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La larga agonía del tomate

Antonio Morales

Agüimes —

Es el duro sino de los monocultivos en Canarias. Nacen, crecen y desaparecen. Y vuelta a empezar. A lo largo de los siglos no hemos hecho más que dar tumbos. Nos caemos y nos volvemos a levantar, pero dejando siempre detrás una estela de paro, pobreza y sufrimiento. Pasó con la cochinilla, con el azúcar, con el tabaco.., y todo apunta a que, si no lo remediamos, va a pasar también con el tomate.

El cultivo del tomate en este Archipiélago se inició en 1885. Forma parte, por tanto, del acervo canario desde hace más de 130 años. Las posibilidades de nuestro clima, el que se pudiera producir durante todo el año -incluido en los meses de invierno- y la actividad de nuestros puertos, libres de aranceles, hizo que muy pronto se abrieran potentes mercados de exportación con Inglaterra primero y con otros lugares de Europa, más tarde.

Su producción transformó en pocas décadas el paisaje agrario y urbano de amplias zonas de Tenerife, Fuerteventura y Gran Canaria. En esta última isla, la demografía y el desarrollo social y económico de lugares como La Aldea, el noroeste, el sureste y el sur han estado estrechamente ligados a la evolución de la agricultura tomatera.

Varias generaciones crecieron en estos lugares, en medio de latadas, socos y cucañas, sorribando las fanegadas de tierras, abriendo surcos, plantando las semillas, arrastrando las malas hierbas, aprovechando el maste para el ganado, cargando los frutos de las faldiqueras a los ceretos para después trasladarlos a los almacenes de empaquetado... Se vivieron épocas muy duras, de inmigración interior y de otras islas hacia Las Majoreras, Las Puntillas, Montaña de Los Vélez, Las Rosas, Cruce de Arinaga, Cruce de Sardina, Doctoral, El Tablero o El Castillo del Romeral. Épocas de condiciones precarias de vida, de cuarterías, de sangre, sudor y lágrimas, de regímenes laborales casi feudales, de luchas sociales que consiguieron democratizar la producción hasta lograr que a los dinámicos empresarios iniciales, primero extranjeros y después canarios, se sumaran, con los años, pequeños y medianos emprendedores locales, en su mayoría hijos de aparceros, que poblaron el paisaje de cooperativas agrícolas pujantes...

Durante muchos años se vivieron en Canarias momentos de esplendor en torno a la producción y a la exportación del tomate, hasta alcanzar su cénit en la zafra 1995/1996, cuando se llegó a emplear a casi 40.000 personas, sin contar a la mano de obra indirecta ligada a la producción de plásticos, mallas, pallets, abonos, sistemas de riego, etc. A partir de ahí se precipitó el declive. Año tras año las exportaciones no han dejado de disminuir hasta el punto de que en los últimos diez años se ha pasado de las 240.000 toneladas de la campaña 2001/2002 a apenas sesenta mil en la pasada. Y pasa lo mismo con la superficie cultivada: de las 4.500 hectáreas de mediados de los noventa han quedado poco mas de mil hectáreas en el pasado año. Hoy, un mar de plásticos abatidos por el viento nos muestra la depresión de un sector que se resiste a morir y que ha visto como la falta de control de las aduanas, que ha permitido la entrada de virus implacables y dañinos para los frutos y los rendimientos de las cosechas, la competencia de Marruecos (voraz e incontrolada), la exportación peninsular española (que multiplica por ocho su volumen de producción con respecto a Canarias) y los incumplimientos en el pago de las ayudas aprobadas, han quebrado su competitividad y sus expectativas de futuro.

En los últimos años, las presiones sociales, políticas y empresariales han intentado paliar la situación creando mecanismos e instrumentos de financiación y protección para hacer viable el sector, pero todo se ha convertido en papel mojado. Los acuerdos entre la UE y Marruecos para respetar un cupo concreto en las importaciones se han quebrantado un año tras otro (en algunos casos hasta en un 140%); las subvenciones al transporte para las mercancías con origen y destino en las Islas Canarias se han ido reduciendo e incumpliendo sistemáticamente; las ayudas previstas en el POSEI para los productores de tomates de exportación se pagaron solo hasta el año 2009 y están pendientes de abonar los años siguientes; las subvenciones pactadas en el Programa de Desarrollo Rural de Canarias 2007-2013 han devenido en raquíticas ayudas; distintos planes de auxilios adicionales estatales y canarios comprometidos para apoyar al sector se han quedado en agua de borrajas...

Y en medio, las desigualdades en el trato a los territorios y a las producciones. Mientras a principios del año 2002 se plantaban 3.000 hectáreas de tomates y 9.500 de plátanos, en estos momentos apenas se llega a las 1.000 Ha. tomateras al tiempo que se mantiene la misma cantidad de terreno dedicado a las plataneras. Y los sectores emplean, por cierto, la misma cantidad de mano de obra. Claro que mientras para el 2013 las ayudas previstas al tomate giraban en torno a los 20 millones de euros de fondos europeos, las destinadas al plátano superaban los 160 millones. Por eso a lo mejor no es solo casualidad el que en la última visita a Canarias, en el pasado mes de septiembre, de Dacian Ciolos, comisario europeo de Agricultura y Desarrollo Rural, viajara únicamente a la isla de Tenerife, obviando realidades insulares como las de Gran Canaria, Lanzarote o Fuerteventura. Aún así, desgraciadamente, el plátano también empieza a tambalearse. Perderemos el plátano y el tomate como nos descuidemos y además habremos profundizado en nuestros enfrentamientos fratricidas.

Para hacer frente a esta situación, la pasada semana se presentó en sociedad una plataforma por la defensa del tomate, frutas y hortalizas de Canarias constituida por empresarios y trabajadores del sector tomatero. Para sus promotores (sindicatos, trabajadores, Fedex, Asaja y Aceto) la próxima zafra corre serio peligro. Se está poniendo en riesgo los más de 20.000 puestos de trabajo que quedan en el sector (a los que habría que añadir unos cuantos miles más de empleos indirectos) por la dejación de los gobiernos central y autonómico en hacer frente a sus responsabilidades y compromisos, lo que se traduce en una deuda pendiente, desde el año 2010 hasta ahora, de las ayudas del POSEI y del transporte cercana a los cuarenta millones de euros.

Y, desgraciadamente, esto no sucede solamente con el tomate. La situación afecta directamente también a miles de agricultores y ganaderos que se las ven y se las desean cada día para sacar sus producciones adelante, mientras importamos el 90% o más de los productos que consumimos en esta tierra.

Estamos ante la lenta agonía de los peces fuera del agua sin que nadie ponga remedio a la situación. Un peligroso coctel de desidia, incompetencia e irresponsabilidad está abocando a la desaparición a miles de puestos de trabajo, a la diversificación de nuestra economía, a la necesaria apuesta por la soberanía alimentaria de Canarias, a la memoria de generaciones que han surcado la tierra para pelear por un futuro mejor para sus hijos... Asistimos a una muerte anunciada desde hace muchos años sin que los responsables de buscar soluciones muevan un dedo para impedirlo. ¿Acaso toca aceptar impasiblemente el sacrificio de un nuevo sector productivo en Canarias? ¿Será porque apenas tenemos parados (lo de un 34% de desempleados debe ser un espejismo) y además del turismo disponemos de una economía diversificada apoyada en la industria, la I+D+i, las renovables, las nuevas tecnologías y la sociedad de la información...? ¿O será porque pesa sobre nosotros la maldición de merecernos, por sumisos o indiferentes, todo lo malo que nos está pasando? En nuestras manos está conjurarla si somos capaces de secundar todas aquellas acciones que nos permitan apoyar y defender la continuidad y, como la plataforma afirma, “la dignidad del sector”.

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