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Lecciones chilenas

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La extrema derecha chilena, representada por el Partido Republicano de Chile, junto con la derecha tradicional de Chile Seguro, controlará el Consejo Constitucional encargado de redactar la nueva constitución. El resultado obtenido por los partidos de izquierdas (17 electos frente a 33) no alcanza el umbral de los 20 electos, necesario para poder vetar los acuerdos del Consejo.

Más allá del control del Consejo Constitucional, los resultados de estas elecciones parecen señalar que Boric tendrá muy difícil reeditar su presidencia pues ha pasado de ganar la segunda vuelta, en diciembre de 2021, por un contundente 55,9% de apoyos frente al 44,1% de Kast, a perder estas elecciones constituyentes de manera inapelable tras haber perdido, también, el referéndum constitucional celebrado en septiembre de 2022.

Efectivamente, la población chilena rechazó el anterior texto constitucional por un abultado 61,9% frente al 38,1% de votos que respaldaban la Nueva Constitución propuesta por la Convención Constitucional, con un claro predominio de la izquierda en su composición.

En la práctica, este resultado aboca a la población chilena, una vez termine sus trabajos el Consejo, a elegir entre mantener la Constitución de Pinochet o respaldar la del ultraderechista Kast y significa una derrota sin paliativos de la izquierda chilena, que ha perdido la oportunidad de promulgar una Constitución que supusiera una ruptura total con el pasado. Una oportunidad que difícilmente se volverá a repetir.

Resulta obligado preguntarse por las razones que explican la enorme distancia entre los votos recibidos por Boric y el apoyo al texto constitucional rechazado, que representa una pérdida de apoyos del 17,8%.

El mismo Boric, en un admirable ejercicio de sinceridad, atribuyó el fracaso de septiembre de 2022 a la incapacidad de los constituyentes para entender que la Constitución propuesta para ser refrendada debía concitar un amplio apoyo. Por el contrario, como señala Boric: “El proceso anterior fracasó, entre otras cosas, porque no supimos escucharnos entre quienes pensábamos distintos”.

La explicación de Boric centra la responsabilidad en la propia convención, renunciando a escudarse tras la brutal campaña de descrédito puesta en marcha contra el proceso constituyente. Una campaña que, según algunos análisis, recurrió a más de 8.000 bots en redes sociales y que tuvo como protagonistas de excepción a la práctica totalidad de los medios privados de comunicación encabezados por El Mercurio y La Tercera.

Sin embargo, Boric acierta al fijarse en la cuota de responsabilidad de la izquierda, pues los ataques de la derecha, la desinformación y los bulos tienen que darse por descontados.

Esa es la lección más valiosa que puede extraerse del proceso vivido por Chile: no basta con tener razón o, al menos, razones, es necesario conseguir que la ciudadanía acepte como válidas las políticas propuestas desde la izquierda.

En demasiadas ocasiones se escucha a diferentes protagonistas de la izquierda más a la izquierda española explicar que sus posiciones son «más valientes», algunas y algunos presumen de «hablar claro y decir lo que otros no se atreven a decir» sin pensar que, quizás, el problema es que no están siendo capaces de «escuchar a quienes pensábamos distinto».

Las transformaciones sociales llevan su tiempo. Es inevitable que a quienes se sienten vanguardia les resulte insatisfactoria la prudencia con la que se deben abordar los procesos de cambio. Pero es imprescindible no dejar a nadie atrás y eso motiva en ocasiones una incómoda distancia entre las aspiraciones y lo posible y adecuado en cada momento.

Evidentemente, se puede tildar esta postura de acomodaticia o carente de valentía, pero lo cierto es que los sucesos de los últimos años parecen quitar la razón a quienes colocan la valentía, o su concepto de valentía, como bandera.

No es solo lo que ha pasado en Chile. El proceso constitucional islandés, faro y guía de cierta izquierda, murió antes de nacer a pesar de la ilusión que había generado.

En Francia, la agitación en la calle está haciendo crecer a la ultraderecha por más que algunos prefirieran las barricadas y los chalecos amarillos a las negociaciones. Meloni gobierna en Italia y habría que preguntarse en qué medida se debe a los vaivenes del Movimento 5 Stelle. Y, tristemente, las primaveras árabes, que parecían el espejo en el que mirarse, han devenido otoños cuando no crudos inviernos.

Al final, se trata de algo tan aburrido como la estrategia, algo difícil de aceptar para quienes se ven seducidos por la espectacularidad de los movimientos tácticos sin considerar nunca el medio y largo plazo.

Ojalá la izquierda española no tenga que explicar un evitable fracaso recurriendo a las palabras de Boric: «No supimos escucharnos entre quienes pensábamos distinto».

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