Las lágrimas negras de la cumbre de Gran Canaria
“Raíces echa en tu suelo el pueblo que a ti se aferra, que en tus barrancos encierra cuanto es capaz de sentir y eligió para vivir las entrañas de la tierra”. Los versos del repentista grancanario Yeray Rodríguez presiden el Mirador de la Atalaya, en Artenara. A su alrededor, los mismos barrancos visten de luto con un manto negro hecho de cenizas. El silencio en los barrios y el olor a quemado se vuelven cada vez más intensos a medida que se acerca la cumbre, y tejen un escenario desolador que permite intuir el triste episodio que la población grancanaria vivió durante el incendio de la madrugada del sábado 10 de agosto. Cuatro días más tarde, el humo distorsiona el paisaje y las llamas se esfuerzan por resucitar, después de dejar 1.500 hectáreas calcinadas y más de 1.000 personas evacuadas.
A unos 10 kilómetros, en el barrio de El Tablado (Gáldar), Gladia Montesdeoca barre las cenizas que invadieron la entrada de su casa el fin de semana. A la una de la madrugada del domingo tocaron su puerta con fuerza, alertándola de que tenía que salir de allí de inmediato. Se había declarado un incendio. Con sus nietos de 11 y 14 años de la mano, la vecina, que reside en Juncalillo desde hace 50 años, fue evacuada y realojada en el albergue municipal que el Ayuntamiento de Gáldar habilitó en el casco más antiguo de la ciudad. “Nos fuimos con lo puesto, y allí no nos ha faltado de nada gracias a la voluntad de la gente, que nos ha dado comida, techo e incluso ropa”, explica. Montesdeoca es una de las vecinas que estará unas dos semanas sin agua de abasto, después de que el fuego abrasara la tubería principal. “Tengo un tanque, así que podré sobrellevarlo mejor”, afirma.
Cerca de las once de la mañana, varios voluntarios recorren las calles ofreciendo agua embotellada a todas las familias que, después de dos días, pudieron regresar a sus viviendas este lunes. “¿No te quemaste?”, bromea Montesdeoca con uno de sus vecinos, Suso. Él no esperó a que las autoridades vinieran a evacuarlo. “Estaba sentado frente a mi casa y veía cómo las llamas se acercaban cada vez más. Le dije a mi pareja que teníamos que salir de aquí”, recuerda.
Efectivos de la Cruz Roja también se desplazaron a la zona, para ofrecer apoyo psicológico a las personas que puedan haber sufrido daños en sus propiedades. Las casas de madera fueron las grandes damnificadas, ya que el fuego acabó con ellas. El concejal de Cultura del Ayuntamiento de Gáldar, Julio Mateo, estuvo en Juncalillo comprobando el estado de las infraestructuras y reconoció que una mujer embarazada se había quedado sin su hogar, construido con madera y destruido por el incendio.
Al otro lado de la carretera vive José Antonio, que pasó la mañana del lunes trabajando en sus terrenos. Pocos días antes del incendio, estuvo limpiando las malezas que bordean su casa y sus nogales. “Si no lo llego a haber recogido, el fuego se habría extendido a mi vivienda”, cuenta. Fue su hijo desde Telde quien le alertó del peligro. Salió fuera y observó un amplio despliegue de unos 30 profesionales de seguridad evacuando a los vecinos. Sin embargo, desde su punto de vista, “faltó más organización” entre los distintos grupos de trabajo. “Cuando hay fuego hay que actuar, no esperar, ni pensar en nivel 1, nivel 2 o nivel 3”, subraya.
En la noche del domingo, volvieron a intentar evacuar a José Antonio por otro conato de incendio. Sin embargo, él se quedó refrescando el terreno y tratando de contenerlo. “Si yo no me llego a quedar aquí anoche, los animales se habrían asfixiado”, considera. “Siento que ha habido negligencias y que las consecuencias podrían haber sido insignificantes con una actuación más eficiente”, valora.
Trabajo incesante
Mientras tanto, la sirena de una ambulancia vuelve a sonar. El viento sopla cada vez con más fuerza, el calor aumenta y con él, la incertidumbre sobre si por fin finalizará la pesadilla. Las labores de control, vigilancia y extinción no cesan. En el helipuerto de Artenara, apenas dos minutos pasan entre helicóptero y helicóptero para recargar agua, incluso algunos tienen que esperar a que el anterior termine de rellenar. Llegan, llenan sus cubas, marchan a toda velocidad, vierten el contenido sobre el terreno y vuelven de nuevo. En los cuatro días de incendio, se han utilizado un millón de litros de agua, según los datos que aportó el presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, este lunes.
La labor de los profesionales se completa con el apoyo humanitario de los grancanarios y grancanarias, que han desplegado un auténtico dispositivo de solidaridad y colaboración en los municipios vecinos. Es el caso de San Mateo, donde se habilitó un espacio de refugio para los residentes de Tejeda evacuados el domingo por la noche. En el interior del pabellón hay dos zonas. Una de ellas es el área de descanso, donde algunas personas duermen después de la noche infernal que vivieron. En la otra habitación, el resto de vecinos ve la tele, lee el periódico, come o conversa. Sonia y Eugenia Espino toman café. Son hermanas y la primera palabra que les viene a la mente para describir el incendio es “miedo”, al ver cómo las llamas venían hacia su casa.
La segunda es “indignación”. “No es la primera vez que esto pasa, es una llamada de atención constante para que las administraciones y los políticos se tomen en serio estas situaciones antes de que ocurran y no después”, lamenta Sonia, quien considera que la limpieza y el buen mantenimiento de los terrenos rurales es fundamental para evitar que las catástrofes forestales alcancen tal magnitud.
Una de las grandes preocupaciones de las personas afectadas por el incendio son sus animales. Los vecinos de Juncalillo de Gáldar pudieron volver a atenderlos este lunes después de dos días. Así, otros vecinos han recibido la ayuda de asociaciones especializadas en la atención a los animales. Es el caso de la organización Leyre por los peludos, que estos días ha puesto a disposición de toda la población afectada medios y recursos para atender a los animales que hayan podido sufrir algún tipo de lesión o que necesiten comida y bebida.
Por su parte, Jesús Muñoz, habitante de Tejeda, no se ha separado ni un minuto de sus dos cabras, que buscan la sombra frente al albergue de San Mateo. “Me pidieron las autoridades que dejara a mis cabras sueltas y que yo me fuera, pero no fui capaz y luché por traerlas conmigo”, narra. “Llevo tres días con la misma ropa y no me importa decirlo, pero para mí lo primero son ellas y luego voy yo”, confiesa.
Los vecinos de Tejeda, pueblo incluido entre los más bonitos de España, han vuelto este martes a sus viviendas, apenados por lo que ha ocurrido y preocupados por lo que vendrá. Estos días, el fantasma del incendio de 2017 ha vuelto a aparecer por las calles del lugar, donde el vínculo entre la población y la naturaleza, pase lo que pase, se vuelve más fuerte que nunca. “Estamos a tiempo de evitar que pase de ser de los más bonitos, a los más feos del país”, advierten las hermanas Espino.