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Torres, entre el virus y la deslealtad

Teresa Cárdenes

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“El Gobierno es consciente del ansia de muchos españoles. Pero hemos aprendido que los alivios de hoy son conquistados con mucho sacrificio de sanitarios, policías… No los vamos a poner en riesgo por impaciencia”. Pedro Sánchez invocó este martes el trabajo de los trabajadores esenciales que se juegan la vida frente al coronavirus para advertir del riesgo de que la prisa por desconfinar a los españoles traiga más muerte. Su plan para la vuelta a una normalidad diferente tiene en Canarias una lectura inequívoca: el Gobierno de Sánchez reconoce el hecho insular por la vía de reabrir La Graciosa, El Hierro y La Gomera, pero da un frenazo sin contemplaciones al plan canario diseñado por el Gobierno canario y su comité de expertos.

En la práctica, el plan canario hubiese supuesto abrir la puerta de la calle de golpe a la mitad de la población canaria, esto es, a más de un millón de personas en un solo día. Y al otro millón al día siguiente. Mucho se esforzó el presidente canario, Ángel Víctor Torres, por subrayar el viernes, en su presentación, que el programa canario carecía de plazos concretos. Pero en simultáneo, varios de los expertos que asesoran al Gobierno regional señalaban una fecha, el lunes 27 de abril, como un momento factible para abrir de par en par las compuertas del confinamiento y dejar salir a hacer deporte, pasear o literalmente ir de compras o a la peluquería. Sin más limitación que la pretensión marciana de hacerlo a días pares o impares según el número de la calle donde habitara el ciudadano. Y lo que es aún peor, sin establecer con meridiana claridad qué protocolos de seguridad o limitación de aforos debían cumplir los establecimientos abiertos, de los que solo resultaban excluidos los centros comerciales. El “no” de Madrid no tardó ni dos horas en filtrarse. Como tampoco tardó la soberbia en teñir las reacciones de algunos de los expertos canarios. Pero vayamos por partes.

Ángel Víctor Torres lleva menos de un año presidiendo Canarias. En ese tiempo le ha caído literalmente de todo: desde la crisis de Thomas Cook a los gravísimos incendios de Gran Canaria, pasando por la crisis aeroportuaria que desató el último episodio de calima africana en las Islas. A muchos les sorprendió desde el principio el temple con que, aunque era presidente novato, reaccionó siempre ante estos golpes de fatalidad. Claro que todo aquello no era sino el preludio del verdadero drama que llegaría muy poco después: ese coronavirus que se ha llevado por delante más de 24.275 vidas en España, 134 de ellas en Canarias, y ha derribado las estructuras del primer soporte del PIB insular, el turismo.

Con estos antecedentes, el viernes resultó políticamente inexplicable que Torres accediera a comparecer junto al portavoz del comité de expertos, Lluis Serra Majem, para presentar un plan que no solo no tenía el visto bueno de Madrid, sino que además presentaba clamorosas lagunas en términos de seguridad procedimental. Lo que se agravó aún más con la ligereza con que algunos de los propios expertos daban por buena la eventualidad de ponerlo en marcha el lunes siguiente, esto es, menos de 48 horas después.

Pero en política, todo lo que puede empeorar, empeora sin remedio. Menos de dos horas después, el presidente canario quedaba expuesto y desnudo ante un imprevisto y surrealista fuego amigo. Para empezar, ante las críticas del propio Serra Majem al Gobierno de Madrid y su ya archiconocido “ni viven ni dejan vivir”, dirigido sin citarlo a Pedro Sánchez y la máxima autoridad sanitaria del país. Y pocas horas después, ante los disparos nada casuales de su propio socio de gobierno, Nueva Canarias, que quiso interpretar el episodio como un inadmisible atropello colonial al Archipiélago. Pedro Sánchez, ese godo… Acabáramos.

El presidente Sánchez despejó este martes el suspense sobre la posición de Canarias en su plan nacional de vuelta a la nueva normalidad, que sitúa a todas las islas, a excepción de La Graciosa, El Hierro y La Gomera, en la misma senda de desconfinamiento que el resto del país. Sánchez dejó muy clara la razón, que es tan evidente como dramática: “El virus sigue ahí y sigue matando”. Y enfatizó lo igualmente evidente: que frente a la letalidad del Covid, la impaciencia es la peor de las consejeras posible. Más aún, se podría añadir, cuando en Canarias uno de cada cuatro contagiados por el virus (2.200 personas en total) es profesional sanitario y Sanidad ni siquiera ha terminado el cribado de los test masivos al personal de los hospitales públicos.

Tras la comparecencia de Sánchez, Torres pareció hasta aliviado este martes. Y desde luego se cuidó muy mucho de dar por buena la teoría, alentada inmediatamente por Serra Majem y Nueva Canarias, de que el plan nacional está inspirado en el plan canario. Seguramente porque, amén de prudencia, tiene sentido del ridículo. ¿Se parecen el canario y el nacional? Sí, claro. Los dos se llaman plan y tienen cuatro fases y hablan de sectores económicos… Fin de la similitud. Pero el presidente canario tiene un problema. Y ese problema se llama lealtad institucional y pérdida de papeles en su entorno político y “experto” más inmediato.

Ante un virus que ha matado a 24.275 en España y a 134 en Canarias, es políticamente impresentable que Nueva Canarias abra una vía de agua y ponga en cuestión la confianza en el pacto cuando el Archipiélago se encuentra, con diferencia, en el peor momento de su historia democrática por la crisis sanitaria y el abismo económico que ésta abre. Pero lo es también el comportamiento del portavoz del comité de expertos, casualmente aplaudido por Nueva Canarias, su principal valedor para entrar en ese grupúsculo especial y jaleado también, oh, sorpresa, por el portavoz de Coalición Canaria.

Resulta inaudito que un experto colocado en un comité para asesorar al Gobierno en términos estrictamente científicos haya adquirido tal grado de protagonismo mediático e institucional, que casi parece un miembro del Gobierno más, opacando al mismísimo titular de la cartera de Sanidad, Julio Pérez, sin presentarse a las elecciones ni disponer por tanto de ningún tipo de encomienda de los ciudadanos. Pero hay más. Lluis Serra es un reputadísimo catedrático de Salud Pública al que nadie en su sano juicio restaría méritos profesionales ni científicos. Pero el 27 de febrero declaraba lo siguiente a la televisión pública de Canarias: “En nuestro país cada año fallecen 6.000 personas de la gripe y del coronavirus posiblemente no va a fallecer nadie este año. No hay que alarmar ni difundir bulos”. Nadie. No iba a fallecer nadie.

Sí. Es cierto que muchos científicos erraron en el diagnóstico sobre la letalidad y contagiosidad del coronavirus. Pero este antecedente quizá hubiera aconsejado algo más de prudencia en la elección del portavoz del comité de expertos. Entre otras cosas para no dejar el cabo suelto de la desconfianza ciudadana ante la trivialización del riesgo. Y quizá hubiera aconsejado también algo más de modestia y humildad del propio Serra cuando, en un gesto que se califica solo, se lanzó el viernes a cuestionar y enmendarle la plana nada menos que a la máxima autoridad sanitaria del país. Le ampara, faltaría más, la libertad de opinión. Pero, si tanto desconfiaba de Madrid y de su `ni vive ni deja vivir´, desde luego habría sido más creíble que renunciara primero a su condición de portavoz del tan cacareado comité de expertos.

Torres se enfrenta por tanto a un doble problema en términos de lealtad institucional y confianza. Los ciudadanos y también los periodistas fueron muy comprensivos con el presidente cuando, a pesar de que su falta de idoneidad para el cargo era una clamorosa evidencia desde muchos meses atrás, tuvo que fulminar a la anterior consejera de Sanidad, Teresa Cruz, cuando Canarias ya tenía encima el drama del coronavirus. Destitución que se produjo despúes, por cierto, de un grave gesto de soberbia de la ya ex consejera. Qué paradojas: esa destitución abrió la puerta al comité de expertos para arropar al Gobierno con la apariencia de “ciencia”, pero adhirió de camino la bomba lapa que ahora representan los ataques de Nueva Canarias a Madrid por su “incomprensión colonial”.

Ahora, en el delicadísimo momento de la desescalada y el proceso de desconfinamiento, ¿piensa admitir Torres que desde el propio seno del Gobierno o su entorno más inmediato se pongan en cuestión las medidas que todos los ciudadanos españoles han de cumplir, cuando han sido además manifiestamente incapaces de dibujar una ruta alternativa mejor y más segura? ¿Y que se transmita de paso a los ciudadanos el virus de la desconfianza y la ligereza, por la vía de despreciar el riesgo de futuros repuntes potencialmente mortales y abrir peligrosos agujeros de seguridad en el distanciamiento social?

De las lagunas clamorosas que aún persisten no queda ninguna duda. Este mismo miércoles, su otro socio, Casimiro Curbelo, ha tenido que pedir al Gobierno regional que agilice la disponibilidad de protocolos específicos para reactivar la economía con red de seguridad. Y lo dice desde La Gomera, distinguida con el honor de situarse a la cabeza del desconfinamiento.

Quizá es la hora de que el presidente escuche más aún de lo que acostumbra. Escuche, señor presidente. Pero no a los de siempre. Escuche también a los médicos de primera línea, ausentes del comité de expertos, pero hartos de lidiar contra el virus sin toda la protección necesaria y sin que se completen ni siquiera los cribados hospitalarios en busca del enemigo invisible. A los neumólogos, a los intensivistas, a los médicos de familia alarmados… También a la oposición y en concreto a ese PP que, a través de Miguel Ángel Ponce, neumólogo y diputado, le hace tanto hincapié en aumentar los test y asegurar las mascarillas para todos. Por supuesto a la gente, que tampoco las encuentra en la farmacia o que no las puede pagar a razón de casi un euro la unidad por mascarillas con una vida útil de solo 4 horas.

Y escuche además a los suyos. Y muy en particular al veterano Jerónimo Saavedra, que tanto sabe de traiciones políticas, y también a aquellos más jóvenes que, como Miguel Ángel Pérez del Pino, vicepresidente socialista del Cabildo grancanario, le advierten de la deslealtad manifiesta de quienes, en efecto y lamentablemente, cuecen, pero no enriquecen.

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