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El pabellón que se convirtió en refugio: ropa, comida y respaldo para las familias a las que el volcán arrebató todo

Javier se desplaza a La Palma desde Tenerife para llevar bolsas de ropa y comida a las familias desalojadas por la erupción

Natalia G. Vargas

Los Llanos de Aridane —
22 de septiembre de 2021 18:14 h

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Enrique carga a sus hijos en brazos frente al polideportivo de Los Llanos de Aridane. Lo han perdido todo. La lava se tragó su casa, la de su cuñada y la de sus suegros. La erupción de La Palma estalló a un kilómetro de su vivienda y, junto a su pareja, se marchó a toda prisa. Solo tuvo tiempo de recoger algunos documentos y ropa para los niños. Las ojeras están marcadas en el rostro de los dos maestros, que llevaban toda su vida viviendo en Todoque. “Me duele mi casa, pero la de mis padres, que es donde me crié, aún me duele más”, dice ella. Este centro deportivo se convirtió anoche, cuando el volcán entró en una fase más explosiva, en un gran espacio solidario. La fuerte lluvia de ceniza aumentaba cada hora y era “inviable” que las familias desalojadas tuvieran que registrarse como evacuados en el campo de fútbol donde permanecían hasta ayer. Hasta allí se han desplazado personas de todos los barrios e incluso de otras islas para donar ropa, comida y productos de higiene. 

Javier llegó en barco a las diez de la noche a la capital palmera en una furgoneta cargada de recursos para donar. Una hora después de que el volcán entrara en erupción se sacó el billete para viajar a La Palma desde Tenerife. “Siempre he querido ver un espectáculo natural así, pero nunca me imaginé que fuera a presenciar una tragedia”, cuenta. Él, sus amigos y su familia llenaron en dos días al menos diez bolsas de ropa y, antes de salir, pasaron por un supermercado a por alimentos no perecederos. Javier las deja en la puerta del pabellón y se marcha a su isla: “No es momento para quedarse a molestar”.

La familia de Enrique es una de las que agradece a los vecinos la oleada de solidaridad que se ha desplegado por todo el país y que les permitirá vestir a sus hijos de dos y tres años. “Ahora toca empezar de nuevo”. Todas las personas de Todoque, el último barrio amenazado por la colada en su camino al mar, han pasado por este pabellón, que se ha convertido en el centro del dolor y la desolación. En el interior registran sus nombres y reciben apoyo psicológico. Nayra, que “ante todo es palmera”, es una de las profesionales del operativo de emergencia desplegado por el Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife para atender a las víctimas de esta catástrofe.

“Cada persona expresa sus sentimientos de una forma diferente y lo primero es escuchar”, cuenta la psicóloga. Para ella, no hay ninguna palabra mágica ni ningún “truco” para tranquilizar a las familias. Las redes de apoyo son fundamentales, así como tener seres queridos con los que hablar y a quienes recurrir. Nayra también ha asistido estos días a personas solas que se han quedado sin vivienda por la erupción. Sin embargo, se alegra de la solidaridad que desborda al pueblo palmero. “Al ser un sitio tan pequeñito, todos nos ayudamos entre todos”.

En algunos casos, los animales son el “salvavidas” para enfrentar la soledad. La historia de Pedro, un vecino palmero de 71 años, ha dado la vuelta al mundo estos días. Lleva desalojado desde el domingo y desde ese día ha preferido dormir en su coche porque no encuentra un lugar donde quedarse con sus tres perros. 

“Solo quiero ir a casa a salvar las cenizas de mi madre” 

A las puertas de Todoque, varias familias aún tienen esperanza de que su casa sobreviva a la lava. Desde las 6.00 de esta mañana, vecinos y vecinas se han presentado en los puntos de encuentro establecidos por el Cabildo de La Palma para que algún agente de medio ambiente los acompañe a sus viviendas. Para superar el cordón de la Guardia Civil necesitan un permiso que pruebe que son residentes. Una mujer cansada de llorar pide con desesperación que la dejen volver a su casa: “Yo solo quiero ir a salvar las cenizas de mi madre”.

Julián, ataviado con gorro, gafas, bufanda y mascarilla para protegerse de la nube de ceniza que inunda el sur de la isla, insiste en que la erupción “no es buena para nadie y tampoco para el turismo”. “Aunque por mi casa no pase la lava, esto es una desgracia para toda La Palma”, cuenta el empresario del sector turístico. El palmero vio la erupción desde un barco de pasajeros mientras llegaba al puerto. Desde entonces, duerme con unos amigos, y cada vez que las autoridades se lo permiten regresa a la vivienda para seguir vaciándola. Antes de irse, dejó a sus animales en una finca cercana. “Por el momento están bien, pero no sé hasta cuando”. 

En mitad del caos, Andrea abre la puerta de su casa. Con 87 años ha visto nacer a tres volcanes. Desde la terraza sigue viendo cada día al volcán escupir lava sin parar. No tiene miedo, pero ya tiene preparadas las cenizas de su hijo y de su marido por si tiene que salir corriendo con su hijo mayor. Si tiene que alojar a alguna persona evacuada, también lo hará. “Yo solo quiero que ayuden a toda esta gente, que encuentren un lugar donde vivir”.

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