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Niños ven, niños oyen, niños hacen

Camy Domínguez

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Cuando eres profesora y te mueves en el mundo de los adolescentes y les generas cierto grado de confianza, acabas siendo para ellos algo distinto a los demás profesores. Muchos niños están abandonados en manos de agentes educativos de alta nocividad, como el móvil, la televisión o internet, y necesitan muchas veces contar sus experiencias a alguien que los escuche, porque desgraciadamente muchos de ellos no tiene apenas una comunicación familiar válida.

Por esta razón, después de escucharlos y hacerles de confidente, no solo te va a costar un poco más que al resto de tus compañeros mantener el orden de la clase y que cuando vayas a explicar una lección te escuchen a la primera y te tomen en serio, pues acaban considerándote una coleguita, sino que también tienes que estar todo el tiempo recordándoles aquello del respeto al profesor como autoridad pública, que no sé a qué están esperando nuestros gobernantes para hacer valer tal figura...

Pero a lo que iba. A veces me gusta escucharlos y aprendo mucho con ellos puesto que no todo en esta posición de “infiltrado” tendría por qué ser malo. Para conocer el mundo de los adolescentes es necesario acercarse a ellos en un nivel igualitario, no en relaciones verticales, desde la perspectiva del poder desde la que muchos profesores miran a sus alumnos. Si lo intentáramos más veces, a estas alturas muchos de los problemas se estarían resolviendo positivamente, porque los mayores no solemos entender este complejo mundo de los adolescentes y nos limitamos a criticarlos.

Pondré un par de ejemplos, por supuesto, basados en hechos reales ocurridos a lo largo de mi trayectoria profesional pero disfrazando un poco las situaciones para que nadie se dé por aludido.

Una niña de doce años me dice que “si aquel niño me pega yo también le pego”. Intento convencerla sin éxito de que no va a resolver nada por esa vía, que es mejor acudir a un profesor y contárselo y no pagar con la misma moneda para luego ser sancionada ella también. A saber en qué acabaría la humanidad si todos hiciésemos lo mismo.

Otra niña de su misma edad me dice que prefiere que la arresten y así, mientras permanece en el lugar donde temporalmente esperan los arrestados a resolver su asunto, se puede enterar de todo lo que critican los profesores. Le pregunto qué pueden criticar los profesores, que tantas cosas tienen que hacer para perder tiempo criticando, y me contesta que critican cosas de los alumnos. Sienten una especie de complejo y no entienden que nuestro objetivo es hacer de ellos gente que respete a la gente y que sean alguien digno en el futuro.

Una niña de trece años me cuenta que un compañero le cogió el móvil a otra compañera y le miró su cuenta de Instagram y por ahí se enteraron los dos de que la compañerita en cuestión, de similar edad, estaba teniendo una conversación como si nada con un señor mayor que entre frase y frase le enviaba fotos de su pene y ella ni las pedía, ni protestaba, ni nada que se parezca. Señora, ¿usted le regaló un móvil a su niña y no la previno de lo depravado que puede llegar a ser ese mundillo? Mejor le hubiera regalado una Smith and Wesson. ¡Total! Vaya manera de meter a la criatura en la boca del lobo...

Un chico de quince me cuenta que él antes andaba con unos chicos y se drogaba, se metía de todo, fumaba marihuana, pero que “eso es una mierda” y que ahora intenta convencer a otros amigos de que no hagan lo que él. Alguno de vez en cuando te da una sorpresa como esta.

Unos chiquitines de doce años me cuentan que una vez le robaron un examen al profesor y luego se lo pasaron a toda la clase y todos se copiaron y aprobaron. Por un momento se olvidan de que yo pertenezco al otro bando y me podría chivar. Aunque a veces reaccionan, pues otra alumna de trece, cuando le llamo la atención constantemente por molestar en clase, me llama “pesada” y entre dientes me murmura “puta”. Le digo que lo repita en voz alta pero no se atreve.

Les pides en una actividad de clase que inventen un objeto que consideren necesario pero que no esté inventado y que a continuación hagan un folleto donde aparezca un texto instructivo de una cierta extensión. Un alumno de quince me escribe sobre un preservativo que se puede usar muchas veces y otro sobre una muñeca prostituta. Los dos tienen el valor de exponerlo muy serios delante de toda la clase y tú no sabes qué hacer. Te han pillado por sorpresa.

El colmo es cuando uno de catorce en una hoja perdida en el interior de su cuaderno escribe entre otras lindezas “perra, chúpame la pinga, te violo” y llamas a sus padres para enseñarles ese escrito y estos te dicen muy enfadados que eso es porque ellos están todo el día escuchando reguetón y que su hijo no pudo haber escrito eso, que alguno lo obligó a escribirlo. Al día siguiente el niño viene todo farruco a clase, y ten cuidado no le hayan comprado un móvil de última generación por la hazaña. Entonces es cuando entiendes el porqué de las cosas.

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