Espacio de opinión de Canarias Ahora
El problema no es la MetroGuagua
La MetroGuagua no es el problema de nuestra ciudad; el problema es la saturación de coches. Los atascos y embotellamientos del tráfico no se solucionan dando más espacio al automóvil y construyendo nuevas infraestructuras. Los países desarrollados lo han entendido hace tiempo: más carriles, más circunvalaciones, más túneles, más soterramientos, más aparcamientos y más centros comerciales generan un efecto llamada y animan a nuevos usuarios a usar el auto, con lo que volvemos al principio. La solución a la congestión automovilística se cae de simple: menos coche privado. Mientras no asimilemos estos dos principios básicos seguiremos perdiendo el tiempo en debates estériles.
Al contrario de lo que muchas personas piensan, tampoco quienes nos representan en las instituciones o en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria han destacado por su originalidad en materia de sostenibilidad urbana; van a rebufo del resto del mundo. Cuando en gran parte del planeta están recuperando las urbes para hacerlas más saludables, accesibles y humanas, en lucha contra la contaminación y el cambio climático, en Las Palmas de Gran Canaria aún no tenemos claras las prioridades.
Cuando en el país del automóvil, en la ciudad de Nueva York, llevan construidos más de 1.100 kilómetros de carriles bici desde el año 2006 y acaban de peatonalizar la mítica Times Square; cuando en Francia el Gobierno paga por ir en bicicleta al trabajo y en París ya no existen aparcamientos que no sean de pago; cuando en Londres se paga peaje por acceder en coche al centro; cuando en la principales urbes se acometen peatonalizaciones como el fin de revitalizar la vida ciudadana y el comercio local, y se admite que aumentar la calidad de vida de la gente pasa por desincentivar el uso del coche, aquí seguimos defendiendo que moverse en coche privado y aparcarlo delante de la puerta es un derecho humano inalienable.
La cultura se crea y cambia para adaptarse a las necesidades de la sociedad. En Canarias, hace dos generaciones íbamos en burro, en carro y caminando, y 60 años después no entendemos la vida sin el coche y su cultura colonizadora. Las personas cedimos nuestro derecho frente a las máquinas. Los antiguos caminos se asfaltaron, la velocidad se hizo una necesidad y el segundero nos esclavizó. La gente dejó de andar. Hoy en día ya no existen conexiones peatonales desde barrios como Marzagán o Tamaraceite, y eso es así en el resto de la isla. Hasta para peregrinar a Teror hay que caminar sobre el asfalto. Niños y niñas ya no juegan en la calle. La “libertad de movimiento” nos ha traído estrés, contaminación, peligrosidad, sedentarismo y mala salud; hemos perdido espacios de convivencia y sociabilización.
A consecuencia de esta cultura al servicio del coche, el urbanismo olvidó a las personas y su movilidad natural: andar. Los barrios y las infraestructuras se diseñan a escala del coche: avenidas anchísimas, manzanas gigantescas y vías exclusivas para el motor que ignoran las movilidades alternativas. La ciudad se proyecta para que la vecindad salga de su edificio encerrada en una cabina de metal con ruedas y regrese dentro de la misma cabina a encerrarse en su casa. Es la pescadilla que se muerde la cola: la promesa de libertad se ha convertido en dependencia. La lógica cambió: hoy se ve como normal residir en Fontanales y trabajar en Las Palmas de Gran Canaria soñando con un túnel que atraviese la isla para no perder tanto tiempo en la carretera. Así, a día de hoy, el coche privado sigue siendo la absoluta prioridad en nuestras islas: las políticas, los discursos, las infraestructuras, las inversiones, el diseño urbano, la ordenación del tráfico legitiman el uso abusivo del vehículo particular.
Curiosamente, en estos días, la MetroGuagua está poniendo sobre la mesa cuestiones que hace unos años se relegaban ante la prioridad de elevar la velocidad media del desplazamiento en auto: la necesidad y prioridad de un transporte público eficaz; la recuperación del frente marítimo aislado por la barrera que supone la Avenida Marítima; los problemas de una zona portuaria localizada en un fondo de saco; el emblemático istmo condicionado como vía de acceso al puerto y a una zona industrial; el atractivo de las zonas militares no urbanizadas que pudieran suplir la falta de espacios abiertos; la adaptación de la ciudad a los modos blandos de movilidad; los aparcamientos disuasorios… Es magnífico saber que, por fin, la calidad de vida de los residentes preocupa y está en la agenda política pero no hay que olvidar que el “autobús de tránsito rápido” -la MetroGuagua- es la estrategia de transporte público colectivo propuesta por el Plan de Movilidad Urbana Sostenible de Las Palmas de Gran Canaria, una planificación en la que el Ayuntamiento de nuestra ciudad empezó a trabajar allá por 2009.
Tres corporaciones han asumido la necesidad de esta estrategia de movilidad sostenible para nuestra ciudad y, aunque muy despacio, estamos en el buen camino. Las actuaciones que conviertan a Las Palmas de Gran Canaria en un mejor lugar para todo tipo de personas, más eficiente en transporte, más “amigable” en temas de accesibilidad y en provisión de espacios públicos no son un capricho político, ni una moda, ni un atractivo para el turismo, ni una forma de generar economía, son la solución a la agonía de las urbes por causa de la saturación del vehículo privado. Nuestro sistema cortoplacista y una ciudadanía poco informada no alientan a los políticos a asumir grandes riesgos, pero es inevitable que Las Palmas de Gran Canaria terminará asumiendo, por inercia, las políticas del resto de las urbes desarrolladas. Que podamos disfrutar de una ciudad más humana y amable antes o después dependerá de la implicación y preocupación de los ciudadanos y de cómo incidamos en la agenda política. La MetroGuagua no es el problema, tampoco es la solución pero es parte de ella.
Sobre este blog
Espacio de opinión de Canarias Ahora
0