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¡En Jinámar se vende todo!

Mercancía de un puesto

Héctor del Toro

Un domingo cualquiera, en el rastro de Jinámar, la melodía de un acordeón se confunde con el vocerío de más de 300 puesteros afanados por volver a casa con la menor mercancía posible. Carteles manuscritos prometen dos kilos de plátanos a un euro, mientras el anuncio de un polluelo al mismo precio no termina de cuajar. La crisis ataca a la compra de mascotas y, según Juan Valerón, en su puesto “lo que más se vende es comida y complementos, y, lo que menos, animales”.

Por 12 euros el metro cuadrado, cada negocio funciona desde las 7:00 y hasta las 14:00 horas. Eliseo Rodríguez llegó hace seis años. Trae “flores de Holanda y Ecuador, porque salen más baratas”, pero, aun así, “he intentado quitarme esto de encima, el tiempo que haga depende mucho para vender”, asegura, a la vez que se protege de la llovizna bajo un toldo que él mismo coloca. Agradece sus ingresos a los cementerios.

Cada comerciante gana unos 200 euros durante la jornada, variando hasta 400 si el día es bueno o 100 si es malo. A sus 72 años, Carmen Ferrera es clienta habitual, porque “está más barato y, de camino, nos despejamos un poquito la cabecita, nos damos una vueltita y siempre acabamos comprando algo”. La mujer que le acompaña llama su atención: “¡Mira, Carmensa!, las batatas de trucha a un euro”, comenta.

Entre la clientela, hay quien asegura tener la clave para mejorar la situación económica. Otros, dudan de la autenticidad del cuero de los cinturones o de si se notará la falsificación de las primeras marcas.

Familias enteras mezclan ocio y compras, moviéndose con el aroma de hierbas medicinas y al ritmo cálido de la música que suena en la torre que divide el recorrido. Ya sea por dar una vuelta o adquirir algún producto, lo cierto es que el mercado de Jinámar es testigo del tránsito de miles de personas; algo que también hace aumentar la competencia.

Ángel Padilla ha dejado de traer pata asada. Ya no la vende. Echa la culpa a los panaderos, diciendo que “hay competencia desleal” por ofrecer cerveza, agua o refresco. “Si cada uno vendiera lo suyo, habría para todos”, añade. Su plato estrella es la carne de cochino; media ración cuesta cinco euros.

En otra acera, dejando atrás los juguetes, la ropa interior y el calzado, se encuentra el rincón más solidario: los puestos de obras sociales para ayudar a toxicómanos rehabilitados o conseguir comida para animales, cuyos dueños no pueden alimentarlos. Allí, los productos son de segunda mano y hay ropa a 0,50 euros.

Desde 2013, los puesteros disponen de credenciales que les autorizan a realizar su labor comercial. Para ello, deben cumplir algunos requisitos: estar dados de alta en la seguridad social, tener un seguro de responsabilidad civil a terceros o disponer de carné de manipular de alimentos.

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