Espacio de opinión de Canarias Ahora
Una voz atlántica
La vorágine del día a día hace que nos olvidemos con frecuencia de que la posición de Gran Canaria y de Canarias entera en relación con el exterior, especialmente con los tres continentes más cercanos, supone un factor que nos determina, nos condiciona y, a la vez, nos abre posibilidades de relaciones e influencias de ida y vuelta. Nuestra historia, los acontecimientos que se suceden en este mundo convulso y la globalización han reforzado nuestro carácter tricontinental con Europa, África y América. Nuestra obligación es afianzar cada día nuestra posición atlántica para abordar algunas de las cuestiones que nos preocupan.
Esta realidad nos afecta social, económica, cultural y políticamente. Por eso la proyección internacional de nuestra isla tiene que ser un elemento que nos ocupe tanto a quienes tenemos la responsabilidad de gobierno como al conjunto de la ciudadanía. Lejos de vivir aislados, Canarias tiene una relación intensa con los continentes cercanos y una actividad que supera la de muchas comunidades más pobladas que no son frontera como lo somos nosotros. Estamos comprobando que la defensa de Canarias no podemos delegarla en el Estado que es el que tiene competencias porque, con frecuencia, los intereses de nuestras islas no coinciden con los del continente ni con la mirada estatal o europea. Lo vimos con las prospecciones petrolíferas, lo estamos viendo con las maniobras militares de Marruecos y ahora se repite con la crisis migratoria.
Desde que este año 2024, el puerto de La uz ha incrementado su actividad con los buques mercantes procedentes de Asia y del Índico, obligados a rodear el continente africano para no cruzar el Mar Rojo en su ruta hacia el Mediterráneo y Europa. Ha aumentado el riesgo de ser atacados por los hutíes de Yemen quienes han declarado la guerra a Israel por su ofensiva contra Gaza que cumple once meses de horror y destrucción, extendiendo su impactos a la región y a todo el mundo.
Para nuestro puerto, la reducción del tráfico por el canal de Suez se traduce en un incremento extraordinario de su actividad, no exenta de riesgos por la saturación de operaciones. Es cierto que supone un incremento de la actividad económica pero, desgraciadamente, ese crecimiento va aparejado a la subida de precios, a velocidad de vértigo, del combustible y también afecta a la cotización de las mercancías que transportan, especialmente los alimentos que recibimos del exterior y de los que dependemos. Además, las guerras consumen enormes recursos que superan lo que se necesita para acabar con el hambre o frenar el cambio climático en todo el planeta. Sufrimos una situación en la que se incumplen los acuerdos de Naciones Unidas, los dictámenes de la Corte Penal Internacional y los más elementales derechos humanos.
Las nuevas relaciones políticas de Europa con los países africanos y la imposición de políticas represivas que pretenden reducir los movimientos migratorios entre el norte y el centro de África con Europa del sur, han convertido la ruta canaria en la más frecuente a la vez que peligrosa para miles de personas que huyen de la pobreza, de la violencia de los conflictos bélicos y las afecciones climáticas que padece el continente africano.
África se desangra en conflictos armados y en un agravamiento de las hambrunas. Las consecuencias del cambio climático originan movimientos migratorios que también forman parte de este nuevo paisaje atlántico al que nos hemos habituado, dado que fuerzan a miles de jóvenes y menores a arriesgar la vida en el desierto o en cayucos para llegar a territorio europeo. Es una realidad que los canarios y canarias vivimos con enorme sufrimiento por el drama que supone ser la ruta migratoria más mortal en el mundo.
Y, lejos de los discursos grandilocuentes de los líderes que ven en las armas el único medio para alcanzar sus objetivos, con arengas de grandes estrategias y rápidas acciones que pretenden minimizar el espanto, los conflictos bélicos se prolongan. La ausencia de un horizonte de paz se consagra en las noticias que recibimos a diario y que hacen cotidiana la crueldad y la impotencia ante la deshumanización y el sufrimiento. Ucrania, Palestina, Mali y Sáhara, entre otros muchos países del continente africano forman la lista del horror que golpea nuestras vidas.
La aparente normalidad que vivimos en el Atlántico se da de bruces con la llegada de embarcaciones con millares de personas que arriesgan sus vidas. Una situación que se agrava con la insolidaridad y el uso político tramposo de las instituciones para consagrar en las islas, principalmente en Gran Canaria, un sistema carcelario de retención de inmigrantes, a sabiendas de que esto no hace más que perjudicar nuestra capacidad de atención y de solidaridad, además de afectar a nuestra convivencia.
Simultáneamente, en los últimos once meses, la violencia desatada sobre los dos millones de habitantes encerrados en Gaza, cuya superficie es la misma que la de la isla de La Gomera, ha incendiado un conflicto que se extiende a otros territorios palestinos y a todo Oriente Medio. Una situación, en la que están implicados EEUU, Reino Unido y la Unión Europea, que nos pone de bruces ante el genocidio contra el pueblo palestino, mientras vemos renacer a la extrema derecha alemana en las elecciones regionales de Turingia y Sajonia, como está pasando en Francia, España y en tantos otros países europeos.
Estamos ante una realidad política que agudiza la polarización con la entrada en escena de peligrosas consignas contra la justicia social, las políticas públicas y el reparto de la riqueza, abanderadas por profesionales de la mentira y la demagogia, como Milei, Trump, Bolsonaro, o el multimillonario Musk, propietario de una de las plataformas de redes sociales más influyente del planeta. Se han convertido en aliados estratégicos de la parte más reaccionaria del gobierno israelí, en su campaña para acabar con el pueblo palestino y ocupar sus territorios. En realidad persiguen un nuevo orden mundial basado en los autoritarismos y las autocracias y enfrentado a la democracia liberal.
Nuestra realidad global es mucho más compleja y difícil de resolver, porque ya no solo nos afectan las plagas de langostas, los piratas berberiscos o el tsunami del terremoto de Lisboa, que vivimos siglos atrás. Somos islas de paz, de convivencia, de superación de épocas pretéritas en las que los piratas asolaban nuestras costas. También, acudíamos al vecino continente para realizar cabalgadas con las que conseguir ganado y esclavos.
Igualmente, somos islas de emigrantes desde el primer viaje de Cristóbal Colón hasta nuestros días. Y desde entonces, hace 532 años, se conformó nuestra identidad, evolucionando hasta la actualidad, desde esa visión que se extendió hasta la primera mitad del siglo XX y que nos define como “europeos con los pies en África y el corazón en América”. O la visión más reciente y académica del profesor Víctor Morales Lezcano: “Para Canarias, Europa es una evidencia; América una nostalgia; y África, un imperativo”. Un territorio de la ultraperiferia que tiene fuertes vínculos con los continentes del Atlántico, reflejados en la Casa de Colón o Casa África, para mantener esos lazos históricos de conocimiento y cooperación. Por eso nos preocupa y nos afecta tanto también lo que está sucediendo en Cuba, Venezuela, Nicaragua o El Salvador.
En un mundo cambiante, en esta montaña rusa de vértigo, nuestro compromiso debe ser con la seguridad y mejora de las condiciones de la población de la isla, con su tradición de paz, solidaridad y diálogo. Una forma de entender el mundo que quedó plasmada en 1986, cuando fuimos de las pocas provincias españolas que rechazó la entrada en la OTAN y la política de bloques en referéndum. Eramos conscientes de que el futuro no pasa por el enfrentamiento y las amenazas de destrucción total, sino por nuestra transformación hacia un modelo de isla que tenga soberanía alimentaria, energética, hídrica y, de esta forma, convertirnos en ejemplo de sostenibilidad para el mundo, alejando esa imagen de cementerio de esperanzas ahogadas en el océano.
A pesar de tratarse de un reto ilusionante, algunas personas manifiestan su escepticismo sobre qué puede hacer una isla ante todo esto. Ante el cambio climático, la crisis migratoria o la fragilidad cada vez mayor de la democracia. Y la respuesta es que nuestra obligación es la de ser una voz en el Atlántico y en el mundo para demostrar que hay alternativas, que el planeta no puede seguir agotando recursos arbitraria y alocadamente. Que debemos luchar contra las desigualdades que provocan las migraciones forzadas. Que siempre tienen que estar presentes, en las acciones que corresponden, los valores democráticos esenciales. En esta encrucijada atlántica, la ecoísla que defendemos pretende profundizar en todo esto. Es una manera de contribuir desde lo local a las grandes transformaciones que demanda la tierra.
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