Los Llanos de Aridane, un centro histórico condenado a desaparecer

30 de octubre de 2020 20:32 h

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Desde 1975 Santa Cruz de La Palma ostenta la declaración de Conjunto Histórico y desde 2015 la villa de San Andrés, en el municipio de San Andrés y Sauces. Segundo centro histórico de la isla de La Palma por su volumen edificado, extensión y trazado, la declaración de Los Llanos de Aridane como conjunto histórico ni está ni se le espera.

Con la legislación vigente y si no se actúa pronto, el centro histórico de la ciudad está condenado a desaparecer, a pesar del valor y antigüedad de su trazado, aplicado de forma consciente en torno a 1521 al modo de las fundaciones coloniales del Nuevo Mundo, y del valor de su arquitectura tradicional tanto civil como religiosa. Una y otra vez, se impone la realidad de los hechos consumados y de las normativas técnicas redactadas sin más miras que las de la rentabilidad inmediata y el máximo aprovechamiento. Lo que queda es cada vez más exiguo y ni siquiera parece que seamos capaces de conservar, al menos, las cuatro calles principales (Trasera, del Medio, Real y Salud), ya bastante tocadas, de su trama histórica.

A día de hoy, el municipio, no cuenta con ningún Bien de Interés Cultural declarado o tan siquiera solicitado, ni en su centro histórico ni fuera de él, y no será por no poseer espacios y conjuntos arquitectónicos tan excepcionales como es el del Llano de Argual y las edificaciones que lo rodean. Ni siquiera su monumento más significativo, la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, ostenta tal declaración, toda vez que su incoación en 1998, hace ya la friolera de 22 años, se dejó morir sin que nadie consumara el proceso.

En 1996, se aprobó un Plan Especial de Protección que preveía la creación de una Comisión Municipal de Patrimonio Histórico Artístico para informar las licencias, cosa que, hasta hoy, nunca se ha hecho. Hace algún tiempo, la Concejalía de Cultura puso en marcha una Comisión de Patrimonio Histórico, pero que, sin atribuciones ni posibilidad de actuar, no está en condiciones de frenar ningún desatino.

En la práctica, este plan permite si no hacer todo, casi todo: remontas estrambóticas, agresiva y ortopédicamente añadidas a las viviendas tradicionales, vaciados salvajes y desaparición/sustitución integral de todas las carpinterías originales. De esta manera, los edificios históricos resultan tan despersonalizados, desnaturalizados e irreconocibles que, en este estado, no vale la pena conservarlos. Su valor patrimonial ha desaparecido, reducidos a simples muros de carga, a un decorado de cartón piedra o a un minimalismo sin identidad. No nos engañemos. A esto no se llama conservar o proteger nuestro patrimonio histórico, que representa, al fin y al cabo, la plasmación material e inmaterial de nuestra identidad.

Todas estas recetas se aplicaron a la casa nº 52 de la calle Real. Sede en la actualidad de una cadena de tiendas de moda, es una vergüenza para Los Llanos de Aridane que en ella haya nacido uno de sus hijos más ilustres, el doctor José Antonio Carballo Wangüemert (1750-1799), licenciado en leyes y en cánones y uno de los primeros aridanenses que brilló con luz propia gracias a los estudios que sus padres pudieron proporcionarle, mecenas de su iglesia de bautismo, como recuerda una lápida conmemorativa colocada en el templo parroquial.

Tristemente vaciada, degradada y convertida en un inexpresivo e impersonal local comercial, fue reducida a la nada más empobrecedora y mercantil. El edificio, completamente despersonalizado, fue desprovisto de todas sus antiguas carpinterías (cuyas puertas decoradas con cuarterones dieciochescos fueron sustituidas por lunas de cristal) y, de paso, de las inscripciones esgrafiadas que existían sobre su puerta de entrada. Tal forma de actuar, revela un desprecio absoluto hacia nuestra historia, nuestra tradición cultural y nuestra identidad.

La agresiva intervención que sufrió la trasera de la casa construida a finales del siglo XVIII por el párroco Domingo Alcalá Volcán no le va a la zaga y consiguió transformar la callejuela más encantadora de Los Llanos (callejón de la Luna) en un pasaje cuya inquietante y desagradable impresión es difícil de superar, sumido bajo la sombra de la impactante estructura metálica que se le añadió. ¿No había otra alternativa más respetuosa?

En este aciago año, hemos asistido a otro atentado cultural más y a otra pérdida irreversible en el corazón mismo de la ciudad, la casa Pérez Felipe, situada en la plaza de España nº 18 (antigua farmacia). Construida en 1845 por el maestro carpintero José María Pérez, regidor del ayuntamiento de Los Llanos de Aridane sobre el antiguo “corral del concejo” (existente en este lugar desde el primer momento de la creación de la población en el siglo XVI), era sin duda alguna el mejor ejemplo de la arquitectura llanense del siglo XIX.

De su interior destacaba su patio coronado por claraboya en forma de linterna y los trabajos decorativos realizados para su yerno, el comerciante Demetrio Pérez Cáceres, que instaló en ella su empresa mercantil, al igual que su hijo, José Guzmán Pérez y Pérez, primer llanense licenciado en farmacia que abrió establecimiento en el municipio, condecorado por su participación en la lucha contra las epidemias en el valle de Aridane.

El edificio tenía la suficiente entidad para albergar cualquier organismo público o administrativo (lo que hubiera, de paso, dignificado la imagen de Los Llanos de Aridane), al igual que pudo haber sido adaptado al uso comercial, si ese era el fin, sin llegar al extremo de amputarlo, vaciarlo y eliminar todos sus elementos más singulares, como la original claraboya cupular que cubría el patio, para llenarlo después de fríos forjados de hormigón. Si este ha sido el triste final de uno de los mejores exponentes de la arquitectura doméstica aridanense, ¿qué destino cabe esperar para el resto de edificaciones del centro histórico?

A estas actuaciones hay que unir la desaparición silenciosa de las carpinterías originales de madera, arrasadas y sustituidas por impersonales y antiestéticos paramentos de aluminio, huecos enteramente acristalados o por penosas imitaciones de madera en el mejor de los casos. La normativa así lo permite. Es triste comprobar como estos trabajos de madera, que constituyen el elemento más personal de nuestra arquitectura tradicional, sin los cuales las fachadas se convierten en paramentos inexpresivos y desprovistos de valor, están siendo eliminados sistemáticamente de nuestro paisaje y entorno familiar, amenazados por la desidia, el desconocimiento y el confort.

En algunos casos, como sucede con las ventanas de celosías, representan auténticas reliquias arquitectónicas y culturales. Prácticamente desaparecidas en el resto del mundo hispánico, como ha sucedido en Andalucía, en ninguna otra parte de España o de Iberoamérica se ha conservado un número tan copioso como en Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane, con una formulación típicamente palmera. Reducidas poco a poco, en la actualidad quedarán en este último lugar tan sólo una veintena de ejemplares de esta clase de ventana que tanto abundó en el pasado. Además de catalogarlas y protegerlas como los elementos singulares que son, su conservación debería de estar apoyada económicamente por los organismos públicos (conservar una veintena de ventanas de celosías no parece que sea un gasto inasumible).

Representativa y depositaria de la identidad histórica y cultural de sus habitantes desde el origen de una ciudad que durante los próximos años cumplirá medio milenio de existencia, es este patrimonio histórico el que distingue, da personalidad y hace diferente a Los Llanos de Aridane de cualquier otro lugar, sin cuya presencia sería otra monótona e impersonal ciudad más sin nada que ofrecer al visitante. Se trata, además, de una fuente de riqueza, un poderoso aliado de la actividad comercial y la mejor imagen que se puede brindar al turismo del que pretendemos vivir. ¿Qué otra imagen, si no, podemos ofrecer al visitante? ¿la de la avenida Exterior? ¿la de la avenida Venezuela? Calles como esas las hay en todas partes.

Por supuesto que es posible congeniar el uso económico y comercial con la preservación de nuestro patrimonio histórico y cultural. Hay sobrados ejemplos, pero para ello hace falta algo de imaginación y voluntad de todas las partes implicadas. ¿Qué mejor marco para un comercio que un edificio tradicional bien rehabilitado?

Su conservación tampoco puede recaer exclusivamente sobre el bolsillo de sus propietarios. Exige la implicación y la colaboración de los organismos oficiales, que deben estar comprometidos sin titubeos —también económicamente— con la protección de nuestros signos de identidad. 

A este paso, el casco histórico de Los Llanos quedará convertido en una sucesión de lunas de cristales y marcos vacíos (para comprobarlo, a día de hoy, no hay más que darse un paseo). La presión edificatoria irá además en aumento en los próximos tiempos. En estas circunstancias, la ciudadanía debe preguntarse cuál es el tipo de ciudad que quiere para el futuro y si realmente desea o no conservar este legado y transmitirlo a las generaciones venideras, a las que pronto no habrá nada que enseñarles. De no ser así, el centro histórico de Los Llanos de Aridane quedará abocado a unas nostálgicas imágenes fotográficas para el recuerdo con las que decorar las paredes de bares y restaurantes.

*Jesús Pérez Morera es doctor en Historia del Arte, profesor titular en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna y miembro de la Comisión Insular de Patrimonio Histórico del Cabildo Insular de La Palma

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