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El 90 cumpleaños de Luis Cobiella

Miguel Jiménez Amaro

Llevo cumpliendo cuarenta años la amistad con Luis. Hasta este 23 de marzo, día en que ha cumplido noventa, no me había dado cuenta de que Luis va también con el lustro, como María, mi hija, como yo.

Cuando primero traté con Luis fue en el instituto, en cuarto de Bachiller, que nos dio matemáticas. Era un profesor como no tuve nunca, pero es verdad también que a aquella edad mía no lo supe valorar como se merecía, lo empecé a hacer con el recuerdo, cuando un amigo suyo, con el que conviví en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, ‘El Jhony’, en Madrid, nos leía sus poemas. A aquel libro Luis lo llama el libro de los fans, porque este amigo se encargaba de llevarlo debajo del brazo, leérnoslo y prestarlo.

Luis se había editado él mismo un libro de poemas, solo había dos ejemplares, uno para él y otro para el amigo del que hablo, Felipe Concepción, que estudiaba Exactas y Filosofía en la Autónoma. Estaba impreso en letra de máquina de escribir, con papel calco. En la dedicatoria del libro se leía: “Para la tarde de un jueves, que será tarde, y jueves, solo porque tu lo quieres”. Felipe llegó a prestármelo, y yo lo leí varias veces. Recuerdo, entre otros, el poema a un árbol y unos versos que decían: “Si el pan no llega a los labios, qué importa todo lo demás”. En aquel libro había dentro un resguardo de periódico, del Diario de Avisos, de un artículo de Luis sobre Antoñito ‘El Limpiabotas’, un ser que al quedarse huérfano por un accidente en la cueva donde vivían sus padres, cerca de la entrada del túnel viejo de Bajamar, fue adoptado por Loreto y Juan, los suegros de Luis. Aquel artículo era un tierno recuerdo y homenaje a Antoñito, que recientemente había fallecido de enfermedad. En la casa de Concha y Luis hay una foto de Antoñito.

Al acabar aquel primer curso, en Madrid, con lo que ahorraba del dinero que me enviaba mensualmente mi madre, y con el del negocio de la venta ocasional de cigarrillos, calculadoras y gafas Ray Ban, me fui a Inglaterra. Lo hice con mochila, tren a Barcelona, y luego en autobús, París, Calais, Dover y Londres, Victoria Station. En ese viaje llevaba algunas cuartillas con algunos poemas, copiados con mi letra, del libro de Luis, que las releía de vez en cuando. En Inglaterra cumplí veinte años, tomé conciencia de nuevas cosas, y de mí. Aun así, sin saber bien por qué, me sentía como que debía de estar en otro sitio. Al mes regresé a La Palma.

Felipe estaba en la Isla. Él, una tarde, me lleva a conocer, en la casa de La Dehesa, a Luis, Concha, María y Nieves. Me sentí querido por ellos desde el primer momento. Nuestra amistad comienza ese día, ya tiene cuarenta años, y no tiene fin. La casa de La Dehesa, y ellos, estaban abiertos a la vida, sentías el amor que se vivía en ella. En aquella casa entraban, salían y vivían algunos de los primeros hippies que llegaron a Garafia, creadores, misioneros, intelectuales, cineastas, poetas, pintores, músicos, sacerdotes, rebeldes, monjas laicas, hombres de ciencia.

Concha y Luis, anónimamente, han contribuido a numerosas causas humanitarias. Hace unos pocos meses, Jerónimo Saavedra, en el Teatro Circo de Marte, en la presentación del último libro sobre Luis, dijo de él: “Luis es siempre ética y estética. Después de hablar horas enteras con él sobre arte, siempre acaba haciéndolo del hombre y de la realidad social”. No puedo dejar de decir, ya que estoy con Luis y con el libro de Manuel y David, que tengo subrayado todo lo que habla de su padre, de Jesús, y de la CNT.

Compartimos pasiones en la casa de La Dehesa, en la de La Parrita, en la de El Llanito, en la de San José, pasión por Unamuno, Facundo Cabral, Moustaki, Casablanca (la película), León Felipe, los libertarios, los teólogos de la liberación, el mensaje de Jesús, su música, su poesía ¡Por tantas cosas ! Al mismo tiempo lo hicimos con la comida, con los cocidos y las fabadas de Juan Isidro, la sopa de cebollas que me enseñó a hacer Ángel, los postres de mi madre: el mus de chocolate y los merengues; y de último plato: los chistes.

Después de aquel verano del 75 en La Palma estuve tres años más yendo a Madrid y dos a Tenerife. Manteníamos una relación muy fluida y de mucho cariño, tanto cuando estaba en la Isla como fuera de ella. Recibía cartas de ellos cuatro, manteníamos correspondencia. Luis, algunas de las veces que bajaba al sótano de La Dehesa, en donde tenía el estudio, se ponía a grabar casetes, unas veces cantando con el resto de la familia, otras solo al piano, cantando o recitando. Luego me los hacía llegar.

La semana pasada Luis cumplió noventa años. Después del concierto del Teatro Chico, Inma, Lourdes y Candelaria, la familia Cobiella Capote, su hermano Juan Francisco y algunos amigos, estuvimos escuchando algunos casetes de los que os comentaba. En uno de ellos, Luis toca al órgano una fusión con la melodía de la película ‘Casablanca’, ‘El tiempo pasará’, canciones libertarias y chotis madrileños. En otro casete lo escuchamos acompañando con el piano a un amigo cantor de tangos, Ginés, de Tazacorte; Luis, al final de la cinta, se anima y nos canta un tanguito.

Volvimos a quedar en vernos el lunes por la tarde, para escuchar otra de las cintas. En un lado de ella, Luis al órgano nos recita un poema que lo tituló ‘Nihal’; en el otro, canta con María y Nieves, luego solo, él mismo a cuatro voces, y más tarde, una composición para piano que le hizo a María. Tengo más grabaciones, pero las vamos a dejar para mas adelante, para otro día, si no se nos rompen estas antigüedades de medios técnicos Abrazos por el lado del corazón.

Salud y alegría interior.

Las Cosas Buenas de Miguel

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