El otro día encendí la televisión y había un hombre llorando en mitad de un paisaje nevado; montañas blancas de fondo, matorrales y piedras cubiertos de hielo alrededor y, justo a la izquierda del plano, un redil vacío. El hombre era granjero y, desolado, relataba cómo la mayoría de sus animales había muerto debido a que los camiones que abastecían de agua y alimento a las explotaciones ganaderas de la zona llevaban varios días sin poder llegar a causa del temporal: sensación de desamparo de fácil acceso para quienes en aquel instante nos encontrábamos al otro lado de la pantalla y no en una granja aislada por la nieve. Como aquel hombre. Como las vacas a las que aquel hombre alimentaba antes de enviar al matadero pero que, ahora, por culpa de Filomena, ya no estaban en el redil.
Víctimas por partida doble, miles de vidas en cautiverio han sufrido los efectos de un evento climático cuya devastación ha resultado ser para el sistema inversamente proporcional a la importancia de los individuos. Así, cuanto menos importantes, más perjudicados. En el momento de la publicación de este artículo, la Unión de Uniones de Agricultores y Ganaderos declara que todavía no dispone de ningún dato oficial acerca del número de animales considerados “de granja” que han muerto y que, de hecho, a medida que transcurran los días, continuarán muriendo a consecuencia del temporal Filomena. En paralelo, UGAMA (Unión de Agricultores y Ganaderos de Madrid) denuncia en un comunicado emitido a través de su página web que “se han destruido muchas instalaciones agrícolas y ganaderas y hundido techos por el peso de la nieve, dejando atrapado a muchísimo ganado y poniéndoles en serio peligro, algunos sepultados bajo escombros”.
Es lo que sucedió en una nave de Villaseca de la Sagra (Toledo), cuyo tejado se desplomó aprisionando a 400 ovejas, de las que al menos 100 fallecieron en el acto y apenas la mitad logró sobrevivir después de varias horas de agonía. Los servicios de emergencias no llegaron a tiempo a pesar del tamaño de la tragedia. A pesar de los llamados de auxilio del ganadero; quien, poco después, hablaba así en el periódico ABC: “Calculo que perderé casi un millón de euros y tendré que volver a reconstruir todo.” ¿Se hubiesen podido salvar más vidas si, considerando a los animales como individuos de pleno derecho en lugar de como activos económicos, las carreteras por las que se accedía a la granja hubieran sido despejadas con mayor urgencia y celeridad?, ¿si en vez de una sola unidad de bomberos hubiese acudido un dispositivo más numeroso?
Una catástrofe de magnitud similar ha tenido lugar en la ganadería El Uno, ubicada en la Finca el Maquilón (Guadalajara), donde 100 toros, vacas y crías han muerto congelados. Las víctimas ya se encontraban en condiciones deplorables antes de la Gran Nevada: el dueño de la explotación, José María López, había dado a conocer que “¡sus animales se morían de hambre!” al no poder afrontar los gastos para cubrir sus necesidades más básicas tras la suspensión de la temporada taurina a causa del coronavirus. El ganadero reclamaba ayudas gubernamentales para, en un futuro próximo, seguir lucrándose con el sufrimiento ajeno. Pero la naturaleza, sin previo aviso y haciéndole perder dinero, decidió terminar con la agonía de los pobres seres a los que explotaba.
El frío y las nevadas están matando a los animales más oprimidos, y no solo porque la mayor parte de ellos viven retenidos en instalaciones recónditas, deficientes y mal comunicadas, sino también (y sobre todo) porque existen por y para satisfacer un interés capitalista al que lo que menos preocupa, lágrimas de granjeros aparte, son los derechos de los animales. De hecho, al interés capitalista tampoco le preocupan las lágrimas de los granjeros. Hay un dato que quizá contribuya a entender muchas cosas y es que el Agroseguro ha confirmado que todos los daños causados por temporal Filomena los cubrirá el sistema español de Seguros Agrarios Combinados: “Entre las coberturas que ofrece se incluyen los daños por nevada, viento y helada, tanto en las cosechas como en las instalaciones”.
Por su parte, la Dirección General de los Derechos de los Animales del Gobierno emitió un comunicado alertando de la situación, y con algunas recomendaciones dirigidas a las autoridades, aunque está más enfocado a los centros de recogida y protección y a los animales en situación de calle y/o urbanos que a los que subsisten en granjas.
Luis Ferreirim, responsable de la campaña de Agricultura de Greenpeace, insiste en que “la ciencia nos urge a actuar en todos los sectores para reducir el calentamiento global, pero el sector agrícola está casi ausente en todas las políticas climáticas, tanto estatales como internacionales. Filomena nos vuelve a recordar que la alimentación es un sector estratégico y, por nuestro bien y el de todas las especies con quienes compartimos casa, es fundamental un cambio de modelo y apostar de forma decidida por la agroecología”. Para la organización, “no es posible seguir alimentando un modelo productivo y consumista que destruye las bases del sector alimentario, hipoteca su futuro y el de todos los seres vivos. Los fondos europeos de recuperación son una oportunidad para iniciar una verdadera transición ecológica del sector agrícola y abandonar definitivamente la destructiva agricultura y ganadería industriales”.
¿Y qué pasa con los animales libres?
Según Ecologistas en Acción, hay tres consecuencias de Filomena que están poniendo en peligro la supervivencia de los animales libres que viven en entornos naturales: el frío intenso, que afecta sobre todo a las especies de sangre caliente, como mamíferos y aves, “pues eso implica consumir más energía para mantener su temperatura basal, ya que el diferencial con el ambiente es mayor y la capacidad de aislamiento de pelo y plumas se ve mermada”; las gruesas capas de nieve, “que dificultan alcanzar el alimento a los animales herbívoros e insectívoros, pues los árboles, los arbustos o el suelo permanecen ocultos, y es casi imposible el ramoneo o la localización de semillas y de pequeños invertebrados, y que también afectan a los predadores por la mala visibilidad”; y por último, las heladas, “que están alargando la duración del episodio de frío, y al endurecerse añaden dificultades a la localización de alimento, al que ya no se puede llegar ni escarbando”.
En base a ello, el colectivo ha presentado una solicitud formal a la Consejería de Desarrollo Sostenible de Castilla-La Mancha para que la actividad cinegética quede suspendida: “En estas condiciones añadir factores de presión, como el de la práctica de la caza, agravaría severamente el impacto de Filomena en la fauna. Especialmente si consideramos que los animales, ya debilitados, tienen muchas menos posibilidades de huir del arma de un cazador en terrenos con nieve o hielo”, advierte Ecologistas en Acción.
Mientras, en refugios para la continuidad de la crueldad, como Jara y Sedal, cuentan historias mágicas de montañeros comprometidos que salvan ciervas atrapadas en la nieve con una mano y con la otra enfatizan que “aunque no sean cazadores, confiesan estar a favor de la actividad cinegética como método de gestión y conservación”. O informan (leído en el diario Caza y Safaris) de que “todo esto está generando una gran preocupación entre el colectivo cinegético, puesto que es evidente que esta situación contará con efectos negativos sobre las poblaciones silvestres de aves y mamíferos”. Como si, tras la tormenta, el mundo necesitase más hombres llorando en mitad de paisajes nevados.
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