Un archipiélago de montañas
Como ya hemos señalado en más de una y de dos ocasiones, las cadenas montañosas tienen la virtud, muy a menudo, de servir como auténticas reservas de la diversidad biológica y antropológica porque actúan como barreras protectoras y generan hábitats únicos y excepcionales que contribuyen tanto a la preservación de especies animales y vegetales como de prácticas culturales. Este fenómeno, común a todas las cordilleras del planeta, alcanza una de sus mayores expresiones en el SE de África, en una ecorregión conocida bajo el acrónimo S.E.A.M.A., es decir: South East Montane Archipelago (Archipiélago Montano del Sudeste de África).
El territorio al que nos referimos, lejos de ser continuo, se haya fragmentado y constituido por una treintena de montañas o elevaciones graníticas que emergen de las llanuras circundantes hasta alturas que oscilan entre los 961 metros de las Malawi Hills y los 3.002 del pico Mulanje. Exteriormente, su aspecto físico se asemeja al que presentan los grupos de islas y atolones que salpican las aguas del océano Pacífico, de ahí la utilización del término “archipiélago” para referirse a ellas.
El área combinada de estas paleoestructuras o inselbergen (montes-isla), que empezaron a cobrar forma hace 600 millones de años, apenas supera los 3.300 km2, sin embargo, su distribución se prolonga a lo largo y ancho de un triángulo irregular que sobrepasa los 75.000 km2 de superficie y que se extiende por el S de Malawi y el N de Mozambique. Si las examinamos más de cerca, comprobaremos que las unidades más extensas, los montes Cucutea e Inago, no rebasan los 300 km2, mientras que las más reducidas, Lico y Soche, apenas superan los 5.
La mayor virtud o el principal valor de estas formaciones no reside ni en su origen ni en su naturaleza geológica sino en la protección que, durante cientos de miles o millones de años, han otorgado a toda clase de especies vegetales y animales. Según investigaciones llevadas a cabo sobre el terreno por un equipo multidisciplinar de científicos (https://www.nature.com/articles/s41598-024-54671-z), la nueva ecorregión alberga un total de 217 endemismos que, hasta su reciente descubrimiento, no habían sido descritos. Entre ellos figuran 127 plantas, 45 vertebrados, 39 mariposas, 22 reptiles, 11 anfibios, 8 aves, 6 cangrejos y 4 mamíferos. Por consiguiente, no es de extrañar que diversos organismos internacionales hayan decidido coordinarse para impulsar medidas que contribuyan a restaurar y garantizar la protección de estos espacios y de su biodiversidad.
Entre las tres decenas de inselberg, existen dos que destacan sobre el resto. Se trata de los montes Lico y Mulanje. El primero es, en realidad, un cono volcánico de 1.100 metros de altitud enclavado en el NO de Mozambique que se yergue solitario sobre la sabana circundante. Su hallazgo se produjo en 2012 y fue obra de un científico británico llamado Julian Bayliss y de las imágenes proporcionadas por Google Earth. La exploración sobre el terreno se demoró seis años más, hasta mayo de 2018, tiempo que necesitó Bayliss para reunir la financiación y el respaldo necesarios para acometer esta aventura. El equipo, compuesto por un total de 28 miembros, contó con dos escaladores profesionales: Jules Lines y Mike Robertson. Ellos fueron los responsables de trazar la ruta de ascenso y de fijar las cuerdas fijas que surcaban los 125 metros de granito que separaban la base del domo de la selva que invadía su cima. Durante los 10 días que duró su estancia en este mundo perdido de apenas 30 hectáreas de superficie, los investigadores capturaron varias especies jamás descritas por la ciencia y, lo que es mucho más inquietante, desenterraron un conjunto de piezas de alfarería sepultadas en fecha desconocida por una mano anónima.
Por su parte, el monte Mulanje no solamente constituye el techo de Malawi sino que, además, alberga la pared más alta de todo el continente africano (cara O del pico Chambe), un muro continuo de 1.600 metros que, al hallarse en latitudes tropicales, no ha sufrido los procesos de meteorización que se observan en el continente europeo o americano. El primer europeo en alertar sobre la presencia de este macizo montañoso fue David Livingstone en 1859. Su existencia resulta providencial para los habitantes de esta república africana porque su contribución resulta decisiva a la hora de generar las precipitaciones que se producen en la mitad meridional del país y porque proporciona leña, pastos, tierras de cultivo, caza y, últimamente, ingresos asociados al sector turístico. El endemismo más conocido de esta región es el cedro de Mulanje, un árbol extremadamente apreciado por la calidad de su madera y por su valor simbólico, pero que, lamentablemente, estuvo a punto de desaparecer por las talas y los incendios incontrolados. Afortunadamente, en 2019 se inició un plan de reforestación que permite albergar esperanzas acerca de la recuperación de la especie y la restauración del ecosistema montano del que formaba parte.
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