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Autonomismo y nacionalismo

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En el espacio sociopolítico del canarismo, entre las fuerzas de estricta obediencia canaria, coexisten distintas sensibilidades ideológicas acerca de lo que debe ser Canarias. En este artículo me referiré a aquellas que considero que han tenido un protagonismo mayor: el autonomismo y el nacionalismo, por ese orden. No haré referencia a otras sensibilidades como el insularismo o el municipalismo, también de relevancia indiscutible. Tampoco a aquellas que tienen hoy en día una presencia menor que la que tuvieran en el pasado: éste es el caso del independentismo, soberanismo o autodeterminismo. Ni, por último, al federalismo, una tendencia poco representativa en la Canarias actual y que históricamente encarnó el Partido Republicano Federal de Franchy y Roca. Aunque tanto Coalición Canaria (CC) como Nueva Canarias (NC) recogen en sus documentos que apoyan un Estado federal asimétrico, sus iniciativas en ese sentido no han pasado de tales declaraciones. No creo exagerado dudar acerca de la existencia de una cultura política federal en Canarias.

Entre muchas de estas ocho sensibilidades cabe la “doble militancia”: hay muchos autonomistas que son también insularistas o municipalistas y también muchos nacionalistas que, además, son soberanistas o autodeterministas. En estos últimos, se percibe muchas veces una práctica política eminentemente autonomista, aunque puedan albergar deseos más o menos postergados de avanzar hacia otros niveles de autogobierno. El contexto social dificulta proyectar horizontes más ambiciosos. En esta cartografía soy partidario de fijar más la mirada en los hechos que en las íntimas aspiraciones o los documentos políticos que tan poca gente lee o las proclamas más o menos exaltadas. Una prevención: este bosquejo de análisis tiene por objeto a todas las siglas del canarismo, sin que se deba establecer una correspondencia unívoca entre una fuerza y una determinada tendencia. Dicho de otra manera, en todos los partidos hay de todo y, en mi opinión, en todos, es mayoría el autonomismo.  

Hegemonía del autonomismo

 Dejando atrás el regionalismo nunca alcanzado durante el XIX y los frustrados ideales autonomistas en sentido federalizante de la I República Española o los también frustrados proyectos de Estatuto de Autonomía de Arozena (1919), Franchy y Roca y, por otro lado, Gil-Roldán (1936), lo cierto es que el canarismo autonomista empieza a vivir su edad de oro a raíz de la constitución de las Agrupaciones Independientes de Canarias (AIC) en 1985. Posteriormente, en 1993, dará un salto cuantitativo con el nacimiento de CC tras la alianza de las AIC con el Centro Democrático y Social de Lorenzo Olarte, luego Centro Canario Nacionalista (CCN), e Iniciativa Canaria (ICAN). La posterior incorporación del Partido Nacionalista Canario (PNC) añadiría algo de pedigrí nacionalista, necesario y útil, pero de modesta influencia real.

La mayor tradición y definición ideológica de la izquierda nacionalista de ese momento acabó por decidir la disputa terminológica e imponer la denominación “nacionalista” para una alianza que, en la mayoría de sus aspectos programáticos, era claramente autonomista: no cuestionamiento de la españolidad de Canarias, acatamiento de la monarquía y, obviamente, del Estado de las Autonomías como fórmula de organización territorial. Objetivamente, su horizonte político era el máximo desarrollo autonómico acorde con el alicorto Estatuto de 1982 y su terrero de lucha, la defensa de las singularidades económicas de Canarias ante Madrid y, posteriormente, Bruselas. Jamás se planteó un movimiento de reforma o ruptura en clave de construcción nacional. La sociedad canaria ya no estaba mayoritariamente en eso, si es que alguna vez lo estuvo. 

Se dejó sentir a partir de entonces, y aún ahora, una voluntad de construcción autonómica a la que el sucursalismo autonomista, que también existe, aunque sea a control remoto, no supo responder adecuadamente. Los sectores hasta entonces más abiertamente nacionalistas dentro de CC se incorporaron sin demasiada dificultad a la gestión de la autonomía otorgada. En términos prácticos, esto no supuso una contradicción insalvable para aquellos que venían de la actividad política de décadas anteriores, en las que el nacionalismo (autodeterminista, independentista, …) era indudablemente hegemónico dentro del canarismo, tal vez precisamente por la falta de un marco de construcción nacional realista que contraponer al marco estatutario.

Solamente en momentos puntuales, el pico de demanda del autogobierno alcanzó ribetes verdaderamente nacionalistas: la polémica por los descrestes siendo presidente Lorenzo Olarte, con amenaza del Gobierno de España de aplicarnos el célebre artículo 155 y derogar nuestro autogobierno y, por otro lado, bajo la presidencia de Paulino Rivero, durante la lucha contra las prospecciones petrolíferas de Repsol en aguas canarias. Fue entonces cuando se planteó tímidamente avanzar hacia modelos como el del Estado Libre Asociado de inspiración puertorriqueña o alcanzar la Plena Autonomía Interna, respectivamente. La sociedad canaria, siempre amiga de la moderación, no recogió el guante. 

Necesaria autocrítica del nacionalismo

 Tras la victoria pírrica acerca del nombre de la cosa, han venido décadas de praxis política autonomista en las que el canarismo, en Canarias y en Madrid, ha retrocedido terreno para acomodarse a la batalla de los presupuestos estatales y el modelo de financiación sin ir mucho más allá. Ni siquiera el propio desarrollo del Estatuto de 2018 parece ser una prioridad, si exceptuamos las competencias en materia de costas. Sin restar ni un ápice de importancia a estos trascendentales asuntos, es obvio que, como proyecto, quedan lejos de las aspiraciones de construcción nacional que se observan en otras naciones sin estado, tendentes siempre a desbordar o trascender los marcos políticos asignados por los respectivos poderes centrales. Ha faltado iniciativa, voluntad y capacidad -también apoyo popular- para “imaginar” la nación, como diría Benedict Anderson. El nacionalismo canario no ha sabido ser nacionalista. Ahí, el autonomismo pisa más en firme puesto que su proyecto es también más tangible: lograr mejoras y compensaciones por la singularidad de Canarias en un marco hasta ahora prácticamente inamovible.

En este momento, se hace necesaria una precisión. Incluso para un nacionalista como yo, no se debe criticar al autonomismo por ser autonomista, por hacer más o menos bien su trabajo, aunque ciertamente en demasiadas ocasiones limitado a las demandas de carácter económico al poder central. Es de justicia reconocer que el autogobierno que hoy disfrutamos y que, con sus luces y sombras, es claramente un avance histórico para nuestro pueblo, es fruto del autonomismo imperante desde 1993 hasta la actualidad. No se les puede culpar de ser tan parecidos a una sociedad que vive sin contradicción alguna sus legítimos sentimientos identitarios canario y español, sea de manera dual simétrica o asimétrica; que es mayoritariamente partidaria de encauzar los conflictos políticos de manera sosegada y gradual, sin sobresaltos. En todo caso, desde las filas del nacionalismo, es cada vez más insoslayable una autocrítica que sitúe el problema donde realmente debe estar: ¿por qué languidece de manera tan evidente el proyecto de la construcción nacional de Canarias? ¿Qué deben hacer los nacionalistas para disputar la hegemonía del canarismo a los autonomistas? ¿Cuál es el proyecto político del nacionalismo canario en este momento histórico? ¿Existe o es simplemente el proyecto autonomista? Son preguntas que algún día, más temprano que tarde, habrá que enfrentar.

Sinergias necesarias

 Soy un firme defensor de la imprescindible colaboración entre autonomismo y nacionalismo y, por ende, de todas las familias del canarismo. Creo que hay que trabajar para consolidar una fuerza de amplio espectro ideológico que luche por la centralidad hegemónica perdida, hoy en manos de la socialdemocracia sucursalista. No veo posibilidades de dar esa batalla si no es desde niveles de convergencia superiores a los actuales, casi inexistentes. A partir de ahí, concibo la relación entre todas estas tendencias como una competición virtuosa, la cual desemboque no sólo en una única papeleta sino en un debate ideológico más rico e ilusionante que el que hemos padecido en la última década. No sin razón, se percibe en la sociedad que el canarismo tiene como proyecto único la defensa de la Disposición Adicional del Régimen Económico y Fiscal (REF) sin albergar un proyecto de país que pueda concitar mayores esperanzas: un proyecto que vaya más allá del “Virgencita, que me quede como estoy”. Alguna luz de esa esperanza hemos visto en el reciente Debate sobre el Estado de la Nacionalidad.

Sin embargo, opino que buena parte de las sinergias del canarismo reformado y regenerado para el segundo cuarto del siglo XXI están por explorar. Transitan desde las mejores experiencias de 1993 en adelante hacia el encuentro con sus fortalezas actuales y futuras oportunidades, ejemplos de otras sociedades de las que podamos aprender, un debate ideológico anclado en la realidad, pero sin miedo a volar con audacia cuando sea necesario. Desde el autonomismo, con frecuencia se ha tachado al nacionalismo como irrealista o radical. Desde el nacionalismo, se ha tildado al autonomismo de excesivamente moderado y conformista. Seguramente, como suele suceder, todos tengan su parte de razón, pero hay que encontrar la razón, ésa que nos haga comprender que en la colaboración seremos capaces de redefinir el proyecto de una Canarias con niveles de democracia y bienestar mejores que los actuales. ¿Por qué no empezar levantando un Bloque Canarista en Madrid?

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