Huir de nuestro cisne negro
Los cisnes negros son eventos extremadamente raros e impredecibles, que tienen profundas consecuencias y para los que, con frecuencia, se halla una explicación sencilla ex post facto, simplificando lo ocurrido en lugar de establecer acciones para contenerlos en el futuro. En ellos todas las explicaciones ofrecidas a posteriori no tienen en cuenta el azar y sólo buscan encajar lo imprevisible en un modelo perfecto.
En esencia, estos son sucesos que ocurren por sorpresa, imposibilitando que ningún analista, científico o investigador haya sido capaz de haber previsto ni tenido en cuenta sus consecuencias ya que, en un principio, estos sucesos son tan improbables que cuando golpean el mundo lo hacen de tal manera en la que su impacto y repercusión cambia toda regla conocida hasta el momento.
Tres ejemplos recurrentes pueden ser los atentados del 11 de septiembre, la primera guerra mundial o la crisis económica de 1987. Estos eventos no tuvieron precedentes en el momento en el que ocurrieron, teniendo un gran impacto mundial que sumado a una previsibilidad retrospectiva generalizada hizo que, como no podía ser de otra manera, se cumplieran todos los requisitos para obtener esta etiqueta que enseguida nos apresuramos a utilizar en tiempo presente cuando afrontamos situaciones de profunda consternación.
Curiosamente, la teoría del cisne negro se basa en un descubrimiento del siglo XVII ocurrido en Australia, donde los exploradores europeos encontraron en un golpe de suerte cisnes de plumas negras cuando, por aquel entonces, una de las pocas certezas dominadas sobre estos animales es que estos fueron, eran y serían de color blanco.
Esta revelación inverosímil unida a la casuística del momento hizo que este suceso trascendiera de tal manera que hizo replantearse a los entendidos de la zoología y la biología las percepciones y conocimientos adquiridos hasta el momento.
La pandemia del Covid-19 no es, ni mucho menos, nuestro descubrimiento contemporáneo de que existen cisnes de plumas negras.
Lo cierto es que la situación provocada por el coronavirus nos ha hecho pensar que la ausencia de evidencia no implica evidencia de ausencia. Es decir, como los otros brotes víricos sucedidos a nivel mundial con anterioridad nunca llegaron a producir una pandemia de esta magnitud, se creyó que no era necesario tomar medidas interdisciplinares para afrontar esta situación. El mundo actuó inspirado por lo ocurrido en los casos de SARS y la influenza AH1N1, epidemias que desaparecieron relativamente rápido y sin complicaciones de escala mundial.
Desde esa vanidad se buscó que las explicaciones ofrecidas a posteriori no tuvieran en cuenta el azar y sólo buscaran encajar lo imprevisible en un modelo perfecto.
Lo cierto es que, como dice el refrán, es preferible prevenir que curar. Porque este no es el temido cisne negro que marcará nuestra época. De hecho, está lejos siquiera de parecerse a un cisne.
Este es un rompecabezas que hemos acogido, abrigado y sustentado hasta convertirlo en lo que es ahora.
Nuestro indómito “rinoceronte gris”.
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