanos con los animales”. Lo que no dice es que no son relaciones consentidas. Cabe destacar que hasta 2015, la zoofilia o sexo con animales (violación en toda regla) no era penada en este país. Tampoco se puede afirmar, jurídicamente hablando, que un animal es asesinado, aún cuando un individuo mate a un animal con ensañamiento y alevosía, pongamos como ejemplo un torero a un toro o un cazador a un ciervo. Según la ley, no se podrá considerar que ha habido un asesinato, pues ese término solo se aplica al animal humano.

El poder del especismo en el lenguaje daría para escribir muchas páginas, aunque sería más relevante reescribir el diccionario de la Real Academia de la Lengua, que acepta como válidos un gran número de términos especistas que atentan cruelmente contra los otros animales. Es denigrante que sean menospreciados así. Bastante tienen con ser explotados, abandonados, torturados y asesinados (sí, asesinados) para encima ser usados como insultos.

Algunos pensarán que tengo “un día de perros” por mi crítica hacia nuestro lenguaje. Y sí, tengo un maravilloso día de perros, rodeada de su amor y su lealtad. Gracias a eso no he sido demasiado dura en mis palabras. Mucho menos que cuando algunas personas le dicen a alguien que es un animal de forma despectiva, a modo de insulto.

Lenguaje y sociedad van intrínsecamente ligados. Lamentablemente, las palabras y expresiones especistas son una extensión de la discriminación hacia los animales en nuestra cultura. Afortunadamente, cada vez son más las personas que luchan a diario por el derecho de los animales a no ser menospreciados, maltratados, explotados y/o asesinados. Y esta realidad significa que el lenguaje también evolucione hacia un uso sin prejuicios especistas. Por supuesto, también somos muchas las personas a quienes no nos importa que nos llamen cerdo, burro, gallina o zorra, porque somos animales. De la especie humana, pero animales al fin y al cabo.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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