De Wikileaks a Panamá pasando por Canarias
Cuatro redactores se reunieron ante los alumnos del master del catedrático Víctor Sampedro (URJC) para conformar una mesa redonda titulada De Wikileaks a los Papeles de Panamá. Pertenecían al Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), Infolibre, eldiario.es y 20 Minutos. Uno de ellos, Ángel Calleja, hizo esta reflexión: “Para que se produzca el cambio a nivel social y periodístico hay que cambiar nuestra cultura como país y la educación desde la escuela. Una asignatura de ciudadanía pública que nos enseñe, o como lo queráis llamar. Por otro lado, ¿cuánto podemos soportar?. Todo lo que nos echen y más. Nos da igual. A cada filtración que pasa solo nos percatamos de algo que ya sabíamos. Pero hasta que no nos golpean con los documentos no nos damos en las narices. Si leéis a Henry Kissinger os vais a escandalizar. Carlos Sosa ya publicó en su día todos los documentos que probaban los casos de corrupción de Soria desde que entró en política. Nadie le hizo caso. The Guardian publicó con los Papeles de Panamá un titular que era: ”Los ricos evaden impuestos“. Tirando del típico humor inglés, imagino”.
Ángel Calleja lo palpa a tientas, no conoce a Carlos Sosa, aunque probablemente sí que lo ha leído, como han hecho muchos de los que han tenido que seguir el “caso Soria” estos días. Los “cabezas cortadas” nos hemos convertido ahora en “cabezas pensantes”. Siempre es preferible a ser cabeza de chorlito o cabeza de turco. Pero sería bueno recordar qué cosas han ocurrido previamente porque explican lo que sucede después, que no es por arte de magia ni de birlibirloque. Si alguien hubiese profetizado la caída de Soria antes de la repetición de las elecciones –cuando él se jactaba de acariciar la vicepresidencia económica bajo un Gobierno tecnócrata presidido por Luis de Guindos, que es lo que se perfila ahora con otros nombres– hubiese sido tachado de loco o iluso. Las tropelías de Soria eran conocidas por aquellos que leían Canarias Ahora o eldiario.es pero eso no provocaba su pérdida de credibilidad y con ella su dimisión. Sus desmanes además seguían siendo los mismos en sus nuevos episodios (Repsol, Castor, Energía Solar). Entonces ¿Qué cambió? Lo explica precisamente el profesor Sampedro en su libro El Cuarto Poder en Red: ha cambiado el periodismo porque se han modificado sus normas, sus referentes y sus códigos. Vuelve a sus orígenes. El futuro es la historia. La tecnología es el atrezzo.
Víctor Sampedro fue compañero mío en las aulas de la Universidad Rey Juan Carlos. El era un catedrático respetado, yo un modesto profesor asociado. No tuvimos el gusto de intimar, pero supe más de él por una web de contrapoder que le entrevistó y publicó profusamente cuando nadie lo hacía. Su libro era como la Biblia de Lutero en época de contrarreformas, su mera lectura, herejía. Esa web innombrable que él sí elogiaba rompió el tabú –y otros muchos que no vienen al caso– y Sampedro se convirtió en referente “contramediático” porque lo habíamos perdido todo, hasta el miedo. La paradoja es que ese profesor nunca ha ejercido de periodista aunque sea docente universitario en Comunicación. Esto aflora como la experiencia está vedada en la academia, que sí cultiva con generosidad la teoría y la ciencia. La cojera que ya vislumbró Alberto Jiménez Fraud en su Universidad española: Ocaso y Restauración y que dio lugar a la Residencia de Estudiantes de Dalí, Lorca y Buñuel.
Sampedro también fue un visionario como Fraud: supo ver que el papel del periodista había cambiado. Y que los iconos del nuevo periodismo no eran Tom Wolfe, Gay Talese o Vargas Llosa, que pertenecen al siglo XX, sino Assange, Snowden y Manning, que además no son periodistas sino informáticos. En su libro cuestiona el periodismo de mesa redonda y cabeza cuadrada porque no lee teoría ni ciencia y además está apesebrado. Y viene a decir que la seminal transgresión del periodista –que también paradójicamente Juan Luis Cebrián dibujó desde el régimen mejor que nadie con bellos e interesantes perfiles históricos en su libro El pianista en el burdel– ya no se encuentra en las redacciones sino en los hackers. Solo si el periodista admite la supremacía del tecnólogo, el interés del ciudadano (redes sociales) y cruzan todos juntos el Missisipi con el agua al cuello volverá a recuperar su crédito. Y con ello, su estima social y su salario digno. Por contra, arracimado con el poder será la carne de cañón en la que actualmente se ha convertido, despreciada por los poderosos que responden a las adulaciones y caprichos con las migajas que caen de su opulenta mesa.
El periodista siempre fue un superviviente y por ello se moverá siempre entre el idealismo y activismo de estos pioneros y heroicos hackers y el rezo diario a ese padre poderoso que está en los cielos, santificando su nombre, ansiando su reino, haciendo su voluntad en la tierra y en el cielo a cambio del pan nuestro de cada día y del perdón de las deudas (bancarias, por supuesto) para no caer en la tentación de la política o la corrupción. Y esa quijotesca ambivalencia es la que ha encontrado en el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, donde un centenar de medios de comunicación de todo el mundo se han mancomunado para cambiar una de las normas del periodismo del siglo XX: si un poderoso esconde una ilegalidad, hipocresía o inmoralidad, el periodista está legitimado para publicarla sin que importe el origen espúreo de la fuente, solo su veracidad. Es el “cuarto poder en red”, origen de las filtraciones que están asomando en este nuevo siglo: Wikileaks, la Lista Falciani, antes la Lista Kieber o los emails de Blesa y ahora los Panamá Papers. Y los que vendrán. En el siglo XX jamás se hubieran publicado. Hoy han hecho dimitir a medio centenar de dirigentes y famosos corruptos en todo el mundo que ocultaban su realidad financiera, empresarial o tributaria. Hasta Almodóvar ha visto disminuir su taquilla. Por eso el régimen se esfuerza en apuntalar su cuento de hadas de la transición y su Cuéntame cómo pasó de Imanol Arias, otro actor “panameño” como lo era el entrañable Antonio Garisa en la época de Franco.
Con los cánones del periodismo clásico un tipo como Soria hubiese durado siglos embalsamado en formol. Con el “cuarto poder en red” se ha esfumado en cuestión de segundos, confirmando lo que en efecto los periodistas más veteranos venían publicando durante años con grave riesgo de su patrimonio y hasta de su libertad: en España no hay primera enmienda como en Estados Unidos y vamos tirando con una Constitución que castiga hasta a los títeres y cachiporras, prohibe reinar a las mujeres y obliga a hacer el servicio militar a los hombres aunque este haya desaparecido.
De ahí que los periodistas hayamos dejado atrás los viejos esquemas de competitividad y corporativismo que nos han llevado a la ruina –“perro no come carne de perro” o “entre bomberos no se pisa uno la manguera”– y estemos abonando terrenos más feraces de cooperación e inteligencia común en red. La doble identidad, el espía detectivesco o el anonimato han venido a sustituir aquellos ingeniosos pseudónimos con los que Larra podía contar magistralmente la verdad impronunciable. Aún antes Cervantes o Shakespeare ejercían de periodistas “anonymous” camuflando o desvirtuando hasta su propio nombre.
La época de los Soria ha terminado, lo cual no significa que no haya más “Sorias” que desenmascarar ni que no vayan a surgir otros nuevos. Alrededor del poder siempre se genera ocultamiento y corrupción independientemente de las ideologías, y están más más extendidas de lo que creemos. Observen el argumento de Mariano Rajoy en su defensa: Soria le explicó a él “exactamente lo mismo” que decía en las ruedas de prensa (es decir, sus mentiras), pero “las he respetado y lo único que puedo decir es que, además de ser un buen amigo, ha servido muy bien a este Gobierno”. Amistad y servilismo fueron sus valores. Los mismos que los de la ley de la omertá. De ahí su epitafio: “Soria ha demostrado un nivel de exigencia como no han demostrado otros dirigentes políticos”. Era el más amigo y el más servil. Por eso al ser cazado con las manos en la masa, dimitió, se entregó. ¿Cabe mayor prueba de amistad y lealtad al capo?
Esto último es cierto, pero no en exclusiva: hoy la mentira en política se castiga en España como desde hace muchos años se hace ya en las democracias anglosajonas y protestantes. Con la ruptura del bipartidismo ha entrado el erasmismo. De ahí que el portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, haya preferido otra necrológica: “Soria ha dinamitado su credibilidad como persona y como cargo público”. Al engaño lo define así: “cayó en numerosas contradicciones día tras día”. Y lo explica sin necesidad de saber latín: “Se ha ido porque el lunes salieron unos papeles y fue a dar unas explicaciones que finalmente no eran reales. El martes fue al Congreso a dar otras explicaciones que finalmente pudimos comprobar que no se adecuaban a la realidad y el miércoles volvió a dar otras explicaciones en la misma situación. Dio explicaciones incoherentes”. No es del todo cierto: sus argumentos hubiesen sido perfectamente coherentes en un régimen de opinión pública del siglo XX, donde el político habla y el plumilla transcribe sin reparar en las “contradicciones”. Hoy maneja documentos, información privilgiada y privada, fuentes muy cercanas y personales. El relato y la información han dejado de ser barreras infranqueables. Canarias, ahora, se apoya en Wikileaks.
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