Igual que el Espacio
- Título: Passengers (2016)
- Dirección: Morten Tyldum
- Guión: Jon Spaihts
- Reparto: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne
Perdonen que hoy quiera escapar de introducciones y adornos con los que contextualizar el que es uno de los mayores estrenos de estas navidades y quizá un gran blockbuster de lo que será 2017. Lo cierto es que el título de esta crítica no hace referencia a la verosimilitud de la cinta con la realidad cósmica que pretende tratar -nula- sino más bien a que Passengers, o Pasajeros, si lo prefieren, es una de las películas más tramposas de las rodadas durante el ya pasado año.
Es una cinta nada recomendable, hasta el punto de estar ante una de las merecedoras de un buen par de nominaciones a los Razzies de este año. Pero sí, de alguna manera es igual que el mismo espacio exterior: completamente llena de vacío por todas partes.
Con el resurgir de las aventuras espaciales encabezado ya en 2008 por Danny Boyle y su Sunshine, tendencia que más tarde nos traería cintas magníficas como Interstellar (Christopher Nolan, 2011) o Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), era de esperar que Morten Tyldum, el que fuera director de la genial Headhunters, liderase una historia interesante, atrevida, de cierta calidad. Y no me malinterpreten, la dirección de Passengers no es mala per se, dejándonos momentos de cierta belleza visual -la mayoría de ellos con algún matiz erótico, incluso.
Sin embargo, es obvio que el director noruego no puede obrar milagros con un guión tan blando, que resulta ser construido a partir de obvias referencias a esas mismas películas que antes nombraba, entre otras, simplemente por seguir la estela de lo que ha funcionado ya anteriormente. Escrito que firma Jon Spaihts, quien fuera también uno de los guionistas de Prometheus, Doctor Strange o La momia (Alex Kurtzman, 2017), aún por llegar. Con Passengers nuestra expectativa de aventura espacial se convierte, como si de una pesadilla se tratase, en un absurdo romance galáctico inundado de clichés del más rancio establishment hollywoodiense.
El argumento no puede ser más simple: una tripulación viaja criogenizada con destino a un remoto planeta. De entre todos los pasajeros, los interpretados por Chris Pratt y Jennifer Lawrence se despiertan casi 90 años antes de la llegada.
No hay más. O sí, pero es entonces cuando empiezan los despropósitos. Moralismo católico muy poco inteligente, los mensajes incoherentes destilados del comportamiento de los personajes y el continuo recurso a la estrategia narrativa del deus ex machina, que nos hacen preguntarnos si esta es la misma película que nos vendían en el tráiler, ya de por sí bastante descafeinado.
Pratt, a quien todas las productoras intentan vender como el próximo Harrison Ford, ha acabado por caer en el encasillamiento del papel de macho alfa aventurero, algo que siempre se explota hasta la extenuación y que parece borrarnos la memoria respecto a precedentes idénticos del star system norteamericano. La interpretación es plana y apesta a catolicismo barato del que tanto parece gustar en la industria estadounidense.
Frente a tal esperpento, una sobreactuada Jennifer Lawrence, cuyo personaje es falsamente puesto al mismo nivel de consideración que el de su compañero masculino pero que en realidad solo parece tener relevancia cuando la actriz -oh, casualidad- es utilizada como un mero reclamo estético y sexual para los espectadores. Mientras, el personaje de Martin Sheenes un elemento totalmente desaprovechado y ya el encarnado por Laurence Fishburne, un objeto de simple relleno.
De esta manera, una historia completamente inocentona -o una inocentada de aventura, ya el espectador valorará-, que bien podría haberse resumido en un cortometraje de no más de diez minutos, es vendida como un cuento de amor y supervivencia espacial en el cual lo único que sobresale es la dirección y la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto (Silencio, Argo, El lobo de Wall Street, por citar algunos de sus más importantes trabajos).
Que esos dos aspectos sean lo único reseñable de esta producción es una clara prueba de que lo que primaba en la construcción de este filme era solo y ante todo el envoltorio. Y una señal aún peor es que parece que esta tónica comienza a repetirse mucho en muy poco tiempo.