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Espacio de opinión de Canarias Ahora

La deuda histórica de la Ciudad de La Laguna con el patrimonio indígena

9 de noviembre de 2024 14:48 h

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La adjudicación de presupuestos millonarios destinados a restauraciones urbanas como la del Palacio Nava y Grimón; el incumplimiento de las promesas en torno a la casa de los Estévanez o la desprotección y abandono del legado arqueológico indígena, demuestran el sesgo histórico e ideológico que emplea el gobierno municipal lagunero a la hora de hacer cumplir la ley en lo referente a la preservación y divulgación sobre el conjunto de sus valores patrimoniales. Un pueblo que defendió su libertad de ser, con dignidad y valentía. El 14 de noviembre de 1495 tiene lugar la llamada “Batalla de Aguere” en el lugar que hoy se conoce como San Cristóbal de La Laguna. En la misma se enfrentan la hasta ese momento imbatida resistencia indígena capitaneda por el Quebehi Imobac Benchomo junto a su hermano el Sigoñé Chimenchia con el apoyo de las fuerzas de Tacoronte y Tegueste. Las diferentes crónicas ofrecen algunos datos sobre lo acontecido ese día en el lugar hoy considerado Conjunto Histórico declarado Patrimonio de la Humanidad. Si bien existen diferentes versiones de la historia, lo que ha trascendido de aquel enfrentamiento es que durante dicha batalla quedarían gravemente heridos de muerte el Mencey de Taoro, Benchomo y su homónimo de Tacoronte además de perseguido y asesinado sin piedad el valeroso Achimencey, hermano del caudillo taorino y protagonista decisivo en la Batalla del barranco de Fanfan, que pasaría a ser recordada por los castellanos como “La Matanza de Acentejo”. 

Si bien la famosa historia del asesinato a sangre fría acontecido en las faldas de la montaña de Sejeita -hoy San Roque- con las últimas palabras del valeroso capitán guanche pidiendo clemencia, sigue sin dejar claro si fue el mismo Chimenchia (renombrado Tinguaro por la inventiva de Viana) o su hermano el Mencey Benchomo quien fuera atravesado por la lanza castellana de un tal Pablo Martín Buendía;parece ser que dicho soldado se trataba de un canario bautizado de los traídos como tropas auxiliares y que tenían como misión guardar el fuerte de Añazu junto a la costa, para evitar ver cortada la línea de retirada de los conquistadores en caso de nueva derrota. Paradójicamente al desobedecer la orden y subir al encuentro de la batalla, los canarios fueron determinantes para inclinar el enfrentamiento del lado de los invasores. Los propios guanches supervivientes que fueron hechos prisioneros, no lograron identificar si el cadáver capturado como trofeo, se trataba de un hermano u otro, dada la deformación del rostro y cuerpo como consecuencia de la saña con la que golpearon y ultrajaron el cadáver una vez finalizada la contienda. Y es que la estrepitosa derrota que sufrieron los hispanos a manos de las huestes indígenas el año anterior en Azentegho, fue tan humillante y devastadora que difícilmente podrían nunca olvidarla. La inteligencia y destreza militar exhibida por los guanches el día de la matanza se atribuye a la brillante estrategia urdida por los de Taoro, puesta en práctica de manera táctica por la alianza de los llamados “bandos de guerra”,es decir, aquellos cantones que se negaron a aceptar las draconianas condiciones de “pacificación” impuestas por los conquistadores. La sed de venganza de los mercenarios europeos hizo que se cebaran con el cuerpo del jefe indígena caído, responsable directo de la victoria guanche en mayo de 1494. 

La cabeza desfigurada, fue enviada como mensaje de advertencia al campamento guanche reorganizado en el Peñón de Acentejo, en un intento de mediación en el que se utilizó nuevamente a Fernando Guanarteme para negociar la rendición de los irreductibles tabores guanches, a lo que el mencey heredero Bentor contestaría que lejos de intimidarse, volvieran a ponerla junto al cuerpo advirtiendo que “cada uno cuidase de la suya”. La modorra, epidemia que castigó a los guanches de los “bandos de guerra”, es considerada por algunos como la primera vez en la história en la que un patógeno es empleado como arma bacteriológica, ya que curiosamente y lejos del mito que establece que se produjo a causa del gran número de cadáveres abandonados sobre el campo de batalla, lo cierto es que solo afectó a quienes seguían presentando batalla y a sus familias, mientras que los guanches de los “bandos de paces” o colaboradores, no padecieron la enfermedad. El envenenamiento de fuentes y manantiales se señala como posible causa de esta epidemia que debilitó a la resistencia indígena, que pese a todo continuaba acudiendo a la pelea para luchar hasta sus últimas fuerzas. 

Suposiciones aparte, lo que es cierto es que esa batalla la perdieron los defensores locales gracias entre otras cosas a la decisiva intervención de dichas tropas auxiliares canarias, llegadas junto a las hordas castellanas bajo el mando del ya bautizado y domesticado Fernando Guanarteme (Tenesor Semidán de Agaldar en su nombre indígena conocido); quien también había tratado de mediar entre los invasores y algunos de los menceyes indecisos como Beneharo de Anaga, quien finalmente decidió mantenerse neutral. Decisión que más tarde pagaría cara. Los pormenores de la batalla, sus intrigas, parlamentos, cifras, gestas heróicas, milagros por mediación divina, pasiones y tragedias humanas, transitan entre el umbral de la leyenda y la historiografía de mano de cronistas como el propio Alonso Espinosa, Juan de Abreu Galindo y sobre todo del poeta Antonio Viana. Este último construyó un relato bajo encargo, a medio camino entre la épica medieval de ensalzamiento a los conquistadores -incluyendo en las hazañas caballerescas los apellidos de sus mecenas, sin que hubiesen participado realmente de éstas- y el mito del buen salvaje -humanizando a los derrotados aunque pervirtiendo notablemente los hechos históricos en sí. 

San Cristóbal de La Laguna y el desprecio por el pasado pre-colonial

Tratar de entender la historia de Canarias, de Tenerife y en concreto de la ciudad lagunera sin reconocer el pasado indígena y la valiosa riqueza identitaria que aporta su legado - ahogado y ninguneado por las instituciones que hoy gobiernan- comporta un esfuerzo en pos de la memoria colectiva, contra la injusticia histórica -que deformara el relato del pasado de manera tendenciosa- y a favor de la redignificación de un pueblo ancestral que por más que algunos se empeñen en negarlo, ha sobrevivido en cuerpo y alma a través del legado material e inmaterial superviviente. Por ello no entendemos cómo es posible que mientras que el presupuesto destinado a la conservación y rehabilitación del patrimonio histórico lagunero se ha visto incrementado recientemente desde la arcas públicas hasta alcanzar cifras que duplican las partidas anteriores -priorizando fachadas, cubiertas, iglesias y otros bienes urbanos de carácter colonial-, en cambio los múltiples yacimientos arqueológicos dentro del municipio continúan en estado de evidente abandono y permanecen expuestos a todo tipo de actos vandálicos que los condenan a daños irreparables y consecuentemente a su desaparición definitiva. 

En este punto cabe ilustrar la diferencia en consideración y atención recibida por el legado guanche (cuya sociedad fue derrotada y oprimida por medio de traiciones,violencia y esclavitud) y la que se ofrece a todo aquello que corresponda a la cultura colonial suplantadora. ¿Qué sucedería si comenzaran a aparecer grafitis en los muros de las iglesias, casas señoriales y conventos? O más aún ¿Qué medidas se tomarían si se pusiera de moda irrumpir en los edificios históricos y atentar contra obras de arte, mobiliario y reliquias católicas? Recordemos el plan criminalizador que el consistorio lagunero puso en marcha hace unos años contra las pintadas en muros, en el que se llegó incluso a contratar a grafólogos para identificar autores, aumentando las medidas de vigilancia con sanciones dirigidas no solo a los responsables de vulgares pintadas, sino a reconocidos artistas urbanos con reconocimiento internacional que ejecutaban sus obras en paredes hasta entonces sucias y desconchadas. Lamentablemente no vemos que se despierte ninguna alarma o respuesta por parte de autoridad responsable alguna, cuando lo que está en grave peligro son los yacimientos guanches que sobreviven en las inmediaciones del casco urbano, entre los que se encuentran conjuntos de gran valor arqueológico, como grabados alfabetiformes y otros de diversos motivos, emplazados sin protección junto a la vía pública. 

Es evidente que el Ayuntamiento de La Laguna no da ningún valor al legado indígena mientras se llena la boca de promesas y continúa percibiendo y destinando millones de euros para la conservación de un patrimonio arquitectónico que evidentemente merece todo el cuidado y protección, pero nunca más del que puedan merecer las frágiles señas arqueológicas de la cultura guanche, en la que hunde sus raíces identitarias el actual pueblo canario. 

Conquistadores, el palacio de los marqueses y el guanche decapitado: la desmemoria y el relato de los vencedores

El caso del Palacio de Nava y Grimón, se trata de un edificio construido sobre un solar que fuera entregado por Fernandez de Lugo al mercenario flamenco Jorge Grimón en agradecimiento a sus servicios militares, y en donde éste construyó su primera vivienda (junto a la entonces conocida como Calle del Agua). El mismo lugar fue el elegido por su descendiente el regidor Tomás de Grimón y Vergara, para levantar los cimientos del actual inmueble en el siglo XVI, cuya fachada fue más tarde reformada en 1776 por Tomás de Nava y Grimón y Porlier V Marqués de Villanueva del Prado. El palacio tiene actualmente la consideración de Bien de Interés Cultural, lo cual ejemplifica lo paradigmático de cuanto aquí denunciamos. Como paradigmático es el hecho mismo de que sobre el dintel de la puerta principal del edificio en el cual se van a invertir más de un millón de euros para su restauración, se encuentre tallado en piedra el escudo de armas de la familia Grimón. En dicho escudo bajo los clásicos símbolos de los conquistadores (una borgoñota,elementos naturales, borduras, bandas, etc…) aparece representada la cabeza de un guanche en clara referencia a la tradicional práctica del ejercito español -mantenida hasta el siglo XX en la guerra colonial del Rif-, de decapitar y ensartar sobre sus picas los cráneos de cuántos indígenas se opusieron con fiereza a sus campañas imperialistas en el nuevo y viejo mundo. Recordar que el experimentado mercenario borgoñés Jorge Grimón fue reclutado junto a su hijo Juan -tras la rendición de Los Realejos- como refuerzo para someter a la resistencia guanche agrupada en Abona y en los altos de Icoden y Daute, aportando además de medio centenar de hombres de armas, pólvora y espingardas. Esta innovación bélica junto a su experiencia en las guerras contra los musulmanes en Iberia fueron decisivas a la hora de terminar de someter estas zonas irreductibles, pese a que muchos guanches permanecieron alzados indefinidamente. Además de las bajas ocasionadas por las armas de fuego entre los guanches -que tenían por costumbre pelear a pecho descubierto y cuerpo a cuerpo- éstas sembrarían el terror con el estruendo de sus mortíferas detonaciones. 

La cabeza del guanche asesinado es representada en la piedra tallada sobre lo que parece un charco de sangre y bien podría tratarse de una referencia al episodio relatado sobre la batalla de Aguere, es decir, un recordatorio a perpetuidad sobre qué le sucedería a cualquiera que se atreviese a desafiar al poder religioso-militar sobre el que se erigió la civilización hispánica y que aún hoy, sigue impregnando nuestras calles con su simbología y narrativa nacionalista. Un escudo de piedra en el que quedó grabado un mensaje y un relato, el de los vencedores, en un brutal acto fundacional de la nueva civilización y su principal urbe. Sobre un escenario que pasaría de albergar la fértil laguna de Agărăw -idílico paraje considerado un edén sagrado en la cosmovisión amazigh nativa- a convertirse en una ponzoñosa charca infestada de alimañas y foco de enfermedades, que finalmente tuvo que ser cegada y sobre la cual se ampliaría el casco urbano que hoy es la ciudad de San Cristóbal. 

Un símbolo explícito sobre la piedra con su significación histórica detrás, que es legitimamente considerado un bien cultural a conservar con cuantos recursos sean necesarios. Mientras que otro relato grabado también en la piedra, el de los derrotados aunque nunca rendidos pobladores originarios, se abandona a su suerte, permitiendo que la herencia material indigena del municipio siga siendo objeto de toda clase de vandalismo y expolio. Pero como decíamos, no es lo mismo pintar un graffiti sobre la puerta de una iglesia que hacerlo sobre un grabado ceremonial guanche, como no lo será el rayar y romper un lienzo de una pintura barroca, que hacerlo con una inscripción alfabética guanche con todos sus misterios y significados aún por descubrir borrados para siempre. 

La casa Estévanez-Borges y el interés público al servicio de intereses partidistas

Si existe un símbolo reciente de la discrecionalidad e intereses amagados en materia patrimonial que esconden los diferentes gobiernos y en concreto el consistorio lagunero, es sin lugar a dudas el de la casa de Estévanez -Borges. Este inmueble de gran valor histórico-cultural, sigue siendo hoy día objeto de abandono y especulación y la situación parece que gira entorno a intereses poco o nada transparentes.El edificio fue originalmente construído por la familia Meade de orígen Irlandés, en las inmediaciones de la llamada curva de Gracia. 

El lugar además de poseer numerosos valores etnográficos y arqueológicos en sus proximidades, es uno de los escenarios en donde tiene lugar uno de los episodios más determinantes de la guerra de conquista castellana. La denominada curva “de Gracia” tiene su propia historia y como todos los topónimos castellanos, un “por qué” a su denominación. Dicha curva suponía un puesto de avanzadilla que servía a las pertrechadas tropas invasoras como lugar de vigilancia y ofrecía un punto estratégico para descansar tras el arduo ascenso por La Cuesta de Arguijón en su camino desde el Real en la bahía de Añazu (donde hincarían su “Santa Cruz” los castellanos) hasta el Valle de Aguere, desde donde los conquistadores realizarían en adelante sus incursiones a los menceyatos del bando de guerra. En dicha curva, tuvo lugar según la crónica de Alonso de Espinosa el primer encuentro entre el astuto Fernández de Lugo y el orgulloso Imobac Bechomo, jefe de la resistencia indigena. Aquí, según cuenta el cronista, es donde el Conquistador por medio de sus intérpretes y emisarios le impone a los guanches irredentos varias condiciones entre las que se cuentan la “amistad” con los reyes de Castilla y Aragón, la sumisión ante su gobierno y leyes y la aceptación de la fe católica como propia. La respuesta del dignatario indígena fue tan concisa como elocuente: A la propuesta de amistad, respondió que “ningún hombre que no fuese provocado de otro e irritado, la había de huir ni rehusar”; en cuanto a la conversión religiosa, explicó que “ellos no sabían qué cosa era cristiandad, ni entendían esta religión; que se verían en ello y se informarían, y así con más acuerdos darían respuesta”. Ante la última exigencia manifestó “que a lo que decían de sujetarse al rey de España, que no estaban de ese parecer, porque nunca había reconocido sujeción a otro hombre como él..”. 

Pero volvamos a la casa de los Estévanez. El edificio original data de 1735. Entre los insignes ocupantes históricos de la finca declarada BIC y sitio histórico, se encuentran renombradas figuras de la política, el arte y la cultura tinerfeña como José Murphy y Meade, Nicolas y Patricio Estévanez o Francisco Borges Salas. Además la casa acogió entre sus muros a notables intelectuales del siglo XIX. En el año 2007, el Cabildo Insular de Tenerife adquirió la casa junto al terreno circundante, con la finalidad de “conservarla, rehabilitarla y transformarla en un espacio cultural que respondiera a las necesidades y demandas de los vecinos”. Es en 2011 cuando comienza la primera de cuatro fases de rehabilitación con un presupuesto que a día de hoy supera los dos millones de euros y sigue sin finalizar. 

En 2021 se anunciaba en prensa cómo el entonces Concejal de Educación del municipio pretendía que el actual propietario del inmueble, es decir, el Cabildo, cediese el edificio para que se convirtiera en la primera casa de la Juventud de La Laguna. Todo quedó en las intenciones. En 2023 se aprueba en pleno del Cabildo la aprobación de un plan para destinar el histórico inmueble “a usos culturales, y más concretamente a la difusión, creación y de investigación de la identidad canaria”. Nuevamente promesas en saco roto. Pero esta larga trama de idas y venidas, intrigas, obras, acondicionamientos, promesas y proyectos fallidos con mucho dinero de por medio, parece que está a punto de culminar con la última ocurrencia del actual consejero de Cultura Jose Carlos Acha. Y es que en una reciente entrevista anunciaba como pretenden destinar el edificio para crear el primer centro insular de fotografía. Algo que en nada se parece a las demandas y necesidades de los vecinos de Gracia. Mientras siguen aprobando partidas presupuestarias de acondicionamiento en los que se destinan cientos de miles de euros, en un ping pong entre administraciones en el que solo se ponen de acuerdo a la hora de hacer negocio, como es ya costumbre en las instituciones de las islas. 

La política de la desidia y la destrucción: El Barranco de Araguygo 

Mientras tanto en Tenerife seguimos sin un solo centro de interpretación arqueológico y el valor patrimonial de esta zona del municipio como son los grabados y cuevas del barranco de Araguy o Araguygo hoy conocido como de “La Verdellada” sigue sin protección alguna. 

Además de los mencionados grabados y cuevas, muchas de ellas sepultadas por basura y escombros, otros valores patrimoniales de tipo etnográfico continúan abandonados a su suerte como los restos de un antíguo horno de cal, la Casa del Barco y su molino (la primera construída en ese barrio), el acueducto del canal de los Valles, el capricho geológico conocido como el “corazón partido”, los restos del centenario Molino de Agua de La Verdellada,… entre otras reliquias del patrimonio que sufren una suerte muy diferente al de otros bienes considerados de mayor importancia para el relato oficial. Como anecdótica referencia cabe señalar que los primeros propietarios de este barranco y los terrenos aledaños, precisamente fueron la familia Nava y Grimón. ¿Curiosa coincidencia o caprichosa burla del destino?

Para terminar queremos recordar cómo gran parte de los bienes arqueológicos y etnográficos que contenía el barranco de Araguygo en su discurrir por el municipio, fueron destruidos bajo las obras de construcción de la Vía de Ronda en la década de los 90. Difícil de olvidar el derrumbe provocado sobre la conocida como cueva de “la Reina”, que además de poseer un suelo empedrado de gran factura, contenía en las paredes del interior importantísimos grabados que atestiguaban que sin duda se trató de un enclave muy importante para los antiguos. Como consecuencia de las obras de la Vía de Ronda también fue canalizado y sepultado para siempre el famoso charco de la Fajana, charco natural formada por un pequeño salto, lugar de recreo veraniego de distintas generaciones de Verdeños y Viñaneros, cuya existencia dió nombre a una calle de Barrio Nuevo, y que poseía un manantial natural que tenía agua todo el año. Cercano a este existía otro gran charco, de unos 25 metros cuadrados que se denominaba “Charcolino” que también era un lugar de baño y recreo del barrio, mantenido por el manantial de la Fajana. Además hicieron desaparecer otro salto; la espectacular cascada de “la Tragadera”, que con algo más de 12 metros de altura, impresionaba al llegar el invierno. En torno a esta cascada también desaparecieron como consecuencia de la canalización una gruta natural y una galería artificial de pocos metros de longitud. 

Pasan los años pero no cambian las prioridades de los gobernantes, dedicados por norma a proteger intereses privados que no tienen en cuenta ni los legítimos intereses del pueblo, ni tan siquiera su deber ante la ley, que no es otro que velar por la preservación y debida protección de los bienes patrimoniales indígenas para su apropiada divulgación pedagógica. Un legado ancestral que sigue dando razón de ser a todo un pueblo, le pese a quien le pese. El Ayuntamiento de La Laguna sigue escribiendo la historia bajo la lógica de los vencedores, priorizando los templos cristianos y los palacios con apellidos señoriales, que no olvidemos, solo lograron imponer su dominio a base de crueldad, traición y muerte. Quizás se les olvidó que la verdad nunca muere y que aquí seguimos, defendiendo la justicia y el amor a las raíces, que siguen latentes en las piedras de aquellos valles y barrancos a los que aún no accedieron con su maquinaria de destrucción selectiva.

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